El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.v3i6.103

Editorial

Vol. 3, núm. 6, mayo-agosto 2023

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

Una novela mexicana escrita en el exilio. Acercamiento a Las víctimas del chic de José Hidalgo y Esnaurrízar

A Mexican Novel Written in Exile. Approach to Las víctimas del chic by José Hidalgo y Esnaurrízar

Miguel Ángel Rascóna 0000-0001-5700-0376a

aBenemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, miguelangelhernandezrascon@hotmail.com

Resumen:

El presente texto tiene como propósito visibilizar una de las novelas mexicanas menos conocida del siglo XIX, Las víctimas del chic, escrita por el político y escritor conservador José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar en 1892, durante su exilio en Europa y tras su participación en la Intervención Francesa y el Segundo Imperio Mexicano. La novela sólo fue editada en Francia, en 1892, no hay reimpresiones en México, por lo que es un documento que sirve para analizar una voz narrativa periférica a las novelas nacionales, comprender el papel que jugó el escritor en la política europea, antes y después de la caída de Maximiliano I de Habsburgo, y objetivar su visión como mexicano expatriado en Europa. Asimismo, el tono autorreferencial del texto sirve de testimonio y permite conocer las clases sociales burguesas y aristócratas francesas desde la otredad mexicana.

Palabras clave: José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar; flaneur; literatura decimonónica; novela mexicana; conservadurismo.

Abstract:

The purpose of this text is to make visible one of the lesser-known Mexican novels of the 19th century, Las víctimas del chic, written by the politician and conservative writer José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar in 1892, during his exile in Europe and after his participation in the Intervention French and the Second Mexican Empire. The novel was only published in France, in 1892, there are no reprints in Mexico, so it is a document that serves to analyze a narrative voice peripheral to national novels, understand the role that the writer played in European politics, before and after the fall of Maximilian I of Habsburg, and objectify his vision as a Mexican expatriate in Europe. Likewise, the self-referential tone of the text serves as a testimony and allows us to know the French bourgeois and aristocratic social classes from the Mexican otherness.

Keywords: José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar; flaneur; nineteenth-century literature; Mexican Novel; conservatism.

Recibido: 12 de diciembre de 2022

Dictaminado: 23 de febrero de 2023

Aceptado: 15 de marzo de 2023

Introducción

Las novelas mexicanas durante el siglo XIX, sobre todo después de la caída del Segundo Imperio, construyeron el carácter de la literatura nacional del período. Si bien los escritores mexicanos de las últimas décadas del siglo XIX tuvieron mucho éxito en apropiarse de las corrientes imperantes europeas, como el costumbrismo, el realismo y el naturalismo, llegando incluso a innovar con el modernismo latinoamericano, el desarrollo de tramas y argumentos se limitó, muchas veces, al tema campesino y popular. Contrario a Europa, los temas burgueses y aristocráticos fueron una suerte de anatema o un tema explorado casi desde la caricatura. Resulta obvio que los intereses de la República Restaurada y los próceres culturales como Ignacio Manuel Altamirano, al menos entre 1870 y 1900, se centraban en la reconstrucción nacional, la tradición y el campo como una forma de reedificar a México después de las intervenciones europeas. Ciertos temas se consideraron “conservadores”, ya que se asociaron negativamente a la alta burguesía y la aristocracia hispanófila o francófila; a los monárquicos o a quienes habían sido partidarios del Segundo Imperio durante los años de la guerra, esto a pesar de que muchas veces el liberalismo y el conservadurismo, que en México tuvieron un escenario de discordia y disputas violentas, ciertamente tenían fronteras borrosas y desdibujadas, como bien señalan Fowler (1999), Hale (2009).

El “conservadurismo” –si es que puede usarse ese concepto tan arbitrario–, en términos estrictamente literarios, tendría que comprender a los intelectuales y escritores más activos políticamente, mejor publicados –tanto en México como en el extranjero– y ciertamente exiliados, perseguidos o censurados por sus ideas “antirepublicanas”, sus vínculos con la monarquía o sus ideas antiliberales o antijuaristas. La lista puede no ser muy larga, destacando a José María Gutierrez Estrada (1800-1867), Francisco de Paula Arrangoiz (1812-1899) y a Rafael Martínez de la Torre (1828-1876) como in- telectuales proscritos de todo el campo cultural y la literatura nacional, y cuyas obras son casi desconocidas.1 Ahora bien, resulta muy difícil acercarse a este tipo de escrituras periféricas, ya que no existe material disponible suficiente, a pesar de que sus obras sí fueron publicadas en México. Esto se vuelve especialmente complicado con autores exiliados como Salvador Quevedo y Zubieta o José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, cuyas obras fueron publicadas en Europa. Este último escritor, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, fue un actor político, cuya vida y obra resultan muy interesantes. Hay muchos acercamientos a él como figura histórica del Segundo Imperio en algunas investigaciones especializadas, donde se menciona su papel en la comitiva conservadora que fue a persuadir a Napoleón III de intervenir en México, pero hay pocos acercamientos a su literatura. Javier Sanchís (2014) ubica a su madre como María de las Mercedes Esnaurrízar Ávila, nacida en 1802, sin fecha de fallecimiento, y a su padre como Francisco Manuel Hidalgo Zeutres, nacido en 1789, sin fecha de defunción conocida. Por su parte, Villavicencio (2003) explica que el padre del escritor, don Francisco Manuel Hidalgo Zeutres, oriundo de Andalucía, fue amigo personal de Agustín de Iturbide y su madre fue hermana de Antonio María Esnaurrízar, fundador del Banco de Avío y muy cercano a Lucas Alamán. De estos datos, podemos inferir que su familia tenía enormes influencias políticas y privilegios económicos, ligados a los partidos conservadores en los primeros años del México independiente. No obstante, su padre, quien se pronunció a favor del Plan de Iguala, terminó en el exilio. Villavicencio sugiere también que fue tras la expulsión de los españoles, debido a la promulgación de la Independencia, o por el imperio fallido de Iturbide, del que fue partidario. Guillermo Prieto (1958) lo refirió brevemente como “De finas maneras y bien aceptado por la gente de buen tono, alto, delgado, barbilampiño, de ojos negros y algo de infantil en su expresión” (p. 365). Además, añade que es huérfano de padre, lo cual no era cierto. Villavicencio (2003) señala que “Pepe Hidalgo”, como solían llamarlo sus allegados, visitó a su padre en 1846, en la isla de Cuba, cuando éste era gobernador y trabajaba con el mariscal Leopoldo O’Donell, contraponiendo la aseveración de Prieto, que tenía una carga de animadversión. Ahora bien, en los pocos datos que existen de él se menciona que durante la Intervención Estadounidense en México participó en la Batalla de Churubusco, en el año de 1847. Fue tomado prisionero y liberado una vez terminado el conflicto.2 Debido a sus privilegios familiares y políticos, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar viajó a Roma, en donde fue muy bien recibido en audiencia por el mismo Papa Pío IX, como puede leerse en el prólogo de Ángel Pola al libro Proyecto de Monarquía en México:

las estimaciones de Pío IX por don José Manuel Hidalgo pasó de los límites normales de la etiqueta pontificia y llegó a la del verdadero pastor a su oveja, llevando su protección sobre él hasta la más remota distancia y la más prolongada ausencia (Hidalgo y Esnaurízar, 1904, pp. 10-11).

Más adelante, en 1854, gracias a sus habilidades diplomáticas, fue enviado por el gobierno mexicano como Primer Secretario de la Embajada en Washington, acrecentando su influencia en la política interna mexicana. Fue destacado a Madrid, en la misma función, y ahí estableció relaciones diplomáticas extraordinarias, y casi privadas, con María Manuela Kirkpatrick, una distinguida aristócrata española, quien fue Camarera Mayor de Isabel II de España, lo que le permitió estrechar lazos cercanos con las monarquías y las cortes europeas –una de las hijas de María Manuela, Eugenia, fue consorte de Napoleón III. Él aprovechó esta situación para hacer una campaña persuasiva con Juan Nepomuceno Almonte para la instauración de una monarquía en México. De hecho, fue gracias a él, según Villavicencio (2003), y a su enorme carisma e influencia dentro de los círculos íntimos de las cortes, que el movimiento de Almonte y su comitiva tuvieron éxito. José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar perteneció a la comisión que ofreció personalmente a Maximiliano I la corona de México, en el Castillo de Miramar. Estableció una relación personal muy cercana con el archiduque y la princesa Carlota de Bélgica, quienes nombraron a “Pepe Hidalgo” embajador en la corte de Napoleón III.3

El fracaso de la invasión francesa, los descalabros políticos de Maximiliano I y el consecuente triunfo de Juárez le hicieron renunciar a su trabajo como embajador y exiliarse en Francia, donde permaneció hasta su muerte, en 1896.4 En este sentido, hay dos versiones que se contraponen. Por un lado, Emmanuel Carballo (2001) sostiene que “antes y después de su caída definitiva (el archiduque lo obliga a abandonar su cargo), frecuenta a las principales figuras del clero, la nobleza y la sociedad” (p. 103). Carballo hace énfasis en suponer a José Manuel Hidalgo como un advenedizo traidor, que era despreciado incluso por Maximiliano I, quien lo obligó a renunciar a sus cargos políticos: “Hidalgo ingresa a la Historia con mayúscula por la puerta falsa: la traición a la patria. Es promotor del Segundo Imperio, su ascendiente directo en la emperatriz Eugenia e indirecto en Napoleón III, abre los ojos a estos acerca de la empresa ‘mexicana’” (p. 103). Ya en sus famosas Memorias, Guillermo Prieto (1958) se había encargado de vilipendiar a Hidalgo, diciendo de él que “sus pretensiones a la nobleza y a los títulos de sangre azul no tenían límites” (p. 365), para finalmente señalar que fue un intras- cendente “empleado del tabaco, tirante y pretencioso, como lagar- tijo de día” (p. 536). Otros juicios más duros se harían en su época, como los de José María Iglesias, quien, en 1862, publicó en Revistas Mexicanas, llamándolo “vendepatrias y sinvergüenza”, o el Zarco, que lo llamó “llorón” (Villavicencio, 2003, pp. 79-80). Sin embargo, Villavicencio señala que las opiniones de Iglesias “eran resultado de un pensamiento identificado cien por ciento con el liberalismo” (p. 80). Asimismo, se trató de desacreditar la relación de “Pepe Hidalgo” con las monarquías, en especial con el matrimonio imperial mexicano, cosa que a la luz de los hechos resulta inverosímil, ya que existe una serie de cartas (Hidalgo y Esnaurrízar, 1987) donde se hace evidente un trato amable entre Hidalgo y el archiduque. Dicha evidencia sostiene que entre él y el matrimonio imperial hubo muy buenas relaciones:

Los archiduques hablan a solas conmigo, me hablaban siempre de asuntos de ellos, de la Casa de Austria, de las Tullerías y de mil cosas que no eran competencia de la comisión, ni los miembros de ésta podían conocer por no haber vivido en Europa” (Villavicencio, 2003, p. 54).

Con base en esta serie de documentos, publicados por José Manuel Hidalgo como Un hombre de mundo escribiendo sus impresiones, Villavicencio (2003) sugiere:

A Hidalgo, como hemos visto, no le costaba ningún trabajo ganarse la amistad de la gente importante que tenía la oportunidad de conocer, el caso de Maximiliano no fue la excepción. Seguramente el archiduque encontró en él al más apto para compartir opiniones de relevancia, aunado a esto a que Pepe era íntimo de los monarcas franceses a los cuales debía su imperio (p. 54).

Villavicencio reconstruye la vida de este escritor a través del archivo, las epístolas –públicas y privadas– y el escaso material documental y literario, lo que permite conocer y reconocer a este actor histórico más allá de los prejuicios de su época. Y es de suma importancia visibilizar su enorme genio diplomático y facilidad para hacerse de amistades importantes, ya que esa es la clave principal de su novela Las víctimas del chic. Debe comprenderse que José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar se exilia de México por una convicción verdadera, ya que no estuvo dispuesto a negociar sus principios e ideales monárquicos con el triunfo liberal. Ana Rosa Suárez Arguello (1996), sugiere:

su obra histórica respondió a una necesidad existencial: la justificación de una causa política, la defensa, por último, de determinados principios. No se trataba de prever, pues las propuestas conservadoras –las suyas– habían sido condenadas a la extinción. Rígido en sus opiniones políticas frente a los cambios, el México de la República Restaurada y el Porfiriato, de los que fue contemporáneo, le serían totalmente ajenos (p. 236). Es decir que su exilio se debía más a una desavenencia absoluta e irreconciliable con el liberalismo; y por ello fue que, a diferencia de otros conservadores, nunca se planteó un regreso, una reconciliación o un cambio de paradigmas ideológicos. 

Desarrollo. El autor y el exilio

En ese tiempo, que resulta una suerte de exilio con comodidades económicas, Hidalgo y Esnaurrízar se desarrolló como escritor de éxito entre los círculos de lectura de las cortes europeas y sus novelas fue- ron comentadas en reuniones muy elitistas, donde imperaba el cotilleo y las banalidades cortesanas. El escritor Juan Varela prorrumpió en elogios a sus novelas y de hecho prologó La sed de oro, que junto a Las dos condesas son las únicas novelas publicadas por el autor, hecho que menciona Ángel Pola en el citado prólogo a Proyectos de Monarquía en México, donde también asevera que “se lee entre líneas que el protagonista [de las novelas] es él” (Hidalgo y Esnaurrízar, 1904, p. 12), cosa que es de enorme importancia para comprender su obra. Si bien sus novelas están casi desaparecidas, la Biblioteca Pública de New York conserva una edición íntegra de Las víctimas del chic, publicada en 1892 por la Imprenta de Garnier Hermanos –6, rue des Saints-péres–, en París. Existen dos copias más: una en la biblioteca de University of Houston y otra en la biblioteca de University of Wisconsin. Una edición digital se encuentra en el repositorio digital del Tecnológico de Monterrey.5

Es una novela de enredos románticos e infidelidades, centrada en las modas parisinas y los cotilleos de la clase burguesa, donde imperan los matrimonios arreglados, el estatus social y la reputación como herramienta de ascenso o caída. Esta obra está dedicada a la princesa María de la Paz de Borbón, infanta de España, a quien escribe de manera muy personal y cercana las siguientes líneas:

SEÑORA:

Vuestra Alteza Real con su ingénita bondad que cautiva el corazón y obliga la gratitud, se ha dignado juzgar mis tres primeros libritos de un modo tan lisonjero, que no hay como atribuir ese juicio al mérito del que los ha escrito en el último tercio de su vida, época en la que nada se aprende ya, sino á la benevolencia de Vuestra Alteza Real, á lo sano del intento y á la sinceridad de las convicciones que los inspiraron.

La inteligencia tan cultivada de Vuestra Alteza Real, su genio y su buen gusto literario, que en edad temprana produjeron ya poesías tan excelentes, tiernas y profundas, y, sobre todo, los nobles prendas del alma que la distinguen, y que en todas partes la han granjeado admiración entusiasta y unánime, dan à la benevolencia que se digna demostrarme, un precio inextimable.6

Dígnese Vuestra Alteza Real ejercerla una vez más en mi favor, permitiéndome consagrarle esta novelita cuya aspiración no es otra que la de procurar detener el desarrollo de una de las modernas aberraciones sociales.

Queda, á los pies de Vuestra Alteza Real, con el más profundo respeto, el más humilde y agradecido de sus servidores.

JOSÉ MANUEL HIDALGO.
París Mayo, 1892 (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, p. 5).

Asimismo, en la edición que se encuentra en el repositorio digital del Tecnológico de Monterrey hay una dedicatoria, escrita, supuestamente, con el puño del autor, que dice: “A las damas mexicanas, presente de un compatriota ausente y desconocido. –José Manuel Hidalgo. París 30 de junio de 1892” (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, p. 3). Dicha dedicatoria resulta intrigante, ya que no puede inferirse con certeza si fue puesta ahí con la esperanza de que la novela, de alguna manera, llegara a las lectoras mexicanas del otro lado del mundo o, quizá, a las lectoras mexicanas que vivieran en Europa y compartieran de cierta manera el exilio con él.

No hay más información al respecto y la novela sólo puede juzgarse por su contenido y su valor literario. Veamos imagen 1.

Imagen 1. Portada de la primera edición.Fuente: Hidalgo y Esnaurrízar (1892)

La novela es mencionada brevemente por Emmanuel Carballo en su Diccionario crítico de las letras mexicanas del siglo XIX, donde sólo se describe, insuficientemente, el estilo del autor. No da más detalles de sus obras, salvo los nombres de éstas, la mención a sus epístolas y unas agudas e innecesarias críticas a su persona, donde se intenta, a toda costa, hacer escarnio del desaparecido escritor. Las víctimas del chic, sin embargo, resulta un libro mucho más interesante de lo que una crítica superficial puede dar, ya que enuncia un estilo literario muy diferente al de los escritores mexicanos de su tiempo. En primer lugar, es una novela de amoríos, arreglos matrimoniales y descalabros financieros en la Bolsa de Valores de París, que sabe mezclar bien con una suerte de “naturalismo aristócrata”, dandismo y esnobismo, propio de Europa durante esa década, en la que el autor hace parte del narrador omnisciente, pero también del narrador testigo, tratando de entender las costumbres de París desde su visión mexicana. Se infiere, por la Carta Prólogo y las dedicatorias, que el público objetivo eran damas de sociedad que gustaban de lecturas románticas y de enredos amorosos.7 En segundo lugar, este narrador testigo es también un flâneur, desde la visión de Walter Benjamin (2005), en El libro de los pasajes, que trata de contener en su voz narrativa las esencia de la ciudad, sus modas y las convulsiones burguesas, condenadas a la catástrofe, que bebían de la Revolución Industrial, la máquina de vapor y el consumismo en los comercios cristalinos, como el Grands Magasins du Louvre, que es mencionado y descrito en el libro:

El movimiento y la alegre animación de los muchos boulevares, sus numerosas y lujosas tiendas, los atractivos de la calle de la paix, emporio en que de un gólpe se abarcan las riquezas más exquisitas en sus escaparates, ya diamantes, perlas y demás piedras preciosas que deslumbran por su profusión y riqueza y sorprenden por sus precios, ya objetos de arte antiguos y modernos y porcelanas primorosas; ya lo que encierran las casas de costureros y costureras, modistas, lenceras y demás artistas, que hace se formen cada día dos hileras de carruajes de las elegantes que acuden allí á pasar buena parte de su tiempo, todo seducía y mareaba á Yolande.

Y veía con curiosidad y envidia á aquellas damas que entraban ó salían, unas que se saludaban de prisa, otras que se contaban lo que habían visto y encargado ó lo que iban á encargar, y las novedades con sus detalles, interminables cuando el bello sexo discurre sobre trapos y moños con una fruición que parece olvidar, en esos afanes y preocupaciones, que hay cosas que deberían serles más caras y útiles en la vida.

Y cuando ya dentro de esas casas veía aquellas telas preparadas para cautivar la vista, aquellos vestidos ya hechos para las parisienses ó extranjeras de París ó para soberanas y princesas; y aquellas modistas simple y elegantemente vestidas y peinadas, las manos coquetamente cuidadas, maneras distinguidas y lenguaje pulero é insinuante, con que engatusan á las ya deslumbradas parroquianas ávidas de poseer tanta cosa bella, Yolande acababa de perder la cabeza (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, pp. 46-47).

Hidalgo y Esnaurrízar se siente fascinado por el universo parisino y busca motivar esa fascinación en el lector de habla hispana a quien dirige su obra. Esto es evidente debido a su corte testimonial, con el que explica de manera dialógica ese mundo parisino que escapa de la comprensión de un lector que no esté adentrado en esa realidad. Esto lo hace por medio de notas al pie de página, que intervienen en la narrativa y que hacen evidente el tono testimonial. Se infiere que la novela está escrita en español para contar a sus amistades en la Corte Española los cotilleos y las banalidades de París, el epicentro cultural de ese momento, que a todo el mundo deslumbraba.8 No obstante, mantiene una sintaxis un tanto confusa, que puede sugerir una intervención del francés y sus formas lingüísticas en el español. Hay un uso inadecuado de la tilde española y del acento grave francés –l’accent grave– « ` » y los signos de admiración e interrogación oscilan entre un uso hispánico y galo. Este fenómeno de heteroglosia y plurilingüismo se va a repetir en todos los escritores mexicanos que publicaron en francés y puede atribuirse al trabajo de los edito- res galos. Esto es una constante también en los trabajos de Salvador Quevedo y Zubieta (1888a y 1888b), escritor jalisciense que publicó en Francia dos libros: L’Étudiant y Récits Méxicans. Por otro lado, es posible que este fenómeno también obedezca a este deseo del mismo autor por hacer evidente un desapego con las formas hispánicas, para marcar más el estilo dandi y esnobista que desea proyectar, en una suerte de expresión híbrida. 

Para el autor es también necesario establecerse a sí mismo como un narrador ajeno a París, ciudad que trata de explicar por medio de algunos pies de página, como en el capítulo primero, donde aclara al lector el significado de la palabra chic y otros conceptos con los que abre el libro:

Vocablo puesto de moda por los parisienses en estos últimos años, que significa la corrección, el buen gusto, lo supremo de la elegancia. Provincia chick; se ha adoptado en todos los países, y se le da una latitud que es verdadero abuso. Se aplica á las cosas y á las personas, sobre todo á una personalidad que es como modelo que todos admiran: los jóvenes han inventado copurchic.

El diccionario de la Academia Francesa ni siquiera lo trae, pero el uso se lo impondrá en breve.

p>El erudito Littré dice, en su diccionario, que era antes un vocablo de estilo familiar, significando abusos de procedimiento, linezas, sutilidades capciosas, discordia, tomando solamente la primera sílaba de chicame (embrollar un pleito). En términos de taller se dice que un pintor tiene ó entiende el chic cuando produce rápidamente y con facilidad cuadros de efecto. En lo figurado, tener chic es lenguaje muy familiar para hablar de un hombre listo que sabe cómo tomar las cosas. En otro sentido, se dice que un elegante que tiene chic ó de una cosa elegante y bien presentada; a ese sombrero tiene chic, a ese traje tiene chic, etc. Añade que la etimología viene del alemán schick, aptitud, tener buen aire, etc.

Un inglés Mr. Phillips, ataca en un libro reciente, á propósito del chic, esa gran sociedad de convención, frívola del uno al otro extremo de la tierra, que no es en realidad sino la sociedad llamada elegante, especie de hacinamiento confuso, alborotador y más ó menos dorado, que para muchas personas y en la crónica de ciertos periódicos representa la alta sociedad á los ojos del snobismo cosmopolita.

Snob, es un nuevo vocablo inglés, que el novelista Thackeray define así: el hombre ó la mujer que pretenden ser más de lo que son, especialmente más ricos y más fashionables (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, p. 2).

En este sentido, la cualidad autorreferencial del texto conforma una serie de hilos dialógicos con el lector de habla hispana con quien desea conectar, tal y como se ve en los numerosos pies de página que contiene la publicación. Veamos las imágenes 2 y 3.

Imagen 2. Ejemplo 1 de nota para el lector. Fuente: Hidalgo y Esnaurrízar (1892)

Imagen 3. Ejemplo 2 de nota para el lector. Fuente: Hidalgo y Esnaurrízar (1892)

Es decir, si bien el estilo de la novela es de marcada esencia plurilingüista, y en cierta medida el autor se asume desde la escritura por medio de los estilos franceses imperantes, la novela trata de establecer relaciones dialógicas con lectores no franceses. En este sentido, por la evidencia que dan los ejemplares estudiados de esta novela puede inferirse que la dedicatoria a María de la Paz de Borbón indica esta primera inclinación por contar el mundo francés a las cortes españolas, aunque la dedicatoria escrita por puño y letra indica que también había un público objetivo de mujeres mexicanas de alcurnia que adquirían sus novelas en Europa, debido a que éstas difícilmente –aunque no imposible– llegaron a México. 

Sobre la novela

Ahora bien, la novela retrata un mundo de banalidades, infidelidades y enredos románticos de las clases burguesas aspiracionistas, tanto españolas como francesas, y pretende cierto estilo “naturalista” naïve, que más bien raya en un costumbrismo propio de la clase alta. El texto es muy ágil y tiene buen ritmo y tono, con una esencia realista y naturalista, que explora la psicología compleja de los personajes y en cierto modo su animalidad sexual; sin embargo, parte desde el punto opuesto de la enunciación social, contrario a lo que proponía Zola con sus novelas. De hecho, la misma novela, en algún punto, critica a las novelas naturalistas que hacían una crítica social, cuando dice: “esa literatura malsana con que algunos autores modernos nos descomponen los nervios” (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, p. 20). La obra no trata de problemas de la clase baja, obrera o campesina, sino que retrata la desfortuna de las clases burguesas y aristócratas aspiracionistas, que pierden todo por el derroche, la promiscuidad y las malas inversiones, todo en virtud del chic del que son víctimas. Esa obsesión parisina de la baja aristocracia por igualarse a la alta aristocracia francesa, como es el caso de la protagonista Yolande respecto de su amiga la Baronesa de Pessac. Los personajes están bien construidos y sus personalidades están perfectamente definidas por medio de diálogos ágiles y entretenidos. Más que intentar ahondar en su psicología por medio de la etopeya, la prosopopeya o el espacio, son los personajes quienes dejan ver, por medio de acciones y conversaciones, su visión del mundo, lo que hace que sea una novela muy ligera y con pocas metáforas. Por otro lado, en Europa, sobre todo en Francia e Inglaterra, el tema del libertinaje sexual desenfrenado había sido muy común entre la aristocracia.10 Las víctimas del chic trata de ser un texto aleccionador respecto de las consecuencias del desenfreno sexual femenino y cae en chocantes condenas morales, pero éstas parecen no tener verdadero impacto en los personajes, quienes perpetúan sus conductas, sin verdaderas consecuencias. Yolande y su amiga la Baronesa pueden parecer ciertamente cínicas, respecto de sus amantes, que son conocidos entre su círculo social, e incluso sus esposos:

En un largo coloquio con la Baronesa, le decía:
–No tengo suerte; el uno por ingrato y el otro por pillo, me quedo sin ninguno.
–Así es, pero mira, necesitas distraerte; ya sabes lo que hice antes de casarme; hazlo tú casada. No tienes idea de lo divertido, de lo que embriaga la conquista de un hombre que está á los pies de una dama guapa; es una lucha sujeta á peripecias picantes, á situaciones difíciles que aguzan el ingenio y dan valor para todo hasta alcanzar el triunfo. Sigue mi ejemplo y verás que la vida perderá para ti su monotonía, que la imaginación se distrae en la estrategia, como los generales que en la víspera de la batalla meditan sus planes para ejecutarlos al día siguiente. Y el combate no será en apartado sitio y calladito, sino en vistoso palenque, como brillante torneo en que resuenan los aplausos al vencedor, o mejor diciendo, à la vencedora... Vas á sentirte otra, crecerás á tus propios ojos, hasta el día en que puedas recrearte en el triunfo ante ti misma y ante el público, que dirá eres la mujer más hábil y seductora que se ha visto.
La vehemencia, la energía de la Baronesa, infundía á Yolande un ardor bélico, como la marcha militar de entusiasmo al soldado para arrojarse al enemigo. Su orgullo femenino se amparó de ella, olvido á Libertón, se consoló de la ruina de su marido, ya no pensó sino en pla- nes, combates y triunfos (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, pp. 137-138).

La novela, en este sentido, no intenta ni crear una catarsis social, ni una crítica profunda al sistema de cosas, y esto es a pesar de la retahíla moralina, lo que la aleja de las novelas de su tiempo escritas en México. No por eso es una novela vacía o superficial; al contrario, recrea un mundo complejo, en el que se describen con precisión los rituales de cortejo, las intrincadas relaciones de estatus, en las que la moda, la vestimenta, los bailes y los banquetes eran de enorme importancia. Finalmente, la novela retrata fielmente lo laberíntico de las relaciones amorosas europeas a finales del siglo XIX, en las que la ascendencia, los apellidos y el hábil camuflaje, por medio de exteriorizaciones y coquetería, eran de suma importancia. Y es que José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar siempre fue un hombre de ciudad y de círculos elitistas. Los problemas sociales estuvieron muy lejos de su visión y francamente pareció no interesarle ni el tema del campo ni el tema social. Mucho menos intenta profundizar en la lucha de clases. Tiene una inclinación por hablar de honor, verdad, moral y honestidad, pero sólo desde los valores de la aristocracia y ve como inevitable el deseo de las mujeres por entrar al mundo chic. Y es ahí donde reside parte de su valor, ya que la novela pinta perfectamente la ciudad y sus convulsiones, en ese tiempo donde el germen del consumismo, los tranvías y la moda fashionable comenzaban a dar rostro a las metrópolis modernas, tal y como se conocen actualmente. Una de las lectoras más destacadas del escritor mexicano fue la ilustrada marquesa de Tallenay, una aristócrata rusa, viuda de un diplomático francés y amiga del autor. Ella incluso, según Juan de la Atlántida, quien prologa el libro, le había prometido un texto introductorio para esta novela. En la Carta Prólogo dice que la marquesa tuvo que salir, ya que “fue llamada por un telegrama de San Petersburgo, en donde su madre estaba para morir. Habla, escribe y declama perfectamente el español; y además habría sido curioso leer lo que le habría sugerido, con su gran talento, el tipo de la protagonista de la novelita y la crítica de ésta” (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, p. XV). En este sentido, se ad- vierte que los textos del autor eran leídos también por extranjeros diversos, que gustaban del español. Se debe tener en cuenta que los aristócratas y la monarquía europea hablaban varias lenguas, con fines políticos y familiares. Sin duda, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar fue un hábil diplomático, que supo moverse bien entre los círculos más exclusivos del mundo. Esto, sin duda, repercutió en sus publicaciones, que, al parecer, gozaron de enorme popularidad y prestigio. Resulta imposible saber con certeza el porqué de su es- caso reconocimiento después de 1896, pero quizá se deba más a los convulsos escenarios políticos europeos de finales del siglo XIX en Europa, como consecuencia directa de la Guerra Franco-Prusiana –sobre todo en Francia–, la Carrera Armamentista entre 1897 y 1914 y la subsecuente Primera Guerra Mundial, que significó el fin de la Belle Époque y el cambio en las jerarquías del poder mundial. Las monarquías Europeas que Pepe Hidalgo llegó a conocer, y con quienes llegó a intimar, desaparecieron para siempre.

Ese es, quizá, el verdadero valor de la novela Las víctimas del chic, ya que es un recorrido por una época extravagante, dinámica, y que, si ciertamente fue mundana y superficial, para los ojos de un monarquista como José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, no dejó de ser un testimonio vibrante de un mexicano emigrado, que encontró un estilo narrativo propio en medio del epicentro cultural más prolífico del mundo. Porque el autor, con base en ese tono autorreferencial, no deja de mantener cierta distancia con París y su gente. Se asume como un ajeno, un emigrado, un “otro”. La revaloración de estos textos no sólo permite ampliar el campo de estudio respecto de la literatura mexicana del siglo XIX, sino que permite visibilizar las diversas periferias culturales, tanto locales como en el extranjero, en las que diversos escritores y creadores mexicanos participaron. Es importante comprender que hubo literatura mexicana fuera de México, incluso escrita en otras lenguas, lo que permite ampliar la visión y el diálogo con otras lógicas, voces y pensamientos. Que este texto sirva de prolegómeno para futuros acercamientos a la obra de José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar.

Referencias 

Bajtín, M. (1989). La palabra en la novela. https://www.academia.edu//1743301/Bajtín_La_palabra_en_la_novela   

Benjamin, W. (2005). El libro de los pasajes. (L. Fernández Castañeda, I. Herrera y F. Guerrero, Trads.). Madrid: Akal.

Carballo, E. (2001). Diccionario crítico de las letras mexicanas del siglo xix. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

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Notas

1 Del primero, no hay mucho que decir, salvo que perteneció al periodo conflictivo entre el federalismo y el centralismo, cuando las primeras pugnas entre el conservadurismo y el liberalismo se formaron. En 1840, escribe su texto más destacado y estudiado: Carta dirigida al Excelentísimo Sr. Presidente de la República sobre las necesidades de buscar en una convención el posible remedio de los males que aquejan a la República, una epístola enviada a Anastasio Bustamante, en la que solicitaba la intervención de las monarquías europeas, para la conformación de una monarquía constitucional que siguiera la línea tradicional del virreinato. Su principal argumento exponía que los Estados Unidos “no pueden ser nuestro modelo, aunque hemos intentado que lo sean. Todo en México es monárquico, y una monarquía constitucional en manos de un príncipe extranjero podría garantizar más libertad y ciertamente más paz de lo que podría una república” (Hale, 1972, p. 96). Rafael Martínez de la Torre, por su parte, fue defensor de Maximiliano después de su fusila- miento y pronunció un discurso que le valió cierto desdén entre sus contemporáneos. A pesar de su investidura como legislador, en 1869, su trascendencia en las letras mexicanas fue escasa, a pesar de pertenecer a diversos círculos literarios. 

2 Su antipatriotismo, por el que sería reiteradamente juzgado, queda entonces puesto en duda, ya que como Miramón, Hidalgo y Esnaurrízar había defendido a la nación en la invasión estadounidense, cosa que sería obnubilada por Prieto en sus Memorias. Cabe resaltar que la noción de patriotismo resulta subjetiva y que los comentarios de Guillermo Prieto y de otras fuentes de la época pueden ser sesgados y parciales.

3 Quizá las referencias más famosas y reconocibles sobre este autor estén en la ex- traordinaria novela de Fernando del Paso (2012), Noticias del Imperio, basada en una ex- haustiva investigación documental, y que coincide con Villavicencio en la relación perso- nal y amistosa entre el matrimonio imperial y el escritor mexicano.

4 Carballo (2001) señala que muere en la pobreza, cosa que confirma Villavicencio (2003). A pesar de que Manuel Payno, en su momento, llevó cuenta exacta de lo que percibió Pepe Hidalgo, al parecer el despilfarro para mantener su estilo de vida en Europa no fue suficiente hacia el final de su vida: “José Manuel Hidalgo, como ministro de Maximiliano en París aparece en las cuentas como un despilfarrador, toda vez que, en un apartado especial dedicado a él, Payno anota el dinero que se le giró [...]. De este modo, tenemos que el monto total ascendió a 88 875.39 francos, de los cuales 15 186.13 correspondieron precisamente a su puesto dentro de la comisión [...]. Dinero tuvo, y mucho, y de haberlo administrado de manera eficaz, pudo quedarle acaso para terminar sus días decorosamente y no padecer necesidades. Pero es claro que no fue así” (Villavicencio, 2003, pp. 83-84).

5https://repositorio.tec.mx/handle/11285/567107?show=full

6 La versión original del texto tiene la palabra “inextimable”. Es muy común un error de estas características en libros de autores de habla castellana que publican en Francia o Inglaterra, como se ve más adelante.

7 El autor, empero, hace una crítica a esas mismas novelas: “Hoy la afición á la lectura está muy desarrollada en todas las clases; así que, cuando se tropieza con las jóvenes, que por ignorancia, pereza, ó absorbidas por gustos frívolos y vanidosos, no abren un libro, ó, si hacen excepción, es para deleitarse en lo que mancha su inteligencia, debilita los escrúpulos y quizás las prepare al mal, siente uno por ellas tanta compasión como desdén y alejamiento” (Hidalgo y Esnaurrízar, 1892, pp 21-21). Esta intervención del autor en la novela no deja de ser interesante, porque resulta contradictoria con las motivaciones mismas del libro.

8 La novela también hace mención de diversos actores culturales de la época, como los rastaquouére, que eran personajes con mal gusto para vestir, que se hacían pasar por dandis y que resultaban ser muy poco chic.

9 Esta anormalidad se conoce como heteroglosia, un fenómeno de plurilingüismo descrito y explicado por Mijail Bajtín. Es un fenómeno de estilística que Bajtín (1989) explica en su texto La palabra en la novela: que el lenguaje, el acto de habla y la escritura, como una actuación literario-verbal, requiere que los autores tomen una postura, aunque sólo sea por la elección de una o más lenguas para accionar la enunciación; los idiomas diferentes a menudo se identifican y se fusionan en el acto de escritura de manera arbitraria, aunque consciente y ciertamente planeado: “Un enunciado vivo, aparecido conscientemente en un momento histórico determinado, en un medio social determinado, no puede dejar de tocar hilos dialógicos vivos, tejidos alrededor del objeto de ese enunciado por la conciencia ideológico-social; no puede dejar de participar activamente en el diálogo social” (p. 94). Asimismo, pueden encontrarse otros fenómenos, como el bivocalismo y la apropiación de la palabra ajena, conceptos bajtinianos que son campo fértil para otra investigación.

10 Como lo fue el libro de John Cleland (1986), Fanny Hill: Memoirs of a Woman of Pleasure, o como fueron, de manera explícita y ciertamente pornográficas, muchas publicaciones francesas, es decir, que para los lectores europeos, en especial franceses e ingleses, los temas eróticos y de desenfreno sexual no eran considerados tabú, al menos no de una manera tan alarmante como sí pudo ser en España o América.