El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias
Sección Flecha
Vol. 3, núm. 6, mayo-agosto 2023
Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana
México 2010. Diario de una madre mutilada: Ester Hernández Palacios y el testimonio en diálogo
México 2010. Diario de una madre mutilada: Ester Hernández Palacios and the Testimony in Dialogue
Germán Ceballos Gutiérrez 0009-0009-8694-1533a
Riccardo Pace 0000-0003-0505-6153b
aUniversidad Autónoma de Querétaro, México germancebgut@hotmail.com
bUniversidad Autónoma de Querétaro, México, r_pace75@yahoo.it
Resumen:
Este artículo profundiza sobre cómo, dentro de un marco de macrocriminalidad, el género testimonial se transforma, perdiendo el elemento de antagonismo político que lo caracterizaba, además de experimentar una superposición de la figura del testimoniante con la del autor-mediador, que solía registrar y validar su palabra, debido a la victimización de la clase letrada. Para hacerlo, se analiza un texto emblemático de esta vertiente, México 2010. Diario de una madre mutilada, de Ester Hernández Palacios, con las herramientas del dialogismo bajtiniano, en aras de validar la hipó- tesis de que la estetización que, en manos de un miembro de la “ciudad letrada”, experimenta el género testimonial le otorga al mismo un avance semiótico que le permite atestiguar la verdad, tanto con sus herramientas tradicionales como mediante aquéllas que hereda de la literatura.
Palabras clave: diario; testimonio; dialogismo; verdad; mutilación.
Abstract:
This paper deepen into how, within a frame of macrocriminality, the testimonial genre is transformed, losing the element of political antagonism that characterized it, in addition to experiencing an overlapping of the figure of the witness with that of the author-mediator who used to record and validate his word, due to the victimization of the cult class. To do so, an emblematic text of this aspect is analyzed, Mexico 2010. Diario de una madre mutilada, by Ester Hernandez Palacios, with the tools of bajtinian dialogism, in order to validate the hypothesis that the aestheticization that, in the hands of a member from the “lettered city”, experiences the testimonial, genre gives it a semiotic upgrade that allows it to testify to the truth both with its traditional tools and through those that inherits from literature.
Keywords: diary; testimony; dialogism; truth; mutilation.
Recibido: 9 de abril de 2023.
Dictaminado: 14 de abril de 2023.
Aceptado: 17 de abril de 2023.
Para Esther, nuestra querida maestra.
la fuerza vital de la palabra en la poesía, la única forma de superar la muerte.
Ester Hernández Palacios
Introducción
México, siglo XXI: la realidad mutilada y ¿el testimonio?
Escribe Sara Uribe (2017), dialogando con Rivera Garza (2015), que, en México, en nuestra época, ante la escalada de la violencia y la corrosión del orden social, a las personas de paz sólo nos queda condolernos y atestiguar. Condolernos por la sangre, las desapariciones, las fosas comunes, los cadáveres expuestos, el terror. Y atestiguar los crímenes, para que las víctimas no caigan en el olvido, y romper el silencio que sirve a los culpables para perpetuar la impunidad:
“Condolerse es preciso” (Rivera Garza, 2015, p. 19). [...]. Es pre- ciso nombrar las voces de las historias que ocurren en México. Es preciso dar cuenta, registrar, enunciar, construir una memoria y un imaginario no oficial de todo lo acaecido. Es preciso, en efecto, [...] condolernos (Uribe, 2017, p. 46).
La escritora, de origen queretano, sustenta su opinión en las reflexiones de Ileana Diéguez (2012) y en el retrato que hace de la realidad mexicana como un espacio herido, pletórico de mutilaciones: las de los cuerpos, naturalmente, y, también, las familias y las comunidades; las de las conciencias y las instituciones; y, desde luego, las de un lenguaje que, al parecer, no sabe dar un sentido a “los cuerpos fragmentados [...], los cuerpos que nos han sido arrebatados” (p. 45).
En este contexto, dentro del ámbito literario el condolerse y el atestiguar se tornan la misión de un discurso testimonial, que también aparece mutilado. Sí, porque en el México del siglo XXI, al acecho de la narcoviolencia y del más exacerbado capitalismo, se publican testimonios de cuyo cuerpo falta ese antagonismo ideológico que la crítica especializada (Rama et al., 1995; Barnet, 1986; Sklodowska, 1991) señaló como la marca fundacional del género. Ante el ocaso de las ideologías y una dudosa democratización de las instituciones, la dialéctica que sustenta el testimonio deja de ser, al menos exclusivamente, la que opone un estado represor a minorías de antemano disidentes, dotadas de identidad, reivindicaciones y cohesión interna. En su lugar, aparece otra dicotomía, que, en un extremo, tiene un grupo hegemónico para-oficial –el llamado Estado narco (Solís González, 2013)–, que provoca un estadio de “macrocriminalidad” (Vázquez Valencia, 2019), en el cual se ejerce la violencia de forma extra-constitucional y de manera ostentosa, por fines económicos y de dominio territorial, y, en el otro, involucra una versión renovada y “transversal” de subalternidad, la cual no se basa en la clase social, ni en cualquier otro criterio, y tampoco se constituye como un polo político-ideológico antagónico a la hegemonía, sino engloba, de modo aislado, aleatorio e inconsciente, a la ciudadanía, para someterla a una violencia que condena las víctimas al olvido –y, a menudo, a la revictimización–, y amedrenta a los supervivientes, forzándolos al silencio.
Esta variante del testimonio también presenta una segunda mutilación, la cual afecta a otro de los rasgos que se consideraban esenciales del género. Se trata del “curador letrado” –escritor, periodista, etnólogo, etc.–, que, en la versión “canónica”, funge de intermediario entre las víctimas, la palabra escrita y los circuitos de publicación y validación de la misma (Volek, 2001; Sánchez Villagómez, 2011). Sobra decir que el cercenamiento de esta figura no se debe sólo a la mejora de la alfabetización, la cual propicia que los sujetos violentados, que antes no podían hacerlo, ahora rindan su testimonio de forma directa, sino, y sobre todo, a la violencia endémica y a la transversalidad con la que elige sus blancos. Ese factor, entre otras cosas, quita a la clase letrada el privilegio de ser el testigo “externo” de los crímenes a denunciar y la obliga a presenciar o experimentar en carne propia la violencia.
Hipótesis: un testimonio de que lo literario no se mutila
Como ya lo hicieron Beverly (1987) y Sarfati (1992), especulamos que la in-mediación que se produce entre el punto de vista letrado y el relato testimonial debe, de algún modo, traer consecuencias sobre éste y el modo en que cumple su cometido. Dichos críticos, por ejemplo, juzgaban que ese contacto complica innecesariamente el testimonio, lo estetiza y rompe sus compromisos con la oralidad, lo popular y la verdad. Nosotros, por el contrario, defendemos la hipótesis de que la complicación y la estetización que el género experimenta –por las razones expuestas– no lo llevan a traicionar su vocación, sino lo ayudan a perseguirla con mayor eficacia, equipándolo con las herramientas que la literatura adopta para urdir sus tesituras estéticas y complementando con ellas los mecanismos con los cuales el testimonio suele reconstruir la verdad.
De ser así, tras las mutilaciones que el género sufre la acentuación del carácter literario no se postularía como una marca del fracaso de su compromiso referencial; sería más bien una mejoría que, con una insumisión del todo literaria, el género experimenta para compensar lo que le fue arrancado y volver con nuevo encono a su misión. Y a la vez, sería la reivindicación de que la literatura es invulnerable a las mutilaciones y de que también lo es ese humano arquetípico del que ella, a cada rato, ofrece un destello, que cifra la promesa de que, al volver la paz, lo que hoy parece utopía se tornará real.
Objetivo y horizonte teórico-metodológico
Nuestro objetivo es brindar una primera validación de dicha hipó- tesis, concentrando la mirada en México 2010. Diario de una madre mutilada, de Ester Hernández Palacios (2012), y realizando su análisis textual en busca de las mejoras de cuño literario con los que, para reafirmar su misión, el testimonio compensa sus mutilaciones.
Para hacerlo, revisamos la bibliografía especializada, con el fin de reconocer, gracias a su ayuda, las cualidades del canon testimonial que, pese a lo que se le extirpó, la obra en estudio aún conserva. Entre ellas, registramos 1. la “alta calidad estética” (Randall. Cit. por Sarfati-Arnaud, p. 101), la cual, para el caso, asumimos como amplificada por la literaturización que experimenta esta variante; 2. el rol primario que la palabra ajena juega dentro de un contexto discursivo constituido como una dialéctica de voces, cuyo fin es esclarecer la verdad (García, 2012, p. 384); 3. la misión de “denunciar algo que no puede ser olvidado” (André, 2004, p. 5), a cargo de “una persona que realmente existe” (Beverly, 1987, p. 11), la cual respalda su labor en materiales auténticos; 4. el compromiso anti-monológico, que consiste en “narrar la historia de un modo alternativo al [...] discurso historiografiado por el poder” (Achúgar, 1992, p. 53); 5. la intención ejemplar o pedagógica (Wieviorka, 2006, p. 89), que se fundamenta en un “efecto metonímico que equipara la situación del narrador con una situación social colectiva” (Beverly, 1987, p. 12).
Acto seguido, nos concentramos en las cualidades a las que aluden los puntos 1 y 2; y detrás de su combinación, reconoce mos una analogía con ese dialogismo que Bajtín consideraba como el fundamento estético de toda prosa literaria. Por ello, apostamos por imaginar que su implementación, dentro de la obra que nos interesa, es la clave para comprender qué sucede con esta variante testimonial, cuya escritura se acuña en la fragua de las bellas letras. Por último, brindamos ejemplos de cómo en México 2010. Diario de una madre mutilada, el dialogismo revitaliza las demás cualidades del testimonio que sobreviven a la mutilación y, al hacerlo, com- pensa las pérdidas que ha sufrido mediante la adopción de una se- miótica literaria que, por un lado, aumenta el potencial significativo del que el género dispone para devolverle sentido a la realidad y, por el otro, amplifica el alcance ético de su denuncia, haciéndola universal.
En el trasfondo de esas reflexiones, se hallan algunos conceptos bajtinianos, como monologismo,1 dialogismo,2 contenido3 y forma estética4.
A continuación, presentamos nuestro análisis de cómo, dentro de México 2010. Diario de una madre mutilada, el diálogo entre testimonio y literatura reconfigura el género testimonial y compensa las pérdidas sufridas al contribuir con la reconstrucción de la verdad. La información se organizará en apartados, dedicados a la configuración de la imagen y la perspectiva de la autora-testigo; al estilo escritural acorde al cual se estructura el discurso testimonial; a las citas intertextuales de textos literarios; y a la inclusión de las voces que la testigo recupera del mundo. Finalmente, en las conclusiones, brindaremos una interpretación de cómo la vocación anti-monológica y el carácter ejemplar del género cobran, bajo esta perspectiva, un sentido que compensa la mutilación del elemento político-ideológico. Con ello, el testimonio se mostrará como un símbolo de resiliencia e invulnerabilidad, cuya característica más aleccionadora es que sale fortalecido por la empatía que une a tantos elementos, todos mutilados.
Discusión
Esther y Ester: la testigo “real” y su historia
Como dictan las convenciones del género, en México 2010. Diario de una madre mutilada, se atestigua una historia real: ésta narra cómo, tras los asesinatos de Irene y Fouad –la hija y el yerno de la autora–, acontecidos en Xalapa, entre la noche del 8 y el 9 de junio de 2010, ella y su comunidad se transforman, por las mutilaciones que esas muertes les acarrean. Desde luego, también la autora es una persona real: es la Doctora Esther Hernández Palacios Mirón, una escritora, académica, activista, gestora cultural y, como lo indica el título, madre, a quien la violencia arrancó lo más preciado, y que, por alguna razón, decidió denunciarlo. Asimismo, son auténticos los materiales discursivos que la testigo recupera como contenidos de la obra y pone en diálogo con su voz, para que la ayuden a lograr sus fines sociales y estéticos. Lo son aquellos que, como en el testimonio de toda época, proceden de la realidad contingente –las voces solidarias, de las autoridades y de los medios de comunicación–; y lo son, también, los discursos de origen literario –citas, tópicos, géneros intercalados, modos de significación, etc.–, los cuales juegan un rol tan importante que, sin sus aportaciones de sentido, a menudo, las palabras reales resultarían insignificantes. No venimos a reafirmar el estatus social o cultural de Esther.
Sin embargo, está claro que, por historia familiar y trayectoria artística y profesional, la autora es un ejemplo de esa clase letrada que reacciona a la violencia y la subalternización, ofreciendo un testimonio de primera mano. Y es normal que lo haga con una prosa que dialoga de forma privilegiada con la literatura, porque su conciencia está imbuida de datos e imágenes que le vienen de su trato con ella. Incluso, la lógica con la que mira el mundo o la gramática de su dolor recuerdan, en su proceder, la semiótica de lo heterogéneo y lo polivalente, que sustenta lo literario. Tales cualidades se desbordan a México 2010. Diario de una madre mutilada, donde integran un paquete de informaciones que, de manera económica, acotan la personalidad y el horizonte de valores de la testigo o de sus interlocutores y, a la vez, cifran detalles sobre la historia que se reivindica y el relato que lo narra. Al igual, se transporta a la obra esa semiótica de cuño literario que aprovecha la polifonía de las voces recuperadas y las dinamiza en un diálogo que abarca todos los niveles del discurso. Éste convierte el lenguaje del testimonio en algo ambiguo y polisémico, obrando una mejora que, como se dijo, sana el idioma de las mutilaciones de sentido que la violencia le impone.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de este diálogo entre el testimonio y la literatura, y de la consecuente literaturización del primero, sin menosprecio de su vocación referencial, consta de la eliminación de la “h” del nombre de la testigo, que ella misma se practica para dejar una marca visible de la mutilación sufrida. Con ella, el texto crea la impresión de que hubo un desdoblamiento entre la Esther de carne y hueso y su versión diegética: Ester. Lo anterior, sin embargo, abriría un quiebre en lo que Lejeunne llamó el pacto autobiográfico, al separar el firmatario de la obra de su instancia narradora,5 y proyectaría, por ende, la impresión de que la testigo de México 2010. Diario de una madre mutilada es un sujeto auto-ficticio, un alter ego de ficción, a través de quien ella, en vano, intenta paliar su dolor.
No obstante, si asumimos que, según las leyes del género testimonial, el discurso no puede admitir, so pena de perder su estatuto genérico, la ficcionalización de la testigo –como no podría con la historia que rescata o los contenidos que le ayudan–, esta mutación de Esther a Ester se torna un símbolo de la verdad: atestigua, en concreto, su maternidad mutilada y, por la iconicidad del nombre manco, la aísla y la re-valora estéticamente. Con ello, convierte el caso de una madre particular en un símbolo de todas las madres, universalizando –y humanizando– el dolor y, también, el sentido de su lucha por la verdad, al convertirlo en “una forma de abrazar a las madres mutiladas de ese país, de llorar con ellas” (Hernández Pala- cios, 2012, p. 102). Al mismo tiempo, la mutilación de un elemento clave en la definición de su identidad señala que, cuando le arrancó a su hija, la violencia también extirpó a Esther de sí misma. Lo que queda es Ester, alguien diverso que, ante el horror padecido, pone en duda su propia realidad ontológica y, con ella, la del mundo. De esto deriva que la mirada que vuelve a sí misma y en su derredor para rendir testimonio, al estar a cargo de un sujeto de dudosa realidad y al enfocarse en un entorno igualmente cuestionable, también se asemeja a un delirio o a una ficción. Las palabras que siguen lo sustentan:
¿Qué fuerza demoníaca, perversa, permite que sucedan estas cosas? Sé que estoy viva porque me escucho respirar, pero miro las cosas como si viviera fuera de mi cuerpo. Como si otro me habitara. Sigo vacía. Ni siquiera las lágrimas que salen de mis ojos me devuelven la vida (p. 13).
A lo anterior, se suma que, por el guiño literario que se manifiesta por la mutilación del nombre, la testigo también admite que su perspectiva no es neutral, sino subjetiva, o confiesa que, quizá, ni siquiera es algo propio, porque no nació de su espontánea voluntad, sino del dolor y el miedo. Esto perfila su testimonio, una vez más, como una ficción dictada por el imperio de la violencia. Aun así, si cribamos esta impresión a contraluz de la poética del género recibimos de vuelta la enésima revelación de la verdad. En este caso, la evoca la escritura misma, como un conjunto, al figurar que la causa misma de su ser radica en la violencia y que todo, en su interior –hasta el sujeto que atestigua, los puntos de vista y los contenidos que adopta–, fue mutilado por su poderío.
El diálogo del testimonio con el estilo diarístico
La adopción del estilo diarístico como marco de la escritura tes- timonial proyecta sobre el discurso de la testigo las cualidades de un género literario que la crítica ubica en la frontera entre lo referencial, lo memorístico y la auto-ficción, donde “hay un yo que produce un texto a partir de sí mismo, un yo que crea con el texto una realidad simbólica –una realidad estética, por tanto–” (Rudolf, 1981, pp. 116-117). Es por ello que, al organizarse como un diario, el testimonio de Ester halla, gracias a la relación que la bitácora mantiene con la existencia, el pentagrama ideal para el armado de una memoria urgente, capaz de prestar fe de los acontecimientos que caracterizan los 29 días que siguieron a la muerte de Irene y Fouad. Pero también la adopción del estilo diarístico fundamenta una tensión entre el tiempo del discurso, que fragua en los verbos conjugados al presente dentro de la mayoría de los fragmentos, y el carácter memorístico, propio del diario, el cual instala la acción en el ayer, dando la impresión de que la escritura, al recordar, convierte esos momentos en un ahora estancado. Así, reactiva el dolor de esos instantes e instala a la testigo en una cronología suspendida, como si ella tampoco estuviera viva y se hallara en un limbo. Dicha construcción persigue el fin de crear un texto que sirve a dos intenciones: hacer catarsis ante el dolor y narrar cronológicamente los acontecimientos que se suceden de un evento específico: los asesinatos de su hija y su yerno.
Por otro lado, al tomar la forma diarística el testimonio de Ester reivindica su naturaleza subjetiva –y con ello, el peso que el dolor y el miedo tienen sobre los recuerdos–; 2) sustenta el carácter mediado que la experiencia cobra en la escritura, validando así la edición, el montaje y la cita como elementos que ayudan a destacar la verdad, y no como algo que la edulcora, dando vida a un relato en el que “la imaginación y el lenguaje personal no están excluidos, pero sí sometidos al compromiso de ser fiel a esa realidad y de informar sobre algo que todos deben y quieren conocer más a fon- do” (Oviedo, 2002, pp. 372-373); 3) rinde, al obrar una organización del relato en fragmentos, las entradas del día –que, a su vez, se subdividen en secciones–, una imagen literaria del tiempo mutilado dentro del que vive la testigo, así como de las intermitencias de sentido que, debido a su estado de ánimo, experimenta. En otras palabras, el relato no actúa como una construcción diacrónica de lo que podría ser un “diario de vida”, sino, más bien, es un corte sin- crónico, con un principio y un cierre determinados –del 8 de junio al 7 de julio de 2010–, en la cronología vital y anímica de la autora.
Diálogo del testimonio y la literatura a través de la intertextualidad
Por lo que atañe a la literaturización del testimonio de Ester, que se opera por la presencia de intertextos literarios, señalamos, ante todo, que, pese a la cantidad de ejemplos disponibles –en México 2010. Diario de una madre mutilada, se registran 33 casos evidentes de intertextualidad, tan sólo considerando los epígrafes–, sólo presen- taremos dos ejemplos. Con ellos, ilustraremos cómo la voz de la testigo se vale de la literatura para ampliar su potencial de significación. En segunda instancia, destacamos que, en México 2010. Diario de una madre mutilada, tales guiños se hacen concretos mediante la cita casi exclusiva de fragmentos, es decir, textos que, metafórica- mente, sufrieron una mutilación. Por último, registramos que la obra y la variante testimonial a la que la adscribimos encarnan, con respecto a la cuestión intertextual, una suerte de paradoja literaria. Por lo común, en efecto, la crítica insiste en que tales guiños, sobre todo dentro de obras escritas en época posmoderna, son una señal polémica, que reniega de la ilusión referencial: desautomatiza la lectura y provoca un extrañamiento que revela el carácter artificial del texto. No obstante, dentro del relato que nos ocupa –y de su rama estilística– hasta los intertextos atestiguan la verdad: acotan sintéticamente el horizonte cultural y los alcances de la testigo; colaboran en el redondeo sus interlocutores o, de plano, definen, aunque de soslayo, la violencia y quienes la ejercen, encumbran o aprovechan. En ocasiones, incluso, actúan como señales en abismo que preconizan el desarrollo del relato y simulan el modo en que, ante la violencia, la verdad de los subalternos sigue circulando encubierta.
La referencia a “Masa”, un poema de César Vallejo (1988), que se hace en el epígrafe y en el interior del fragmento X de la entrada relativa al 9 de junio, a través de los versos “Tanto amor y no po- der nada contra la muerte” (Hernández Palacios, 2012, p. 17), por ejemplo, no sólo da cuenta de la veneración que Ester, desde antes de sus mutilaciones, tenía por el poeta peruano, es decir, describe su horizonte estético y cultural. También sirve para significar, en la reconstrucción del día del funeral de Irene, la frustración de una madre –y, por metonimia, del género humano– al descubrir que el amor, aunque inmenso, no es capaz de poner un alto a la muerte. Y tal vez encierra la admisión de que, en un momento como ese, las mutilaciones que la testigo ha sufrido también afectan su conexión con la poesía y le hacen sentir, quizá por primera vez en la vida, que tampoco ella puede convertirse en un escudo contra el mal:
Que se me permita, sólo por esta vez, volver el tiempo atrás para avisarle, para retenerla en mi casa o para retirarla en el instante. Si no fuera posible, entonces pido dos minutos más de la vida de mi hija para detener el dedo del asesino [...].
Tanto amor y no poder nada contra la muerte (p. 17).
El segundo ejemplo que recuperamos irradia de un fragmento del poema “Algo más sobre la muerte del mayor Sabines”, de Jaime Sabines, que se cita como epígrafe a la entrada del 13 de junio: “¿Pero tú? ¿Pero yo? / ¿Pero nosotros? / ¿Para qué levantamos la palabra? / ¿De qué sirvió el amor? / ¿Cuál era la muralla / que detenía la muerte? / ¿Dónde estaba / el niño negro de tu guarda?” (p. 37). Dicha referencia revela la complejidad y la profundidad de las tesituras que el diálogo con la literatura le otorga a la escritura de Ester. En un primer momento, fijamos la atención en el verso “¿Para qué levantamos la palabra?” y lo interpretamos como una pregunta que, desde el paratexto, acompaña la entrada del día. Luego, registramos que, en esta sección –que a su vez está mutilada en dos partes–, dicha pregunta halla dos respuestas, que, pese al fondo de amargura que las hermana, son opuestas en la forma y, por ende, en el arquetipo humano que proyectan. Una evidencia que el cariño que le brindan parientes y amigos, por cuanto motiva- do por una compasión auténtica y necesaria para ayudarla a seguir adelante, no aplaca el dolor de la madre mutilada, ni, aún menos, la ayudan a aceptar la muerte de su hija:
¿Qué haría si no tuviera la compañía cariñosa y solícita de mi familia y mis amigos? Mis hijas, hermanos, tías y sobrinos son ahora mis ojos y mi piel: respiro por sus poros [...]. Mis amigos más cercanos han viajado muchos kilómetros y, con tal de darme su hombro, han hecho a un lado por un momento sus destinos [...]. Y, sin embargo, aunque no se los digo, una mano implacable me detiene cada vez que subo las escaleras de mi casa, y me empuja hacia atrás (pp. 37- 38).
La otra respuesta insiste en algunas palabras rescatadas al leer el periódico, que Ester resume o parafrasea, como indicando su deslinde de ellas. Su emisor es un partido político que, en vista de las elecciones, intenta sacar ventaja de la muerte de Fouad, al mostrarlo, falsamente, como un correligionario. En el tintero de Ester, gracias al diálogo con el intertexto sabinesiano y en contraste con el anterior ejemplo familiar, estas palabras revelan todo el cinismo que las anima. Sin embargo, en razón del respiro universal que el contacto con la literatura les otorga, su presencia pasa de ser una denuncia concreta de la retórica, si se quiere desalmada, que, en aras de la victoria, implementó una agrupación partidista en particular y extiende su alcance a una dimensión nacional y transversal, que denuncia una mutilación de la ética política, y humana, que afecta a todos –y no es extraño pensar que, en el fondo, puede leerse como una denuncia de carácter global, relativa a un problema que, dentro del horizonte capitalista, se presenta en cualquier latitud–:
Hace algunos días leí […] que el PAN condenaba el asesinato de uno de sus miembros: Fouad. Mi yerno no estaba afiliado, ni a éste ni a ningún partido: era más bien apolítico. No sé qué otras cosas podrán decir [...]. Para los políticos mexicanos no existen límites ni barreras de ninguna especie. Todo puede entrar en su juego: incluso una cabeza cercenada puede servirles de balón (p. 38).
Sucesivamente, registramos otros dos aspectos relacionados con el poema de Sabines, los cuales, observados desde el prisma del dialogismo, parecen ayudar al testimonio a iluminar nuevos fragmentos de la verdad. El primero se destaca de la misma cita y consta de los versos “¿De qué sirvió el amor? / ¿Cuál era la muralla/ que detenía la muerte?”, cuyo sentido, inevitablemente, dialoga y se respalda con el del verso de “Masa”, de Vallejo –“Tanto amor y no poder nada contra la muerte”–, al que nos referimos antes, junto con otros intertextos que recupera el testimonio. Esta dialéctica, que se implementa entre los dos fragmentos poéticos gracias a una sintaxis que trasciende los límites del apartado o de la entrada del día a narrar, demuestra en la práctica cómo el dialogismo, al generar una nueva unidad de sentido a partir de dos o más textos distintos –¡y, por demás, cercenados!–), condensa, estéticamente, la imagen ética de una literatura que halla en la empatía entre discursos –y las personas o grupos que los emiten– la clave de su inmunidad a las mutilaciones. El segundo también se relaciona con el aludido poema y subraya ulteriores razones de continuidad entre el testimonio de Ester y el texto en cuestión. Sin embargo, este caso no involucra directamente las palabras citadas en el epígrafe del 13 de junio, sino las usa como la señal de una relación que abarca los demás contenidos del texto del autor chiapaneco y halla correspondencias a lo largo de todo el discurso testimonial. Dicha relación se fundamenta, primeramente, en que los dos textos pueden considerase especulares, aunque opuestos. Especulares por compartir 1) una estructura hecha de fragmentos textuales; 2) un argumento: el lamento por la muerte de un ser querido; 3) un tono: en ambos, de alucinada desesperación; y si se quiere, 4) una vocación testimonial. Y opuestos porque, mientras el discurso de Ester trata de la muerte violenta e imprevista de su hija, el autor de Tuxtla Gutiérrez re- construye la agonía que llevó a su padre a sucumbir ante el cáncer, tras una batalla que pareció interminable. Desde esta perspectiva, el texto sabinesiano actúa como un contenido que, por contraste, provoca una amplificación del sentido del testimonio que lo evoca. A raíz de ello, el inmenso dolor que Sabines expresa por la muerte del padre, fruto, cabe recordarlo, del esperado traspaso de un enfermo crónico y de edad avanzada, al encontrarse con la voz de una madre que lamenta “Es la ley natural: las madres mueren antes que las hijas” (p. 11), o con la de Miguel Hernández, que Ester extrae de “Elegía a Ramón Sijé” para describir la muerte de Irene como “Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida” (p. 11), se convierte en una piedra de parangón ante la cual el sufrimiento de una madre resulta, por ser notablemente superior, agigantado.
Terminamos el apartado señalando que dentro del discurso de la testigo es posible reconocer otros ecos del poema de Sabines. Los versos “Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas, / por eso es que este hachazo nos sacude” (Sabines, 2007, p. 6), por ejemplo, además de evocar la imagen de la mutilación, resuenan dentro de una reflexión que Ester realiza en el fragmento III de la entrada del 10 de junio, cuando una amiga intenta animarla. Nótese que, en la cita, al realizar la apropiación, el testimonio conserva el símil que relaciona los padres con un árbol y los hijos con las ramas, aunque, como se sabe, el cercenamiento que se representa en los dos textos sigue una lógica opuesta. Y nótese también cómo, una vez más, el testimonio de Ester utiliza el poema de Sabines como un resorte que le permite ofrecer una imagen amplificada del dolor maternal: “–Eres un roble. Un roble al que le están que- mando una de sus más hermosas ramas, con la raíz podrida y al que, por dentro, se lo comen los gusanos” (Hernández Palacios, 2012, p. 22). Al igual, la evocación de la imagen del enfermo en el hospital, intubado para que pudiera respirar, y del deudo que, al ver como la vida se le escapa, muere un poco con él, que Sabines rinde con los versos “Esperar que murieras era morir despacio, / estar goteando del tubo de la muerte, / morir poco, a pedazos” (Sabines, 2007, p. 7), halla una correspondencia en la escena del reconocimiento del cadáver de Irene, cuando Ester ve a su hija con “el pelo recogido y un tubo en la boca” (Hernández Palacios, 2012, p. 9). Se recuperan estos versos sabinesianos durante una suerte de ensueño, en el que la madre se pregunta “Si te traje a la vida unida a mí por un cordón de sangre, ¿cómo no intenté regresarte a la vida con mi aliento por el tubo que tenías en la boca?” (p. 12); y también, vuelven a presentarse –con una imagen más fiel al original– para explicar la decisión de Ester de conservar, en el funeral, el ataúd de Irene cerrado, con el fin de evitar que su muerte se convirtiera en un espectáculo mediático: “Ahora no puedo defenderte. No tengo fuerzas, ni siquiera sé si tengo corazón: tal vez se me escapó por el tubo que tenías en la boca” (p. 17).
Consideramos que lo valioso de estos últimos ejemplos, dedicados a las intertextualidades que se desprenden del poema de Sabines y se hacen concretas en el diálogo con la voz testimonial, puede ser resumido en tres puntos: 1. en ellos, el significado o la verdad a revelar no se concreta sólo con base en un diálogo entre el epígrafe de una entrada de diario y los contenidos discursivos que forman parte de ella, sino dentro de un panorama dialéctico que abarca todo el texto; 2. en ocasiones, dicho significado ni siquiera se exprime a partir del fragmento citado, sino de otro fragmento del cuerpo del original; 3. en estos casos, el significado se concreta de manera transversal, como si la trama de Ester aprovechara su diálogo interno para rearmar el cuerpo de una verdad que se halla cercenada y dispersa dentro de la escritura, así como a la sombra de la macrocriminalidad lo está en la realidad.6
El diálogo literario entre el testimonio y las voces recuperadas de la realidad
El dialogismo que México 2010. Diario de una madre mutilada emplea para definir y atestiguar la realidad se alimenta también de las voces que la testigo recupera del mundo real –de las personas, las instituciones, los medios de comunicación, etc. Gracias a ellas, se vislumbran la realidad y sus pobladores, se aclaran emociones, valores y situaciones que precisan no ser olvidadas.
En la entrada relativa al 8 de junio –la primera del libro–, por ejemplo, la “normalidad” que los asesinatos de Irene y Fouad vienen a mutilar no se perfila mediante una descripción a cargo de la testigo, sino intercalando con su palabra la risa de sus hijas. Este eco sonoro, pese a su naturaleza pre-verbal, aporta al discurso una carga semiótica que atestigua la felicidad y los valores familiares de unas personas como tantas, que se reúnen para charlar durante una tarde que debería ser como cualquiera: “Regresé a casa como a las 8:30. Cuando abrí la puerta y escuché las risas de mis tres hijas pensé: la felicidad está hecha de estos instantes cristalinos” (Hernández Palacios, 2012, p. 7). Sin embargo, fuera del horizonte de Esther, que su doble mutilada rememora, la escena anterior, al dialogar con otras voces de la trama, se revela de pronto como un recuerdo doliente. Basta releer el fragmento, por ejemplo, a la luz de los paratextos que le anteceden –el título y el epígrafe de la obra7 y el epígrafe a la entrada del día–,8 para que la “normalidad” que esboza se vislumbre como un edén perdido.
Dentro del discurso, entonces, se vuelven significativas otras marcas, las cuales reafirman la lejanía del recuerdo que los paratex- tos acaban de refrendar: se trata de los verbos que, a lo largo de los primeros dos párrafos, se hallan conjugados en pasado –mientras, lo sabemos, en lo que resta de México 2010. Diario de una madre mu- tilada el relato se expresa en presente. Bajo su dominio semántico, la señal que inaugura la visión utópica inicial –la indicación de la hora en la que Esther escucha sus hijas reír– cambia de significado y perfila la tragedia, al marcar, para Irene y Fouad, el principio de una cuenta regresiva.
Del mismo modo, las voces recuperadas del mundo ayudan a Ester a atestiguar la vida y el carácter de su hija. Dentro del mismo fragmento inaugural, por ejemplo, evocar las palabras de Irene le permite vislumbrar el futuro, ahora cercenado, que la joven planeaba para sí y su marido. Sin embargo, por una suerte de pudor –o quizá por la ilusión de tenerla un poco más consigo dentro de la escritura– se apropia de su voz y la abriga con el discurso indirecto. Éste tiene el mérito de transparentar quién era Irene, de exaltarlo, incluso, bajo el lente del amor maternal. Sin embargo, en virtud del repentino cambio de las conjugaciones verbales y por el peso de los epígrafes sobre la interpretación este resumen también participa de una semiótica siniestra: hace que su alusión a la inseguridaddel país, que a la postre se revela como un presagio de su muerte, suene más distante, como si fuera intrascendente. Y por último, ayuda a que esa “felicidad truncada” (Hernández Palacios, 2012, p. 73) –que lejos de un contexto de guerra sería lo más normal para unos recién casados–, paradójicamente, se perciba como una utopía: “El sábado (es martes) ella y Fouad se irán por un tiempo a Houston con su suegro, que está intranquilo por la situación del país. Vendrán a comer el viernes para despedirse, quiere comer chuletas de cordero a la turca (p. 7). En México 2010. Diario de una madre mutilada, también otras voces dialogan con la de Ester, para componer un retrato de Irene. Algunas de ellas son compasivas, como las de sus mejores amigas, cuyo contrapunto de anécdotas, que integra la entrada del 26 de junio, reconstruye la “imagen rota” (p. 74) de Irene, o como las que evoca la cita que sigue, las cuales insisten en los rasgos positivos de la joven e inspiran el retrato me- morable de sus últimos instantes, que la madre imagina:
–La muerte nos ha arrebatado un tesoro –me susurra alguien al oído [...].
–Era una guerrera –me dice su amiga budista.
Una reina guerrera, pienso yo, y encuentro en el recuerdo de su últi- ma presencia, su belleza y forma de plantarse en la vida. Coherente hasta en la manera de morir [...]. Quiso defenderse, pretendió huir. Salvarse, salvarlo. Murió como era: valiente, independiente, echada pa’lante, segura. Bella (pp. 14-15).
A un lado de las voces compasivas, también se hallan otras carentes de empatía, como las de ciertos conocidos o algunos políticos, como éstas de un funcionario público que, durante una reunión de Ester con las autoridades, para acotar la muerte de Irene, se ex- presa como abajo se refrenda. Decimos de antemano que, dentro del contexto dialógico de México 2010. Diario de una madre mutilada, dichas expresiones no rebajan a Irene, ni mucho menos, más bien dan la medida del cinismo y la barbarie –tan parecida a la de los verdugos– de los representantes de las instituciones y rinden fe de por qué la testigo no confía en ellos:
–[...] nadie esperaba que actuara con valentía y que no se apanicara, como suelen hacerlo las viejas.
Porque no hay muchas guerreras íntegras y decididas en esta pútrida guerra, pienso y sigo escuchando, cada vez más distante (p. 19).
Las notas periodísticas y otros textos de cuño referencial juegan un rol importante en la definición del clima de inseguridad que domina la escena xalapeña y nacional: su evocación, en ocasiones, le permite al testimonio respaldarse o reconocerse en discursos afines, que convocan a la comunidad a la responsabilidad social, a la cohesión, a la ocupación pacífica de los espacios públicos en pos de los derechos y la seguridad perdida, y, en otras, le ayudan a trazar la radiografía de un país en guerra, a través del refrendo de nuevos casos y del aumento en el número de víctimas. Por esta razón, su concurso dialógico con la voz de Ester se asocia con la lucha de ella para visibilizar los crímenes y sensibilizar a la sociedad y se torna el contexto donde afirmaciones, como la siguiente, llenas de sarcasmo, cobran el valor de testimoniar el método que la hegemonía usa para imponer su visión monológica de la realidad:
El Secretario de Gobernación pide a los medios que no hablen de violencia [...]. ¿Callar los crímenes cotidianos? ¿Endulzarlos? Decir, por ejemplo: “El día 8 de este mes en que se inicia el verano la hermosa y apreciada joven Irene Méndez perdió la vida a manos de feos malhechores, al mismo tiempo que su compañero de vida perdía la libertad (p. 61).
El artículo “Casa (Xalapa) tomada”, firmado por Armando Ortiz, nos parece a tal respecto destacable, porque denuncia la situación de macrocriminalidad que acecha a Veracruz y a la nación y, también, la indiferencia que hasta entonces ha caracterizado a las autoridades, los medios de comunicación y la ciudadanía. Es más, lo hace entablando un diálogo con lo literario, que recuerda de cerca la dinámica que sigue el testimonio de Ester: forja y amplifica sus significados con el apoyo de la literatura, en el caso específico de un famoso y (casi) homónimo relato de Cortázar, cuyo argumento –que, según algunos, simboliza cómo, en la Argentina, la hegemonía dictatorial se impuso ante la indiferencia general– se presta a la perfección para describir lo que, a cargo de otras fuerzas oscuras, pasa en territorio mexicano. A lo anterior, se suma que el testimonio de Ester introduce el texto de Ortiz con una breve nota (Hernández Palacios, 2012, p. 30), mas no lo comenta, en señal, juzgamos, de completa adhesión a los contenidos que expresa. Lo mismo acontece con una nota recuperada de internet, “Xalapa: la máscara de la muerte roja”, de Javier Hernández Alpízar, cuyos contenidos llevan un tono consonante con el ejemplo anterior; con el desplegado que firman los colegas de la Universidad y algunos intelectuales xalapeños, en demanda de justicia y seguridad; con la versión paródica del Padre nuestro que le envía un hermano; con la reseña de El poder del perro, de Don Winslow, que su otro hermano, Luis, publica –casi como un presagio– pocos días antes de la muer- te de Irene, utilizando la mirada de un joven sicario, a través de la cual observa a su país y lo descubre mutilado:
Lo visualizo separado en dos partes. En una está la mafia que nos gobierna [...] junto con sus enemigos/aliados: el crimen organizado. En la otra, la sociedad indefensa. Parecería imposible encontrar otra guerra más desigual. Unos tienen el poder, el dinero y las armas. Los otros, sólo tenemos lo poco que nos queda de tejido social (Hernández Palacios, 2012, p. 102).
Dentro de un testimonio como éste, donde la escritura se hace coral para sanar las verdades mutiladas, el diálogo con la nota roja y las páginas web que dan cuenta de la violencia, no es solamente un camino para atestiguar los crímenes que algunos quieren ocultar; dentro de su potencial semiótico también se halla la posibilidad de reafirmar ese “tejido social” del que habla la cita anterior o de expresar una hermandad que, de algún modo, se postule como antagónica a la hegemonía de la violencia: por ejemplo, la que con- forman otras madres mutiladas –y, en general, las demás víctimas–, cuya comunidad ideal se torna para Ester un contexto en el que el dolor cobra sentido, como lo muestra este extracto del II fragmento del 28 de junio, donde ella puede sentirse menos sola: “Preferiría quedarme esta mañana a leer los periódicos y seguir llevando así la cuenta de los muertos. Es absurdo, pero sé que no lloro sola, tal vez Dios aparezca y se conduela de las miles de madres que hemos perdido un hijo” (p. 81)
Conclusiones
La imagen del llanto de otras madres mutiladas, que se hermana con la de Ester, y el efecto de sosiego que la conciencia de esta unión de soledades produce en ella nos parecen el emblema de una ética humana que el diálogo significativo que se desenvuelve entre los contenidos de México 2010. Diario de una madre mutilada pretende rescatar. Ya en otros momentos, en la trama, la unión de las personas, de sus gestos y sus voces se habían destacado como un elemento vital, un bálsamo para las mutilaciones que la violencia provoca, y un camino para revertir, al menos simbólicamente, el poderío de la muerte. Sucede en el fragmento II del 10 de junio, por ejemplo, cuando Ester recuerda el fallecimiento de su madre y los rezos que ella y otras personas unieron para ayudarla “a cruzar el umbral” (Hernández Palacios, 2012, p. 21); o en el del día 9 del mismo mes, donde la testigo confiesa que la solidaridad de los otros, aun sin curar su dolor, es el único alimento espiritual que le permite sobrevivir (p. 13); o incluso, en las alusiones, que se hallan esparcidas por el México 2010. Diario de una madre mutilada, a las plegarias o los rituales que Ester organiza o presencia para acompañar el traspaso de Irene, los cuales, a la postre diseñan una armonía que fusiona notas católicas, budistas, judías, musulmanas e, incluso, de sincretismo popular.
Debido a lo anterior, consideramos que esta unión de llantos, que juntos se agigantan hasta alcanzar a Dios –o cualquiera de los otros ejemplos de unión que acabamos de dar–, representa in nuce la forma estética de esta obra, una unidad que se aglomera, juntando los fragmentos de sentido que se hallan dispersos tanto en su interior como en torno a ella. La unidad de un testimonio que, con los fragmentos de la realidad que retiene el recuerdo, y otros, literarios, que la memoria guarda en sus vericuetos, atestigua la historia de su mutilación, para que no sea olvidada. La unidad de una madre que las heridas han vaciado, transformándola en una hoja de papel en blanco y, por demás, “estrujada” (p. 81), la cual, sin embargo, se va llenando de las palabras de los demás, hasta alcanzar una realidad y una integridad –al menos a nivel textual– que dan razón de su supervivencia. La unidad, finalmente, de tantas voces cercenadas y vacías que, al coaligarse, descubren que aún saben afirmar la realidad. Es el ejemplo concreto, atestiguado desde una lógica literaria, de que se puede responder a la violencia con una nueva agrupación antagónica, hecha por la unión y la colaboración empática de los ciudadanos y los grupos –que las voces en concierto dentro de la trama simbolizan– que, al condolerse y atestiguar de forma conjunta, y aportando los muñones de emociones e informaciones que les quedan, vencen el silencio que el monologismo autoritario impone para perpetuar su poderío. Es la prueba de que no existe un testimonio mutilado, porque la literatura, que siempre junta y fusiona, no puede ser mutilada.
Referencias
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1 Pensado –en nuestro caso de estudio– como la práctica discursiva de la que se sirve un estado de macrocriminalidad para reprimir de forma violenta la palabra y los valores de los otros grupos sociales (Bajtín, 1989, pp. 159-160).
2 El dialogismo, tan importante dentro del panorama del lenguaje, es para Bajtín el fenómeno que la literatura abstrae, aísla y representa para fraguar, bajo formas diferentes, la imagen de una humanidad ideal que se enfrenta a una existencia problemática, juntan- do esfuerzos y conocimientos particulares en aras de un bien común (Bajtín, 1989, pp. 148-175).
3 El concepto de contenidos nos ayuda a imaginar cómo esas voces que el dialogismo recupera actúan dentro de una trama, siguiendo una arquitectura significativa. Bajtín sostiene que, dentro de esta lógica, cada contenido es un doble en miniatura de la forma general y afirma su sentido según modalidades a menudo peculiares (Bajtín, 1989, p. 37).
4La idea de forma estética nos guía en la interpretación de esta arquitectura, que se arma tras la valoración y la disposición de los contenidos en los diferentes niveles de una trama (Bajtín, 1989, p. 25).
5 Lejeune (1994) describe la autobiografía como “relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (p. 50).
6 Planeamos otro estudio donde, tras profundizar en la existencia de ulteriores fragmentos cercenados de “Algo más sobre la muerte del mayor Sabines” dentro de la escritura de México 2010. Diario de una madre mutilada, trataremos de averiguar y, eventualmente, ilustrar casos símiles, que involucren los demás intertextos literarios que se citan en la trama.
7 “Una espada se me clava en el pecho / soy el muñón de un cuerpo desgajado / una llaga purulenta / una herida abierta hasta el hueso / un cuerpo mutilado” (Hernández Palacios, 2012, p. 6).
“Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé! / golpes como del odio de Dios” (Hernández Palacios, 2012, p. 7).