El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias
Sección Flecha
Vol. 3, núm. 6, mayo-agosto 2023
Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana
ISSN: 2954-3843
De la alteridad a la nuda vida, el caso de dos novelas mexicanas
From Otherness to the Bare Life, the Case of Two Mexican Novels
Lucía Battista Lo Biancoa
aUniversidad de Buenos Aires, Argentina, lucia.battlo@gmail.com
Resumen:
El presente trabajo indaga comparativamente en dos novelas mexicanas aparecidas en la última década, La fila india de Antonio Ortuño (2013) y Las tierras arrasadas de Emiliano Monge (2016); como los diversos espacios fronterizos por los cuales transitan migrantes centroamericanos se trans- forman en “estados de excepción”, según el concepto de Giorgio Agam- ben (2004). En ambos relatos los migrantes son asaltados por bandas del crimen organizado e incluso por agentes del Estado que los reducen a la nuda vida. Así, vemos cómo a través de la violencia se ponen en crisis las narrativas político-jurídicas de los Estados-nación (Arendt, 1996).
Palabras clave: migración; frontera; vida desnuda; realismo; literatura mexicana.
Abstract:
This paper explores comparatively in two Mexican novels that have appeared in the last decade, La fila india by Antonio Ortuño (2013) and Las tierras arrasadas by Emiliano Monge (2016); how the various border spaces through which Central American migrants pass are transformed into “states of exception”, according to Giorgio Agamben’s concept (2004). In both stories, migrants are assaulted by organised crime gangs and even by state agents who reduce them to the bare life. Thus, we see how, through violence, the political-legal narratives of nation-states are put in crisis (Arendt, 1996).
Keywords: migration; border; bare life; realism; Mexican literature.
Recibido: 14 de diciembre de 2022
Dictaminado: 10 de marzo de 2023
Aceptado: 21 de marzo de 2023
Nunca se sabrá ninguna verdad respecto a hechos delictivos que tengan relación, incluso mínimamente, con la gestión del poder.
Federico Campbell
1. Introducción
Considero que para América Latina el problema de la violencia es, tal como cita Octavio Paz, en El laberinto de la soledad (1950), a Ortega y Gasset, “‘el tema de nuestro tiempo’: la sustancia de nuestros sueños y el sentido de nuestros actos” (Paz, 2016, p. 231). Las dos novelas a las que refiero, de edición reciente, envían a ese entorno. Pertenecen a dos autores mexicanos nacidos durante la década del 70. Ambas abordan la emergencia del fenómeno de la migración de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, que, en su diáspora idílica hacia Estados Unidos, se ven obligados a em- prender una travesía por México, a menudo fracasando en el intento.1 Cada una, a su modo, tematiza delitos de tránsito –o trasiego, como se le dice al traslado de mercancías ilegales, entre las cuales están incluidas las personas– a través de la frontera, delitos relacionados con la movilidad, “como la migración, etnicidad, narcóticos y otros” (Deflem, 2002, p. 69. Cit. por Romero y Martínez, 2016). Estas novelas de migración o de frontera2 son modulaciones siglo XXI de la larga tradición de novelas de la (o sobre) violencia, que constituyen, como una constante, el sistema literario mexicano, en particular, y latinoamericano, en general.
Los espacios fronterizos que definen los estados nacionales poseen una compleja morfología y naturaleza social, ya que son parte necesaria del tránsito de todo tipo de mercancías, flujos y valores para el comercio internacional; y por eso, son propicios para la aparición del crimen, el tráfico de personas y estupefacientes, la esclavitud, todo tipo de abusos y situaciones siniestras. Un locus ideal para el resurgir de la literatura policial o, al menos, para convocar algunos efectos y tensiones de lo detectivesco en relación con el crimen, algo que está presente en distintos grados en las novelas que abordaré. De hecho, lo que estas narraciones vienen a decirnos es que en las zonas de frontera todos los crímenes se intersectan; y así desnudan la corrupción policial-estatal que está imbricada con el crimen organizado y viceversa.
Cada una de estas novelas toma una dimensión distinta del crimen: Las tierras arrasadas (2016), de Emiliano Monge, explora en profundidad el mundo de los criminales, mientras que la otra, La fila india (2013), de Antonio Ortuño, realiza una indagación similar, pero dentro del mundo de los funcionarios estatales designados para supuestamente “combatir el crimen”, como los servicios de migración. Se trata de ficciones que problematizan la violencia social en México, un país donde según dicen “la justicia vale menos, infinitamente menos que el orín de los perros” (Olvera, 2013, p. 16), violencia que, a menudo, es política, no sólo porque se ejerce desde espacios de poder, legítimos o no, sino porque, cuando apa- rece como resistencia ante otras formas de violencias precedentes, a menudo pone en juego la vida de quienes la detentan o reciben. Para analizar esto, retomaré lo expuesto por Giorgio Agamben en el primer tomo de Homo sacer (1995). Allí el autor piensa, en términos de “vidas desnudas”, la situación político-social a la que empuja el capitalismo actual a los pueblos del llamado “Tercer Mundo”, al despojarlos de todo y obligarlos a migrar. Así, podemos decir que la existencia de los personajes traficantes y migrantes de estas novelas es política en sí, “precisamente porque está siempre” ex- puesta “a una amenaza de muerte incondicional, está en perpetua relación con el poder que la ha expulsado” (2018, pp. 280-281).
2. Métodos
Realicé un análisis comparativo de dos novelas con afinidad esa- tica, publicadas durante la década que va entre el 2010 y el 2020, en México, escritas por autores también contemporáneos, con el objetivo de reconsiderar la potencia del estatuto literario para re- flexionar sobre problemas sociales, entendiendo que el método del comparatismo intraamericano para los estudios literarios permite formular una inte
3. Resultados
Poner en serie estas narraciones no es una novedad, ya que su filiación la hace el propio Monge (2016, video) al hablar de su novela en relación con la de Ortuño, publicada tres años antes, y respecto de la cual logra hacer algo completamente diferente, con base en un mismo tópico y bajo un mismo propósito de escritura, según han declarado ambos autores públicamente.
Cada una de ellas toma una dimensión distinta del crimen, pero en ambas los migrantes son el botín de una disputa entre bandas. La fila india centra su acción en las secuelas que deja un ataque a un albergue de migrantes en una ciudad fronteriza y en el rol cómplice de los funcionarios estatales con los criminales, en el marco de una disputa territorial por el control del paso en la frontera, mientras que Las tierras arrasadas relata tres días en la vida de una banda de polleros que trafican con migrantes centroamericanos, al mismo tiempo que se cuece la sublevación de un grupo de subordinados. La novela transcurre en la frontera sur del país y, aunque no se diga explícitamente, podemos saber que se trata del Estado de Chiapas, una zona de paso para los migrantes centroamericanos que, según se narra, cruzan guiados por Los Chicos de la Selva, dos hermanos de 14 y 15 años, que viven de ser polleros o coyotes, sustantivo con el que se denomina a los traficantes de personas. En esta frontera mexicana, se deporta más gente que en Estados Unidos.3 Allí, las bandas de traficantes no sólo portan narcóticos, sino también personas, a las que, como masa amorfa, cosifican, esclavizan, torturan, desmembran, venden o, tal vez, desaparecen, asesinan y tiran a una fosa o echan al fuego. En esas zonas de contacto4 (Pratt, 1991), que devienen en verdaderos estados de excepción (Agamben, 2004), las fuerzas estatales dividen sus labores con el narco y los polleros y usufructúan a los migrantes como destinatarios de sus ardides de violencia, porque es sabido que la pesadilla del sueño americano a menudo comienza mucho antes de pisar suelo gringo. Es en este sentido que las metáforas del infierno y del purgatorio dantesco, como “cono invertido” del que no hay salida, sintetizan, en esta segunda mitad del siglo XXI, las narrativas de la inmigración latinoamericana (Lamberti, 2004; Zúñiga, 2013. Cit. éste por Perassi, 2019):
En el proceso de apropiación actual del icono dantesco, resalta una vertiente, especialmente vinculada con uno de los temas centrales de la literatura latinoamericana contemporánea: la representación de la violencia, del infierno en la tierra. El infierno de los tortura- dos y violados, de los humillados y de los ofendidos, de las víctimas y de los muertos sin rostro y sin voz que se acumulan innumerables, expuestos, insepultos, en las tinieblas del siglo (Perassi, 2019, p. 45).
La presencia de Dante Alighieri y la Divina Comedia en nuestras novelas de migrantes no es la excepción. En Las tierras arrasadas, esta referencia aparece a través de la denominación de los espacios, como El paraíso, un orfanato donde fueron violentamente criados los traficantes protagonistas, o El infierno, un rancho donde se des- membran y queman autos y cuerpos a la vez, o El purgatorio, las cuevas donde Los Chicos de la Selva se deshacen de los tullidos o embarazadas del grupo de migrantes. Además, durante todo su desarrollo, el narrador intercala frases extraídas del texto de Alighieri, que figuran en itálica y se combinan con citas de testimonios reales de migrantes salvadoreños, que interrumpen la narración al utilizar un margen diferenciado y un ordenamiento en versos, conforman- do así la atmósfera de miedo y horror que posee la novela. Según apunta el autor, pese a su intención de tomar extractos de todas las partes de la Divina Comedia, “son el 90% del Infierno y unas pocas del Purgatorio. No hay ni una del Paraíso” (2018, entrevista). En torno a la presencia de Dante en la novela, Perassi agrega:
Dividida en tres libros, como la Comedia; desarrollada en tres días, como la Comedia, la novela se eleva como un canto fúnebre en me- moria de los cuerpos y de las vidas vejadas de los migrantes, un canto que es coro trágico construido por las citas, o alternas, o conjuntas, de 49 versos de la Divina Comedia con otros tantos testi- monios de migrantes centroamericanos (2019, p. 49).
Por su parte, en La fila india se menciona a Dante en relación al hallazgo de fosas repletas de cadáveres en Tamaulipas, Estado del norte de México, que limita con el río Bravo, lugar al cual llaman “el averno” (Ortuño, 2013, p. 150).
3.1 Personas sin estado
Pensar en literatura latinoamericana desde la conceptualización de novelas de migración plantea en sí mismo un desafío crítico. Al respecto, Héctor Reyes Zaga (2019) propone:
la imagen del inmigrante ha ocupado en la narrativa latinoamericana un lugar paradójicamente central y marginal. Central porque ha servido de musa a escritores en la producción de sus obras, pero marginal, al mismo tiempo, debido a que la crítica literaria ha ignorado o devaluado su estudio. [...]. El problema principal radica en distinguir si la literatura de migración está constituida exclusiva- mente por escritos producidos por inmigrantes; por todas aquellas obras que incluyen inmigrantes en sus representaciones y construcciones; por los trabajos que tematizan de manera literaria el motivo de la migración o por la totalidad de la escritura que exhibe algún tipo de desplazamiento (ya sea real o simbólico) (pp. 142-145).
Estas novelas de migrantes implican un conflicto identitario, de alteridad: ser el Otro en un país ajeno. Por ello, en ambas aparece como subtexto una reflexión y una discusión sobre la nación: “Su migración nace del deseo de escapar de una situación precaria hacia un nuevo mundo donde puedan alcanzar la libertad necesaria para una vida plena” (Reyes Zaga, 2019, p. 147). Hay consenso en la crítica especializada en que esta es una característica propia de la literatura de migración, sobre todo en América Latina. Sin embargo, es menester señalar que tanto la novela de Ortuño como la de Monge, si bien comparten aspectos temáticos con esta literatura, como el tema de la hibridez identitaria, el conflicto de la alteridad, “el viaje y el cruce fronterizo; la descripción de las vejaciones y sufrimientos de los inmigrantes; la defensa de sus derechos humanos; la descripción de la ciudad [...], el conflicto cultural [...], la asimilación o la resistencia y la correspondiente promoción del nacionalismo” (Reyes Zaga, 2019, p. 148), no son novelas que se ajusten estrictamente a algunos de los rasgos de la literatura de migración, pues se trata de novelas escritas por mexicanos que no viajan, no por migrantes. En ellas, los personajes que migran no arriban a su lugar final de destino, sino que están de paso, suceden en ese transcurso del viaje y, en última instancia, representan y problematizan a ese “México expulsor de migrantes” (Reyes Zaga, 2019, p. 142), a esa narcofosa que, como dice el narrador de Monge, se traga los sueños y los anhelos de los que vienen de otras tierras. De este modo, pueden ser leídas como “narrativas de la no-supervivencia” (Pratt, 2011, p. 437). En palabras de Mary Louise Pratt: “En esta nueva variante la narración está en tercera persona y las obras hablan principalmente de muertes anónimas. [...]. Son las escenificaciones de la muerte, la exclusión y el fracaso las que impactan la imaginación del público metropolitano y perduran en ella” (2011, p. 436). La crítica argentina Luz Horne (2011), siguiendo a Giorgio Agamben, plantea que “cada sociedad pone sus límites y decide quién es su homo sacer, quién es aquel conservado –dentro de la sociedad misma– como muerto vivo, en el abandono, en un ‘estado de excepción’ que se transforma rápidamente en regla” (p. 159). En estos casos, al interior de la sociedad mexicana los homines sacres serían los migran- tes centroamericanos. Según estas ficciones, pueden ser definidos como “sujetos sin capacidad de actuar, despojados de decisión, aturdidos por la amenaza de muerte y la discriminación, y convertidos en una corporalidad pura que bordea la animalidad” (Horne, 2011, p. 159). Así, Agamben, al analizar el holocausto judío, define a la nuda vida del homo sacer según estos términos:
“Desnuda”, en el sintagma “vida desnuda”, corresponde aquí al término griego haplos [absolutamente], con el que la filosofía primera define al ser puro. [...]. La vida del homo sacer no tiene valor, por ello puede ser asesinado sin consecuencias punitivas, porque se trata de “vida sin valor” (o “indigna de ser vivida”) (2018, pp. 212-278).
En palabras de Horne (2011), “la expulsión de lo humano en el hombre y su reducción a simple vida animal es un proceso que lleva a que se los pueda matar sin que esto se considere un sacrificio: ya son homo sacer” (p. 156). En la experiencia migrante ficcionaliza da en estas novelas, podemos identificar esas vidas de homo sacr en el marco de “literaturas reales”. Luz Horne acuña esta definición para conceptualizar una serie literaria latinoamericana escrita des- de los 90 en adelante, en la cual hubo un renovado interés por el realismo. La autora, que propone este concepto para un corpus es ecífico de novelas diferente de las de Ortuño y Monge, lo explica del siguiente modo:
es casi innegable que en diversos contextos nacionales latinoamericanos desde los años noventa en adelante, probablemente debido a cierta agudización de la desigualdad social, la pobreza y la violencia en las grandes ciudades latinoamericanas –o quizás debido a un cambio en la naturaleza del modo en que estos problemas se configuraban hasta entonces– esta tendencia se ha venido generalizando. Así, comienzan a surgir de un modo mucho más constante una serie de textos y films que adoptan una estética realista para exponer una marginalidad creciente y mostrar la ciudad como un espacio degradado, sucio y ruinoso. [...]. Si cambia lo que entendemos por realidad y los modos de percibirla, y si cambia lo que consideramos como verosímil, los modos de representación de la realidad y las pautas que definen la verosimilitud también deberían cambiar (pp. 13-14).
De este modo, el proceso de conversión en homo sacer de los migrantes es parte de la desindividuación y la transmutación en mero cuerpo, hasta llegar a ser muertes “anónimas” –como señala Pratt (2011)–, en una atmósfera realista trastocada, según propone Horne. En Las tierras arrasadas, por ejemplo, los migrantes nunca tienen nombre; son genéricos, totalmente impersonales. Su denominación va graduando su despojo. Primero son los que vienen de otras tierras, de otras patrias o de muy lejos. Luego son denominados, en tanto sinécdoque, según posean o no un carácter que permita definirlos: son los que aún presumen de un alma, los que todavía tienen lengua, los que aún tienen una sombra. Para finalmente pasar a ser los nadies, los sinalma, los sin Dios (Monge, 2016, pp. 23 y 143). Así, tal como apunta Luz Horne (2011), “en esta materialidad hay una dimensión corporal que señala una objetivación o cosificación de lo subjetivo; un cuerpo desubjetivado al punto de convertirse en objeto. [...]. En la exposición de un sujeto vuelto cosa [debería leerse] un ‘fresco’ de época” (p. 158).5 Algo similar, casi de modo anticipatorio, fue planteado por Octavio Paz en El laberinto de la soledad: “La antigua relación entre víctima y victimario, que es lo único que humaniza al crimen, lo único que lo hace imaginable, ha desaparecido” (2016, p. 66). Además, el trastocamiento de las coordenadas que habilitan la verosimilitud nos permite encontrarnos con personajes arque- típicos, genéricos, casi como una condensación de tipos sociales, que son designados con nombres que no por irónicos son menos lúgubres –Epitafio, Mausoleo, Cementeria, Sepulcro, Osamenta– o lugares que se nombran dantescamente como El paraíso o El Infierno, en la novela de Monge, o cínicamente como el Biempensante, en Ortuño. De este modo, vemos que en Las tierras arrasadas el proceso de deshumanización de los migrantes empieza por la des- personalización, es decir, por la apuesta que hacen los traficantes en pos del despojo de la identidad. Lo primero que buscan evitar los criminales es que entre los sobrevivientes puedan hablar, hacer comunidad. Por eso, el narrador comienza a llamarlos “los sinvoz” (Monge, 2016, p. 164) o “sinnombre” (p. 153). Son los enmudecidos después de la tortura o de haber visto bien de cerca a la muerte; son aquellos que no pueden afirmar su identidad en la palabra. Además, así como cada personaje es denominado por el narrador según la (des)posesión de un carácter, el migrante que intenta hacer que el grupo socialice, a pesar de las violaciones y las torturas, es llamado Merolico –que significa charlatán. Él procura, aun a sabiendas de la banalidad de su intención, paliar la violencia a través de las palabras. Merolico finge que lee las palmas de las manos de sus compañeros, cuenta historias para intentar apaciguar un poco el dolor de quienes sueñan con “volver al terruño y ser feliz” (p. 210) e intenta dar esperanzas para soportar el horror. Pero el narrador omnisciente, que funciona como un latigazo de realidad y cinismo resignado, refiere a estas circunstancias como la “esperanza que falsea Merolico” (p. 228).6 Este procedimiento de sembrar la duda por parte del narrador aparece permanentemente cuando refiere a los migrantes con sintagmas que aún afirman subjetividad, pero prometen dejar de hacerlo: “el que tiene aún un nombre”, “la que cuenta aún con Dios”, “quien aún presume de un alma”, “el que todavía tiene un cuerpo” (p. 258), “hombres y mujeres que aún conservan la esperanza” (p. 259) o que “aún abrazan sus anhelos” (p. 260), “aquellos que creen todavía en su suerte” (p. 261), “convencidos de estar cambiando su fortuna” (p. 264), los que “arrastran su ilusión como una sombra” (p. 300). Así, señala a través de adverbios de tiempo –aún, todavía– o utilizando verbos y sustantivos que dan una idea de apariencia o de mentira –presumir, falsear, ilusión– el final anunciado desde el título mismo de la novela.
3.2 Las tramas
En la trama, el personaje Merolico es vendido a quienes regentea- ban el deshuesadero denominado El Infierno, un lugar horroroso, que evidencia cómo las cadenas de valor no escasean en el mundo criminal. Allí, autos y cadáveres son quemados por igual y esto es significado como “puro trocerío” (Monge, 2016, p. 236). Merolico llega a conocer –casi como en un Auschwitz latino– “cómo huelen los humanos al quemarse” (Monge, 2016, p. 246). En ese momento, el personaje ilusamente cree haberse salvado, pero nadie en ese mundo se zafa de la perversidad del mal.
Por su parte, en La fila india aparece la brutalidad más despiada- da de la que es capaz el ser humano llevado a situaciones límites y movilizado por un profundo y legítimo deseo de venganza. Yein, quien antes de migrar vivía en la más profunda miseria en El Salvador, termina siendo la única sobreviviente de los tres ataques a los albergues de Santa Rita, el pueblo fronterizo donde se sitúa gran parte de la trama. En uno de ellos, murió su esposo, único miembro de su familia, quien durante el viaje permitió –o sencillamente no pudo impedir– la violación de la que fue víctima.7 Pero ella, aún quemada y siendo casi un despojo de ser humano, acaba consumando su venganza, único motivo por el cual había decidido sobrevivir. La novela también cuenta con referencias reales, cuan- do se mencionan las fosas comunes encontrada en Tamaulipas, en 2010, luego de la masacre de migrantes ocurrida entre el 22 y 23 de agosto, atribuida al cártel de los Zetas. En la novela, este hecho criminal “compite” por la difusión en la prensa, en la cual se narra en tanto hecho principal la quema de albergues de centroamericanos en Santa Rita. En este sentido, la protagonista reflexiona:
Eran decenas y decenas de cadáveres en zanjas. ¿Zanjas? Fosas comunes. Ningún grupo de ese tamaño llegaba lejos sin dividirse. Debieron irlos cazando a medida que llegaban, por meses o años, y entonces habían decidido deshacerse de ellos, una mañana, como quien resuelve que va a desayunar huevos con frijoles. Nuestros quemados habían palidecido. Se difuminaron. Apenas dos docenas de notas [...] citaban lo que pasó en Santa Rita como precedente. Quién necesitaba el contexto de nada. Total: los cuerpos extranjeros nos avergonzaban pero no demasiado. Si no sabíamos qué hacer con la mitad del país, por qué nos iban a preocupar los demás.
¿Podíamos matar tan tranquilamente como hacíamos el pan? Porque éramos un pueblo hospitalario y solidario, [...] un pueblo admirable. Miren nomás cómo ayudó la gente cuando el temblor del año ochenta y cinco. En otros países se habrían quedado sentados hasta que llegara la ONU. Pero, bueno, supongo que en otros países no hubieran rematado a los niños a machetazos o a sus madres a tiros ni hubieran puesto a los hombres a pelear entre ellos para merecerse el premio de vivir unas horas más (Ortuño, 2013, pp. 120 y 121).8
Pero lo que hay en la novela de Ortuño es, sobre todo, una parodia al rol de la Comisión Nacional de Migración (CONAMI). Ante cada ataque a los albergues de migrantes –que son sucesivos y tienen como objetivo asesinar hasta a la última sobreviviente del grupo–, como ocurre también cuando el incendio provocado por Yein para vengarse de los responsables, la CONAMI no hace más que publicar una y otra vez el mismo comunicado de lamento, con pequeñas variaciones en cuanto al lugar del ataque y a la cantidad de muertos, siempre procurando utilizar palabras políticamente correctas, que no digan demasiado. Por si aun quedaran dudas de su funcionalidad, el narrador, asumiendo sencillamente la pura formalidad de esa institución y sus posibilidades de incidencia, nos aclara que “La elección de las palabras era indudable. No cambiaba una coma. El sentido único del boletín era que nadie lo creyera pero que no provocara líos. Y, sobre todo, que nadie pudiera agregar: ‘No sacaron ni un puto boletín’” (Ortuño, 2013, p. 120). Lamentablemente, el referente de esta parodia podría ser el accionar institucional y el discurso oficial de los sucesivos gobiernos mexicanos, que señalan “daños colaterales” en la “guerra contra el narco”, es decir, muer- tes y desapariciones de “civiles” –no narcos, a veces migrantes–, a quienes se busca criminalizar y utilizar como chivos expiatorios. El realismo al que se ajustan estas novelas es relevante en términos del análisis, como bien observa Horne (2011):
produce una distancia con respecto a cualquier tipo de “vínculo piadoso” que pueda establecerse entre el lector y aquello que se muestra y en este sentido es –sí– un arte despiadado. [...]. Esto permite captar algo de la corporeidad de la “vida desnuda” sin reducirla a una estructura de sentido que le quite su incomodidad y evitar la posibilidad de hacer una afirmación moral o didáctica (p. 171).
Considero que este realismo despiadado, entendido como aquel que busca provocar un efecto y no sacralizar y tranquilizar con la representación, aparece también en Las tierras arrasadas, precisa- mente por la opción de procedimientos narrativos que toma: por un lado, a través de su narración, lindante con lo poético, donde la sintaxis es barroca, no persigue un orden lineal; por el otro, por la intromisión de versos de la Divina Comedia y de testimonios reales de los salvadoreños migrantes, que se insertan en medio de los pasajes narrativos. También por las formas de nombrar a cada uno de los personajes, para significar las nudas vidas migrantes. Y por último, por la circularidad de la violencia, que es puesta en evidencia al final de la novela, cuando, en el Claro de Luna, el nuevo contingente migrante y sus polleros son brutalmente masacrados. Es en este sentido que se distancia del clásico dantesco: la esperanza está negada, el Infierno en la tierra es intransitivo (Perassi, 2019). Por esto mismo, la buena intención de –por ejemplo– Irma –en La fila india –, la asistente social que envía el gobierno luego de los incendios al albergue, fracasa previsiblemente, aunque casi sin quererlo intente aminorar la crisis social rescatando a una de las sobrevivientes del ataque e investigando y develando las complicidades estatales en el crimen. Algo similar le sucede a Estela, la protagonista de Las tierras arrasadas, cuando intenta alertar a Epitafio, su compañero y jefe de la banda, sobre la traición que sus subordinados planean y no lo logra. En esa cloaca de mundo, no hay lugar para las buenas intenciones, a lo mucho, como Yein, sólo es posible pensar en términos de odio, donde lo que guía no sea un valor, sino el mero deseo de venganza. Porque en el futuro sólo se espera más violencia, habrá nuevos cruces fronterizos y nuevos grupos, no importa comandados por quién; allí solo la muerte permanece.
4. Discusiones
En el primer tomo de Homo sacer, Agamben (2018) refiere a Hannah Arendt, para profundizar en la crisis política, y de sentido, que significa para los estados-nación la aparición de los refugiados en tanto sujetos complejos de catalogar jurídicamente. Dice:
La paradoja de la que parte Hannah Arendt es que la figura del refugiado, que debería haber encarnado por excelencia al hombre de los derechos, marca en cambio la crisis radical de este concepto.
Si los refugiados [...] representan un elemento tan inquietante en el ordenamiento del Estado-nación moderno, es sobre todo por- que ponen en crisis la ficción originaria de la soberanía moderna, quebrando la continuidad entre el hombre y el ciudadano, entre la natividad y la nacionalidad. Al sacar a la luz la separación entre el nacimiento y la nación, por un instante el refugiado hace aparecer en la escena política aquella vida desnuda que constituye su presupuesto oculto (pp. 191 y 199).
En esta línea, vemos cómo las caravanas migrantes en México han vuelto a poner a la orden del día una reflexión tradicional de la intelectualidad de este país: la cuestión de la identidad nacional, el ser o la filosofía de lo mexicano (Vasconcelos, 1925; Ramos, 1934; Paz, 1950). Pero estas ficciones no colaboran con un discurso hegemónico, que sirva a las élites en pos de la construcción de una mitología nacional funcional al poder político (Paz, 1970; Bartra, 1987), ni se contentan con la supuesta esencialización de un malinchismo originario (Paz, 1950), sino que lo que sugieren es, en términos de Roger Bartra (2017), la configuración de una “anti-utopía”: “los mexicanos que han resultado de la inmensa tragedia [...] son habitantes imaginarios y míticos de un limbo violentado” (pp. 34 y 36).
4. 1 Conjurar el nacionalismo
Tanto Las tierras arrasadas como La fila india, con sus escritores “como francotiradores” (Paz, 2016, p. 348), intentan trascender la frontera que, con un discurso racista y xenófobo, “divide en dos las tierras arrasadas” (Monge, 2016, p. 303). Se constituyen a la vez en relatos de denuncia y en testimonios de esperanza. Son una alerta de la propia barbarie, en tanto narrativas que intentan desnaturalizar y poner historias a esas cifras a las que la sociedad, ya sea por miedo, prejuicio o desinterés, parece acostumbrada. En este sentido, pueden ser entendidas como “contra-narrativas de la violencia” (Monge, 2016, video). Se trata, en última instancia, de no- velas que portan una crítica identitaria social-nacional al configurar la identidad de lo mexicano sobre la base de contra-valores o bien desarmar, a través de la violencia, la pretendida identidad nacional. Minan esa posibilidad al hacer evidentes las cloacas del poder, el uso arbitrario de la violencia y la infinidad de violaciones a los derechos humanos en ese casi “estado de excepción” (Agamben, 2004) que es la frontera, y que se extiende a vastas extensiones territoriales. Es por esto que la mexicanidad aparece permanentemente ridiculizada y despojada de los valores que se suponen respetables, dando cuenta, a su vez, de cómo esos supuestos “rasgos nacionales” “no son sino consecuencia de la prédica nacionalista de los gobiernos” (Paz, 2016, p. 133). Así lo sintetiza el narrador de Las tierras arrasadas: “Los seres que padecen los castigos de la patria que se traga los anhelos y sepulta los recuerdos” (Monge, 2016, p. 80). Aquí, la patria, como sinécdoque, adquiere un triple significado: es México que funciona como una trampa para la diáspora, a la vez que es el país de origen y también son los criminales, en tanto agentes de los castigos que inflige la patria de recepción. Sin ir más lejos, los propios personajes criminales se denominan a sí mismos “la puta República” (Ortuño, 2013, p. 214) o “la patria” misma (Monge, 2016, p. 119), porque si, como dice Bartra, “la búsqueda de la grandeza prometida –y siempre diferida– se conecta con la exaltación patriótica de la violencia emocional constitutiva del carácter mexicano” (2017, p. 181), estas novelas vienen a desnaturalizar esa operación de exaltación violenta y a mostrarla en su más repulsiva crueldad, para “huir del insoportable patrioterismo” (p. 187). Y en este mapa, son las novelas de migrantes aquellas que reinstalan un imaginario posible de justicia y de memoria.
Este nacionalismo, que deviene muchas veces en xenofobia, es expresado en la novela de Ortuño por un personaje denominado, paródicamente, “Biempensante”; y sus divagues se parecen demasiado a los que dirigen los gringos contra los mexicanos, pero en este caso, el rol de Otros en tierra extranjera lo juegan otros. Un buen día, el Bimpensante decide alojar, a regañadientes, a una migrante hondureña de 20 años, de esas que había “tomado la ciudad” a la bajada del ferrocarril. La pone a trabajar de sirvienta. Como previsiblemente podía suceder, un día comienza a violarla, depositando todo su odio racial en ese cuerpo inerte, que planea silenciosamente su venganza. Así, el Biempensante –de quien no podíamos esperar menos– se refiere al acto con la jerga de la política oficial: “La primera medida de control de daños, siempre el control de daños, es cubrirla con una bata” (Ortuño, 2013, p. 158).9 Finalmente, una vez naturalizada la crueldad la hondureña le cuenta que no era la primera vez que la violaban y que, como sabían que “eso iba a pasarle en el viaje” (Ortuño, 2013, p. 159), en su país le habían inyectado anti- conceptivos. Certeza trágica del destino infernal. Y una vez más, la dualidad se hace presente: la conducta del Biempensante, educado, no tiene nada que envidiarle a la del Estado o la del crimen organizado. En esta línea, el Biempensante, con aparente conocimiento de causa en torno a la intelectualidad que se ha dedicado en su país a pensar los “problemas” del ser nacional, haciendo gala de ser un profesor de historia erudito sobre su tradición, comenta:
Hace mil años que sabemos que nuestra madre mamaba mientras nuestro padre le ponía una pistola en la sien. Paz le arrebató las ideas a Salazar Mallén y Samuel Ramos y las puso presentables, las hizo pasar de eructos insolentes a pedos sublimes. Qué puta mierda todo; arrojo el libro al montoncito de los que se apilan fuera del baño junto con las anteriores novelas crudas o delicadas o valientes que dijeron que leían como nadie las líneas de la mano del país (pp. 116-117).10
Así las cosas, es sabido que la política xenófoba de deportación, depredación y dominación de Estados Unidos sobre la región latinoamericana es una realidad inexcusable. Algo propio del gendarme del mundo. Lo conflictivo –nos vienen a incomodar estas no- velas– es que los mexicanos la reproduzcan a imagen y semejanza. En efecto, lo que se evidencia tanto en el personaje del Biempensante, que vive en la ciudad, como en la fronteriza Santa Rita es un pánico social expresado por esos que no logran inteligir la “horda” migrante. Luz Horne (2011) lo define como “la periferia” que “se instala en el centro mismo de la ciudad”, logrando con esto que ya no haya “una zona delimitada para la marginalidad” (p. 163). Los campamentos migrantes todo lo invaden, pero el mexicano medio de la novela no logra aprender a convivir con ellos, sino a través del desprecio y la violencia. Para hacer cognoscible la pluralidad de situaciones violentas que esta ampliación del espacio fronterizo genera, y cómo éstas se combinan criminalmente con un discurso nacionalista, valga incorporar el análisis de Rita Segato (2013), que tiene como referencia la particular formación social de control territorial narco-gubernamental instalada en la frontera norte, que puede extenderse a otras zonas del país:
En un ambiente totalitario, el valor más martillado es el “nosotros”. El concepto de nosotros se vuelve defensivo, atrincherado, patriótico, y quien lo infringe es acusado de traición. En este tipo de patriotismo, la primera víctima son los otros interiores de la nación, de la región, de la localidad –siempre las mujeres, los negros, los pueblos originarios, los disidentes (pp. 38-39).
En este caso, basta simplemente con reemplazar la idea de otros interiores por la de otros exteriores para ver cómo este desprecio por los extranjeros centroamericanos aparece funcionando, en las novelas de migrantes, en tanto figuras de alteridad que devienen homines sacres.
5. Conclusiones
La novela de Ortuño tiene elementos de parodia y patetismo. Y junto con la poesía, que reverbera por todos los rincones en la novela de Monge, estas historias de migrantes provocan un efecto de desnaturalización sobre los muertos que importan y los que no, en pos de conjurar al nacionalismo –asesino– ante la muerte. Según plantea el propio Emiliano Monge en este sentido, pueden ser entendidas como contranarrativas de la violencia, es decir, como relatos que tienen como propósito desestabilizar la sensibilidad de esa sociedad fallida (2016b). Es en este sentido que funciona el ver- so dantesco en su novela, redimiendo a los migrantes “de su condición de cosa” y enterrándolos “dignamente gracias a la liturgia celebrada por la altísima palabra de la poesía” (Perassi, 2019, p. 49). Como contraparte de este tono lírico y trágico, Ortuño se vale de los recursos de la parodia y la ironía “para oponerse a las totalidades opresoras de la muerte, del dolor y del dominio” (Jankélévitch, 1987. Cit. por Perassi, 2019).
Las ficciones presentan “un escenario profundamente distópico”, a través de un realismo que “muestra la contradicción propia de un discurso humanitario y progresista” (Horne, 2011, p. 171) o, agregamos, securitario, represivo y prohibicionista. Finalmente, considero que las novelas logran “decir lo indecible de un modo despiadado, sin transformarlo plenamente en ‘decible’ y sin sacarle, consecuentemente, su poder disruptivo” (Horne, 2011, p. 171). En síntesis, al exponer la putrefacción del mundo en el que se habita en ese México azorado por la violencia, y en esta América Latina que nada tiene que envidiarle, no sólo se retrata la realidad, sino que se deja un resto político de humanidad pendiente, que la literatura no puede compensar.
Para concluir, considero que en un contexto literario regional, signado por el intento de totalizar la narrativa mexicana en la norteña y la norteña en la narcoliteratura, tanto Monge como Ortuño han hecho el esfuerzo de diferenciarse y narrar, con conmovedora prosa, imaginación crítica y originalidad narrativa, a ese otro México, que, entre tanto pintoresquismo de la violencia, ha quedado sepultado en un mar de narconovelas, esa es su singularidad. Son narraciones únicas en su serie, una serie literaria de contranarrativas de la violencia que merece ser continuada.
Referencias
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Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Integra el proyecto UBACYT “Creación y promoción de un objeto: crítica de la literatura latinoamericana en el siglo XX” (2020-2024), que dirige la Dra. Marcela Croce, con sede en el Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Recientemente, realizó estancias de investigación y publicaciones sobre novelas de migración y narconovelas mexicanas, crítica testimonial latinoamericana y estudios de género.
1 La migración de latinos a Estados Unidos es un fenómeno iniciado en el siglo XX (Durand, 2016). Se estima que hoy en día más de 200,000 personas migran a través de México cada año y hay más de 13 millones de mexicanos fuera del país.
2 Sandro Mezzadra y Brett Neilson, en La frontera como método (2016), definen a los espacios fronterizos como instituciones sociales complejas que están marcadas por tensiones entre prácticas de reforzamiento y prácticas de atravesamiento (p. 22).
3 En un informe publicado por la Federación Mexicana de Organismos Públicos de Derechos Humanos (FMOPDH), se dio a conocer que al menos 2 mil migrantes están desaparecidos en territorio mexicano”, mientras la administración de la Cuarta Transformación, como se conoce al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), junto con el gobierno guatemalteco han reforzado el control policial fronterizo en el sur.
4 Espacios sociales donde culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan, a menudo dentro de relaciones altamente asimétricas de dominación o subordinación, tales como el colonialismo, la esclavitud, o sus consecuencias como se viven en el mundo de hoy (Pratt, 2011, p. 31).
5 Las cursivas son nuestras.
6 Todas las cursivas de las citas de Las tierras arrasadas son nuestras.
7 Las cifras estiman que cada seis de diez migrantes centroamericanas que pasan por México son violadas.
8 Las cursivas son nuestras.
9 Las cursivas son nuestras.
10 Cada capítulo protagonizado por el Biempensante, en la novela de Ortuño, está escrito completamente en itálicas.