El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.v3i7.119

Sección Flecha

Vol. 3, núm. 7, septiembre-diciembre 2023

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

Orígenes y función social de la Matlazihua y la Matki 

Origins and Social Function of the Matlazihua and the Matki 

Donají Cuéllar Escamilla 0000-0002-4104-8321a

aUniversidad Veracruzana, México, dcuellar1@hotmail.com 

Resumen:

Partiendo de una muestra representativa de las versiones de las leyendas de la Matlazihua y la Matki, así como de documentación histórica y antropológica acerca de la cultura mesoamericana y las comunidades indígenas oaxaqueñas y veracruzanas, especialmente de su cosmovisión, ofrezco una explicación acerca del origen de los personajes y su asociación con sus diosas tutelares, para comprender a qué obedecen las transformaciones de la Matlazihua y la transformación del encanto, sitio donde habita la Matki, así como la función social que cumplen estos personajes en sus comunidades. 

Palabras clave: Tlalocan; encanto; sagrado; cultura mesoamericana; tradición indígena.

Abstract:

Based on a representative sample of the versions of the Matlazihua and Matki legends, as well as historical and anthropological documentation about Mesoamerican culture and the Oaxacan and Veracruzan indigenous communities, especially their worldview, I offer an explanation about the origin of the characters and their association with their tutelary goddesses, to understand what the transformations of the Matlazihua and the transformation of the charm, the place where the Matki inhabits, obey, as well as the social function that these characters fulfill in their communities.

Keywords: Tlalocan; charm; sacred; Mesoamerican culture; indigenous tradition. 

Recibido: 3 de mayo de 2023

Dictaminado: 28 de junio de 2023

Aceptado: 12 de julio de 2023

El motivo de la transformación en la literatura de tradición oral1 es, sin duda, uno de los más enigmáticos, no sólo en la cultura mexicana, sino en todo el mundo. Los héroes suelen transformarse mediante un objeto mágico, que les confiere poderes extraordinarios para realizar hazañas que, a la postre, los llevarán también a transformar su situación o estado. Es menester que el personaje atraviese por una serie de pruebas difíciles para convertirse en héroe. No obstante, en algunas tradiciones, como la tradición indígena con raíces mesoamericanas, este motivo cambia de significado en algunos personajes femeninos que conducen a la fatalidad a quienes se les acercan o entran en contacto con ellas. Se trata de personajes que sobrevivieron a la conquista espiritual de América, cuyas leyendas se siguen transmitiendo en algunas comunidades y pueblos de México, en las que figuran como entidades ambivalentes pues en un principio aparecen como mujeres cuya belleza irresistible seduce a los hombres y al final les roban el alma o el tonal, conduciéndolos a la muerte o a la locura, a menudo cuando se convierten, instantáneamente, en horribles apariciones fantasmales con rostro de calavera, como la Matlazihua oaxaqueña, o en serpiente, como la Tisigua chiapaneca, o en un “aire” y hojas de mahagua, como la Xtabay de la zona peninsular de Yucatán. Luego de amedrentarlos y sorberles el alma, dejándolos golpeados y maltrechos entre el monte o los pantanos, estas entidades simplemente desaparecen o se desvanecen en el aire.

Aunque por su apariencia y sus actos, nuestros personajes parezcan estar asociados con el mal o con el mismísmo diablo, esto no es así. Se trata de personajes asociados con lo sagrado, de acuerdo con la cosmovisión mesoamericana, donde las nociones del bien y el mal no existían sino en relación complementaria y como parte de un todo en el que las fuerzas luminosas y oscuras luchaban y convivían alternativamente para resguardar el orden cósmico y terrenal. En este trabajo, me gustaría explicar a qué obedecen las transformaciones de la Matlazihua y la transformación del encanto, espacio donde habita la Matki, de acuerdo con los estudios de la cultura y la cosmogonía mesoamericana, en los que podemos encontrar el trasfondo espiritual de los antiguos mesoamericanos y comprender la continuidad de su tradición en los actuales pueblos indígenas de América. Asimismo, al rastrear el origen de estos personajes en la documentación histórica, antropológica y arqueológica advertiremos a qué diosas tutelares se asocian y cuál es la función social y espiritual que cumplen los personajes en sus comunidades. 

Caracterización de la Matlazihua2 

La Matlazihua no seduce ni se le aparece a todos los hombres; tampoco a cualquiera. Sus presas suelen ser borrachos, infieles, disolutos y andariegos nocturnos, que osan desafiar los peligros de lugares inhóspitos durante la noche. Diríase que son portadores de una osadía transgresora y, en ocasiones, lúdica. En buen mexicano, se trata de hombres muy machos, que “se las rifan” yendo tras la sensual e insinuante belleza que los llama a señas, por más que el camino donde andan sea de lo más tenebroso y oscuro. Aplica para ellos el refrán “Me he de comer esa tuna / aunque me espine la mano”. Y  más  que eso. Dominados con frecuencia por la embriaguez y la lujuria, al toparse con la Matlazihua terminan encontrando su “de malas”.

La Matlazihua suele aparecerse en valles, montes, cerros, ríos, arroyos y pozos, que para la mentalidad occidental podrían llamarse “lugares terribles” por cuanto es ahí donde los infractores encuentran la fatalidad, aunque más adelante veremos que se trata de lugares sagrados tanto para la cultura mesoamericana como para las actuales comunidades indígenas. Los castigos que impone son severas golpizas, el robo del alma o tonal, que causa la muerte y la locura, e incluso, la castración. Para seducirlos, la Matlazihua suele aparecerse ante los hombres como una mujer de belleza irresistible o bien como su novia o cualquier mujer conocida. Cuando ellos tratan de acercarse, adquiere formas horribles, tales como una mujer con cara de calavera, una mujer con patas de caballo o una mujer con cuernos. 

El motivo de la transformación 

Por lo general, el motivo de la transformación no suele ocupar mucho espacio en el corpus revisado. Tampoco se proporcionan descripciones detalladas de ella, quizá debido a que los transmisores saben que se trata de un ser asociado con la alteridad, muy arraigado en su cultura. Varias versiones no dan cuenta de ella, ocupándose más de la belleza de la aparición y del final de la víctima.3 La versión de Zaachila, de Gerardo Melchor Calvo (1960), se centra en señalar que la Matlazihua suele tomar la forma de algún familiar o persona querida, siempre vestida de blanco, cuya apariencia es la de una mujer hermosa de larga y suelta cabellera, que se contonea y coquetea con los hombres para que la sigan, pero a la que se puede evadir, como hizo Joaquín, quien, al verla dirigirse hacia el panteón, huyó de su presencia. Esta versión, en la que la Matlazihua tienta a un hombre comprometido a fugarse con su novia, es parecida a la de Huamelula (Leyton Ovando, 1972, pp. 151-152), pueblo chontal de la costa, en la que se cuenta que se le apareció a un joven de 25 años cuando trataba de encontrase con su novia en un baile. En ella, se destaca el triunfo del joven al rechazarla; y se enfatiza que, al acercársele, sintió un “viento frío” que lo aventó muy lejos de ella. Y a partir de ese momento, siguió sintiendo mucho frío en todo el cuerpo. También se advierten indicios de que la aparición es potencialmente castrante, por cuanto la Matlazihua lo acusa de “puto”, al no querer hacerle compañía, y por lo que piensa el joven luego de escaparse: “ya no estaría vivo o me hubiera convertido en puto.” La versión itsmeña también elude el motivo de la transformación y se enfoca en señalar a la Matlazihua como acosadora de borrachos, como Pedro, que salen de la cantina a altas horas de la noche y a éstos como necios que van tras ella, a pesar de advertir el peligro; también en destacar su aparición fantasmal, que aprovecha el estado de embriaguez de sus acosados para dejarlos perdidos, maltrechos y enloquecidos en el cerro a donde se los lleva (Ramírez Mendoza, 2010).

Sólo cuatro versiones enuncian el motivo de la transformación, que acontece repentinamente, cuando los hombres están muy cerca de ella, muy adentrados en sus lóbregos dominios, y con cuya visión pierden súbitamente la razón, haciéndolos entrar en estados alterados, que los conducen a la parálisis, la locura, la castración y el suicidio. Se trata de visiones horribles, a menudo animalescas, relacionadas con el inframundo. Es de notar que los personajes masculinos de estas versiones son hombres que ostentan y abusan del machismo impunemente, por lo que el castigo a que los somete su perseguidora funciona como una magnífica expresión de justicia poética.

En la versión de Villa de Talea de Castro, situada en la Sierra de Juárez (El Rincon de oscar [sic], 2014), tenemos a Chema León, joven topil del Ayuntamiento y crápula consumado: “una especie de Don Juan indígena, no mal parecido” y muy “mañoso” para rendir “corazones y voluntades de las doncellas, en la penumbra propicia de los cafetales, sin reparar jamás en sus honras”. Su encuentro con la Matlazihua fue un 15 de agosto, durante la noche siguiente al día de la Asunción, cuando Chema fue enviado como mensajero de Villa Alta a San Juan Yaée. Una vez cumplida su misión, en Yaée agarró por su cuenta la borrachera y la parranda, con tal fruición que a las 11 de la noche aún “trotaba por el camino solitario, bañado por la luz azulosa de la luna”. Al llegar a la villa, “percibió a un lado del camino, sentada sobre una piedra, la silueta de una mujer. Vestía de largo, toda de blanco, y lucía una abundante cabellera que cubría su espalda”. Una vez cerca entran en diálogo:

la mujer volteó hacia él su rostro con una risa explosiva:
  ¡Jaa... Jaaa... ja! ¿No me reconoces, José María?
  ¡Cómo  ! ¿Eres tú  Petrona  ? ¿Qué  andas haciendo por aquí  ?
–Vine a traer leña. Mi padrino tiene gasto en su casa y tengo que ayudarlo. ¿Me acompañas?
  ¿Leña  Pero  ... ¿A estas horas  ?
  ¡Cómo que a estas horas  !  .. ¿Dónde te has metido, pues, para darte cuenta que estamos ya en la madrugada?
  ¡La madrugada  !  ... ¿Sería posible? ¿A tal grado lo habían perturbado las tres jícaras de tepache que se había tomado en Yaée?

El castigo de Chema no se hizo esperar. Dudaba que fuera de madrugada aunque, a lo lejos, escuchó el canto de un gallo, pues a lo sumo, pensaba, serían las 12 de la noche. Sin embargo, pronto cedió a la tentación de la fingida Petrona, internándose muy dentro del monte:

Ya en el fondo de un tupido breñal rodeado por hoscos y agresivos peñascos, la engañosa apariencia de Petrona –inasible por más que la había perseguido para lograr sus lúbricos deseos–, de repente cobró la satánica belleza de su forma real, soltando una risa diabólica y dejando entrever, bajo la falda ligeramente arremangada, sus patas de guajalote.
Aterrorizado, quiso huir, pero en el pánico las piernas se resistían a todo movimiento.

Chema gritó, pidió ayuda, trató de rezar... Y lo único que consiguió fue la burla y las carcajadas de la Matlazihua. Al rayar el alba, cayó sin sentido. Unas horas más tarde, unas mujeres lo encontraron, dieron parte a las autoridades y fue llevado a su pueblo, donde se quedó “Seco y encanijado [...], envuelto siempre en la cobija, como si un frío intenso y continuo lo amortajara”.

En otra versión, situada en la Sierra (Santiago Cruz, 2012), tenemos al “ojo alegre” Heriberto Cruz, quien, no conforme con su esposa, gustaba de tener muchas mujeres e irse de parranda con sus amigos. Se trataba de un hombre alto y robusto, que imponía miedo y trabajaba de chofer de tráileres de carga, por lo que hacía largos viajes por caminos muy peligrosos, a altas horas de la noche. Su encuentro con la Matlazihua ocurrió en la madrugada, cuando iba manejando su tráiler en estado de ebriedad, en el tramo que va de la Sierra a la ciudad de Oaxaca, donde la neblina de las montañas impide ver con claridad: “fue cuando de pronto una mujer hermosa, de vestido blanco, cabello largo y negro, y tez blanca [...] le hizo la parada.” Y de inmediato, quedó “hechizado”. Dejó el tráiler en medio de la carretera y la siguió por un “camino lleno de lodo, espinas y malos olores”, hasta que la mujer llegó a un pozo muy hondo, a cuya orilla se detuvo. Ahí, Heriberto vio que la mujer tenía patas de caballo y “quedó helado y a partir de ese momento no se supo más de él”. Luego de este gran susto, al día siguiente apareció en la cárcel de un pueblo cercano, detenido por estar alcoholizado, intentando suicidarse.

La versión de un pueblo zapoteco (Lavin, 2015) presenta al guapo Pedro Benítez como un joven haragán, muy aficionado a las mujeres y al alcohol, de tal manera que siempre llegaba borracho a casa. Por más que su padre lo instaba a enmendar el camino, Pedro no entendía razones, hasta que se le apareció la Matlazihua con cuernos y lo castró. Cuenta la leyenda:

En cierta ocasión, Pedro fue a un pueblo cercano al suyo. Después de haber pelado la pava con la joven en turno, y de haber ido a la cantina con sus amigotes, pasada la medianoche decidió irse a su casa.

Tomó camino, y empezó a andar muy quitado de la pena y un tanto mareado por los mezcales ingeridos. De pronto, vio que por el camino se acercaba una bellísima mujer vestida de blanco y con el cabello muy negro que le llegaba hasta las corvas.

Fascinado, el joven la esperó, seguro de que tendría una nueva aventura. Cuando la mujer llegó hasta Pedro, su fisonomía fue cambiando hasta que se convirtió en una asquerosa mujer con cuernos quien, rápidamente, tomó el pene de Pedro y se lo arrancó.

El joven herido salió aullando para su casa, al tiempo que comprendió que se le había aparecido la terrible Matlacigua.

Pedro no soportó vivir castrado y un día decidió suicidarse tirándose de un barranco (Lavin, 2015, párrs. 10-14).

La versión que entronca con la tradición popular cristiana se sitúa en Santa María Sola de Vega (Night Anime, 2009).. La Matlazihua suplanta la forma de la novia de José Antonio, quien pronto la sigue. Luego de mostrarle su cara de muerte y herirlo en el cerro, se transforma en una aparición que lo acosa constantemente. José Antonio era un indio guapo y bragado de la sierra, “donde el gozo del macho [es] tener muchas mujeres, mezcales por garrafas y valor de enfrentarse a la muerte como los meros machos”, vicios que reprendía su padre, quien le advertía que cualquier día se llevaría un “terrible susto”. José Antonio tampoco entendía razones y se burlaba de los consejos de su padre. Sin embargo, una vez que se enamoró “locamente” de una joven dejó su adicción por las mujeres, pero siguió dándole rienda suelta a la borrachera y la perdición, hasta que una madrugada, “perdido entre las copas”, se le apareció la Matlazihua, en forma de su novia. Engañado así, la siguió y “hasta la borrachera se le quitó del susto al percatarse que era la muerte [y] empezó a gritar como loco desesperado de la impresión”. Ella “se lo llevó hasta el cerro y ahí lo atontó y lo lastimó, quedó todo rasguñado, herido y loco”, entre “un alto peñasco saturado de espinas y magueyales [...] completamente desnudo y cubierto de profundas heridas, como si un tigre lo hubiera acariciado en todo el cuerpo con sus garras”. A partir de entonces, José Antonio no volvió a las andadas y el miedo y la culpa se apoderaron de él, hasta que perdió la razón. Dejó de ver a su novia por temor a que fuera una Matlazihua disfrazada. Decía: “esa mujer tenía cara de muerte y le dijo que eso era para que ya no estuviera buscando mujeres, porque si no, se le iba a aparecer otra vez y se lo iba a llevar con ella [...], por las noches gritaba como loco desesperado, que [veía] a la mujer vestida de blanco que lo llamaba a su lado para que la enamorara.” El final responde a la tradición cristiana, por cuanto su padre, preocupado por el estado de su hijo y al ver con sus propios ojos a la acosadora, acude al párroco del pueblo para salvarlo. Luego de la bendición de la casa y de su persona, José Antonio recapacitó y recuperó la razón, con la ayuda de su padre y el párroco. 

La Matlazihua: advocación de Mictecacihuatl

Con base en la Monarquía indiana de Juan de Torquemada (1615)4y la Historia antigua de México de Francisco Javier Clavijero (1917),5el padre José Antonio Gay (1881) vincula, a partir del parecido fonético y la relación semántica con la palabra infierno, a la Matlazihua o Mitlancihuatl, como también la llama, con la diosa Mictecacihuatl, “la mujer que echa al infierno”, quien reinaba en el Mictlan con Mictlantecutli, “señor del infierno”. Su argumento es que, si el Mictlan era propio de la cultura de Anáhuac, también podría aplicarse a Oaxaca, “por hallarse en el país de los zapotecas el célebre palacio y subterráneo llamado Mictlan ó ‘infierno’, por los mexicanos” (pp. 140-141). Por algunas descripciones que aporta de la diosa Salvador Mateos Higuera (1993),6es muy probable su asociación con la Matlazihua: la cabeza, por lo general descarnada, se cuenta entre sus distintivos característicos, aunque su peinado muestra escasa y corta cabellera –en el Códice Ríos, lo lleva largo y suelto; también presenta una máscara de cráneo. 

El argumento del padre Gay es convincente si convenimos con López Austin y Luis Millones (2008) en que, durante el período postclásico de la cultura mesoamericana (900 d. c.-1521 d. c.), el poder hegemónico de Teotihuacan, la gran capital situada en el centro de México, ya había decaído y sus pobladores fueron desplazándose hacia el sur, el este y el oeste, llevando consigo sus costumbres. Esto permitió que en distintas áreas se extendiera una ideología político-religiosa que tomó como bandera “la unidad mítica original amparada por el dios Serpiente Emplumada, [que] pretendía la incorporación de las diferentes entidades políticas en un complejo aparato de poder” (López Austin y Millones, 2008, p. 28). En este período, Oaxaca fue hogar de numerosos pueblos. Y ya desde el clásico tardío (650 d. c.900 d. c.), tras la caída de Teotihuacan, habían florecido otras urbes, como Monte Albán y todas las ciudades mayas (López Austin y Millones, pp. 27 y 29).

De acuerdo con López Austin y Millones (2008), el principio de la cosmogonía mesoamericana se basó en oposiciones binarias de elementos complementarios. De ahí que haya dioses y diosas que se oponen y se complementan. López Austin (1994) explica que éstos son fisibles y fusibles:

un dios puede dividirse separando sus atributos, para dar lugar a dos o más dioses diferentes, en ocasiones hasta opuestos [...], varios dioses pueden fundirse para formar una sola divinidad [...], pueden fragmentarse y ocupar dos o más sitios diferentes, incluso multiplicando su presencia sobre la tierra, en diferentes manifestaciones, que están en comunicación con el resto y pueden retornar a su fuente (p. 50).

En Monte Sagrado, López Austin y López Luján (2009) emplean el término advocación para referirse a las diferentes manifestaciones, personificaciones terrenales, desdoblamientos y múltiples rostros de los dioses mesoamericanos.7

La idea de que la antigua diosa del Mictlan se dividiera en otras advocaciones, como la Matlazihua, para cumplir sus funciones, es difícil de documentar, sin embargo, esta idea está presente en las creencias populares oaxaqueñas.8 López Austin  (2004) asegura no tener noticia de fuentes históricas sobre los daños causados a los vivos por los espíritus (teyolía) que habitaban el Mictlan (p. 390). Sin embargo, entre los actuales totonacas se afirma que algunos malos aires de enfermedad y muerte son los servidores del demonio o Dueño de la Muerte y de la Virgen del Carmen, personajes equivalentes a los antiguos Mictlantecutli y Mictecacihuatl. También observa que, actualmente, son más frecuentes las menciones a los daños causados por los fantasmas, aclarando que éstos no son precisamente espíritus (teyolía), sino “aires de la noche” (ihíyotl) que vagan por el monte. Entre los perjuicios que causan los fantasmas, está el que nos interesa a propósito de la Matlazihua: el robo de la “sombra”, el “espanto”. Lo producen cuando se aparecen a los vivos –adoptando formas de animales o seres terroríficos–, los asustan y capturan su entidad anímica, que sale a consecuencia de la impresión. El ataque lo hacen en su carácter de servidores, pues se dice que los muertos están bajo el dominio de un dios telúrico, dueño de los animales silvestres al que los tepehuas –norte de Veracruz, el oriente de Hidalgo y el norte de Puebla– llaman Moctezuma. El mal se cura con la búsqueda, recuperación y devolución de la “sombra” del enfermo. Otro de los daños que causan, según las actuales concepciones indígenas, es “la muerte violenta”, que, inspirada en una o más divinidades, conduce a los teyolía a “especiales mundos de muerte y hace que los difuntos capturen el tonallide los vivos en beneficio del dios al que sirven” (pp. 390-391). Así, se explica que la Matlazihua sea advocación y ayudante de Mictecacihuatl, por cuyo poder sagrado tiene la facultad de transformarse en formas opuestas para castigar los excesos de los vivos, conduciéndolos, a menudo, al inframundo. 

Caracterización de la Matki

La Matki es una chaneca caníbal de la cultura nahua popoluca, que suele seducir a los adúlteros, andariegos nocturnos, cazadores perdidos y campesinos, para mantenerlos cautivos en las copas de los árboles, donde cuelga su hamaca, sometiéndolos a una intensa actividad sexual, que los deja extenuados. Y a la postre, devora sus cuerpos y sus almas. Sus orígenes se remontan a la antigua cultura olmeca y ha estado presente en el imaginario sotaventino, depositario de las tradiciones andaluzas y subsaharianas, desde el siglo xvii, de acuerdo con Antonio García de León (2011). Su hábitat es la selva tropical. Suele aparecer desnuda en el campo, en la milpa o bañándose en el río. Se le atribuyen excelentes cualidades culinarias, que permiten mayor placer al cautivo. Aunque las versiones revisadas no dan cuenta de la fisonomía del personaje, sabemos por las investigaciones de García de León que desde la antigüedad las chanecas fueron mujeres pequeñitas, con apariencia de jóvenes “doncellas”. Durante las guerras eran donadas por los conquistados a los guerreros solteros como “mancebas rituales” y “sacerdotisas” que se arriesgaban al sacrificio o a morir con ellos en combate. Maqui fue la denominación que le dieron los mexicas, cuyo significado es “donadas”. De ahí que Juan de Torquemada (1615) las describa en su Monarquía Indiana como “las que iban a las guerras con la soldadesca” e interprete la voz nahua como “las entrometidas” (p. 47). Recientes investigaciones en la zona nahua popoluca indican que los Matkis son un tipo de chaneques o duendes, que pueden ser hombre o mujer, de color amarillo, con el cabello del mismo color (Aino, 2015, pp. 448 y 459).9Chaneques y chanecas suelen capturar el espíritu de las personas porque entran a moradas encantadas o por transgredir las reglas de interacción con el medio ambiente y con la comunidad (p. 466). Se alimentan, desde los remotos tiempos de la civilización olmeca, de los cuerpos y las almas humanas. La Matki es una perfecta devoradora de cuerpos y almas, pues luego de someter a sus cautivos a su voracidad sexual, finalmente, se los come.

La Matki no es un personaje que se transforme, como la Matla-zihua, la Tisigua o la Xtabay. El espacio donde habita con los cautivos es lo que cambia radicalmente. Ella es una habitante del encanto, un lugar paradisíaco donde acontece lo maravilloso, y que geográficamente se localiza en la sierra de Pajapan, cuyos habitantes creen en él y en sus habitantes: los encantos. 

El motivo de la transformación

En las versiones de la Matki, la transformación ocurre en el cautivo. Una vez que sale del territorio del encanto, o bien del dominio de la chaneca, no puede regresar a casa, porque su alma queda atrapada en ella, con lo que, de súbito o paulatinamente, dependiendo de la fuerza que tenga, se debilita y pierde la razón, hasta que muere. La transformación también puede ocurrir, precisamente, en el lugar del encanto, pues una vez que el cautivo abandona a la Matki las tierras paradisíacas donde cohabita con ella vuelven a su estado selvático y hostil como por arte de magia.

Pongo por caso las versiones recogidas por dos connotados antropólogos del siglo xx: George M. Foster (1945) y Guido Münch Galindo (1994), cuyos textos fueron resultado de investigaciones de campo realizadas en la Sierra popoluca, durante 1940 y 1941 y durante los años 1977, 1978 y 1980, respectivamente.

El testimonio aportado por Foster (1945), además de señalar que sus cautivos no pueden volver a casa, porque de lo contrario su alma quedaría atrapada y moriría, destaca la desnudez de la chaneca y su belleza irresistible, así como los sitios donde puede aparecer:

A veces, mientras trabajan en la milpa, los popolucas se acaloran y se cansan, y se detienen a la sombra de un árbol para descansar. Entonces es probable que vea un matki, que son personas que viven en los árboles. Las hembras son de una belleza exquisita, andan desnudas y son casi irresistibles para los hombres mortales. Pero, ay del Popoluca si sucumbe a tal encanto y acepta su invitación a vivir con ella en las copas de los árboles, porque nunca más puede volver a su casa. Incluso si su cuerpo regresara, su alma se quedaría, y pronto vendría la muerte. Más raramente, un matki masculino lleva a una mujer a vivir con él (Foster, 1945, pp. 180181).

En el cuento que recoge “Historia de la Matki”, Foster (1945) advierte que los cautivos de la chaneca son campesinos proclives al adulterio. Ella llega hasta la milpa donde el hombre trabaja para tentarlo con insinuaciones orientadas a casarse con él, aunque sabe que ya está casado. Otro rasgo característico de la chaneca es lavar prolijamente su cuerpo y lamerlo para quitarle el sabor a sal, antes de entrar en contacto físico con él  Al final, el cautivo cede al llanto de su mujer que va a buscarlo, pero la Matki le advierte que ya es tarde para hablar con ella, porque moriría. El campesino, sin embargo, regresa a casa y su mujer lo abraza, pero luego de tres días muere, debido a que su alma se queda atrapada en la chaneca, de acuerdo con su condición de devoradora de almas. A continuación, cito el cuento completo:

Había una vez un hombre que fue a trabajar a su milpa, y ahí vio la huella del pie de una mujer. Él le dijo a su mujer: “me gustaría saber quién pasó por nuestra milpa”. Pero la mujer le dijo al marido: “me estás engañando”. “No, no te estoy engañando”, replicó el marido. “Parece la huella de una mujer. Tu querida pasó por aquí”, dijo la mujer. “No, no es mi querida”, respondió el hombre. Luego fue a la milpa otra vez, diciéndose: “si encuentro a esa mujer voy a casarme con ella”. Entonces la vio caminando en su milpa, y nuevamente se dijo: “sí, si la encuentro, me casaré con ella”. Llegó al mediodía y empezó a comer. Luego, la mujer vino y le dijo: ¿qué haces aquí? “Aquí estoy”, contestó. “¿Eres el que dijo que si encontraras a la mujer te casarías con ella, o no?”. “Bien, aquí estoy, Voy a casarme contigo”, contestó el hombre. Entonces, la mujer dijo: “Ahora te voy a lavar”, y empezó a lavarlo. “Voy a lavar tu piel porque comes sal”. Lo lavó un poco más. La mujer podía decir cuán salado estaba al lamer su piel. “Ahora, ciertamente, ya estás bien”, dijo ella, lo levantó hasta un árbol donde tenía colgada su hamaca. “Aquí vamos a vivir”, le dijo al hombre.

Durante tres días, la esposa del hombre esperó, pero él no regresó. Al día siguiente ella fue a buscarlo a la milpa. Llegó y empezó a caminar de un lado a otro diciendo: “ay viejo, preséntate ante mí”. La matki le dijo al hombre: “Ahora te están buscando”. “Mi esposa ha venido a buscarme”, respondió el hombre. “Pero ahora no puedes verla”, contestó la matki. Luego escuchó que ella comenzaba a llorar. “Ella está llorando mucho”, dijo la matki, “pero no puedes hablar con ella; si hablas con ella, morirás”. Al día siguiente el hombre se fue a trabajar, y al mediodía su esposa llegó. “¿Dónde has estado pasando el tiempo?”, preguntó. “Justo aquí”, respondió él. Entonces la esposa lo abrazó y le dijo: “Ahora iremos a nuestra casa”. Tres días después de que el hombre regresó, murió, porque su alma se había quedado con la matki (Foster, 1945, p. 202).10

Guido Münch aporta otra versión, que le fue transmitida en popoluca por Marcelino López Arias Sabaneta. La traducción al español es del investigador. Por su forma y sus fórmulas, podemos considerar el texto como un cuento, pero de aquellos que evocan tiempos remotos, idílicos. Se trata de una joya maravillosa, que se antoja como un relato mítico fundacional de la comarca encantada de las Matki. Esta versión evoca a las amazonas, pues recrea la comunidad de chanecas como una sociedad exclusiva de mujeres fuertes, dedicadas al cultivo de la tierra y hacer labores domésticas al mismo tiempo. También evoca la vida de las abejas reina, por cuanto la acción del hombre se reduce al papel de zángano, que, a la postre, se aburrirá de la holganza y, por ello, decidirá regresar con su familia, pese a las nefastas advertencias de la Matki. Al morir el hombre, sobreviene la destrucción del rancho como por arte de magia: la milpa y todo lo construido por la chaneca se convierte en un bosque lleno de avispas, lo cual nos lleva a pensar en que el lugar volvería a su naturaleza original, es decir, al hostil ambiente de la selva. La metonimia de las avispas alude al mundo paralelo del encanto: “la miel es de los encantos”, indica García de León (1969, p. 229). El cuento termina con una lección moral, orientada a prevenir de la seducción de las chanecas a los cazadores y pescadores adúlteros, que regalan el alimento obtenido a sus amantes. El encuentro de la chaneca con el futuro cautivo ocurre durante su caminata por el campo y la seducción que sobre él ejerce es inmediata, pues ella aparece bañándose en el río:

Había un campesino que tenía su esposa y sus hijos. En una ocasión, cuando iba al campo vio a una mujer rubia muy bella bañándose en el río. Se acercó a ella, platicaron e hicieron amistad. La mujer Macti lo bañó con jabón negro y le raspó la piel con una piedra. Hizo esto porque las mujeres Macti piensan que los hombres son muy salados. Después ella le lamió todo el cuerpo para acabar de quitarle la sal. Cuando llegaron al pueblo de las mujeres Macti, se empezaron a pelear por aquel hombre, todas lo querían. Estas mujeres viven en selvas muy espesas, no tienen hombres para vivir con ellas. Las mujeres son muy fuertes, hacen el cultivo de la milpa y el trabajo de la casa. Aquel hombre se aburrió de vivir en la holganza y le pidió permiso a la mujer Macti para ir a visitar a su familia. Él se encontraba triste porque desde allá podía ver cómo sufrían sus familias sin él. La mujer le dio permiso de ir a su casa con la condición de que no lo tocaran. Su esposa al verlo lo abrazó y el hombre murió de inmediato. En ese momento el rancho que había construido la mujer Macti se destruyó, las parcelas de la milpa se convirtieron en bosques y todo el lugar se llenó de avispas. Desde entonces, las mujeres Macti se burlan o espantan a los hombres adúlteros cuando van a cazar, o bien cuando ofrecen los productos de la caza y la pesca a sus queridas (Münch, 1994, p. 285). 

El encanto 

La transformación del cautivo y la del lugar donde habita la chaneca se debe a que ella es una habitante del encanto. Se trata de un mundo subterráneo y paralelo, semejante a un paraíso encantado, al que los humanos no pueden acceder, so pena de quedarse ahí perdidos o atrapados, a merced de chaneques y chanecas, quienes practican el canibalismo desde los antiguos tiempos de la cultura olmeca.

El sistema de creencias de los nahuas popolucas indica que actualmente el encanto y el Tlalocan son lugares muy parecidos (García de León, 1969). De acuerdo con la cosmovisión indígena actual, el mundo subterráneo o Tlalocan se sitúa debajo de toda la serranía de Los Tuxtlas, del volcán Santa Marta y del San Martín Pajapan. En él, hay pueblos y caminos como los de la superficie. Está poblado por familias de chanecos y chilobos. Sus animales domésticos –puercos, gallinas, perros y gatos– son jabalíes, faisanes, coyotes y tigres. Los grandes lagartos sirven de lanchas; los venados son el ganado. Animales de caza, como los tepezcuintes, seretes y tapires, viven a sus anchas. En sus grandes sabanas, pastan los venados y vuela una gran variedad de aves. De sus manantiales, brota miel. El concepto del Tlalocan es el mismo que el mesoamericano, pero reducido a un lugar geográfico determinado (García de León, 1969, pp. 292-294).

El Tlalocan pajapeño es el mundo de la abundancia y de lo montaraz. Está gobernado por el Dueño de los animales –Encanto o Chane–, cuyos ayudantes son los chanecos. Su labor consiste en castigar a los tiradores que lastiman a los animales y a los que utilizan la carne para dársela a alguna amante. Se encargan de cuidar y curar a los animales malheridos por algún cazador. Y sus correrías por la tierra son aprovechadas para capturar las “sombras” de las personas, con el fin de proveerse de su manjar predilecto: la carne humana. También lo hacen para conseguir copal blanco y flores, ofrendas que al ser llevadas al Tlalocanse convierten a tesoros y alimento abundantes. El dominio del Dueño de los Animales no afecta a los animales domésticos, sino a los que son propensos a ser cazados o pescados por el hombre. Por ello, García de León (1969) piensa que se trata, probablemente, de alguna deidad pre-agrícola, que rige únicamente la caza y la pesca.11

Imagen 1: Monumento San Martín Pajapan 1. Museo de Antropología de Xalapa.

En un trabajo anterior, “La Matki: una chaneca caníbal”, propuse que, por su naturaleza sobrenatural y caníbal, así como por las excrecencias que deja a su paso y debido a que castiga a los adúlteros, podría ser una tzitzímitl o un ser lo k’uyuel, auxiliar de alguna Diosa Madre, como Tlazoltéotl, Diosa de la basura y del pecado sexual, o bien de su advocación, Tlaelcuani, que inspiraba los pecados sexuales y se encargada de perdonarlos (Cuéllar, 2003, p. 95). De la primera, hay tres esculturas de la región huasteca baja en el Museo de Antropología de Xalapa; una de Palmas Altas, en Ixcatepec, Veracruz; otra de El Tecomate, Veracruz: Tlazoltéotl Teem, representación de la tierra, la embriaguez, el pecado y el sexo; y la tercera, Tlazoltéotl, es diosa de la fertilidad, la pasión y la lujuria, que origina y absuelve transgresiones. También hay una escultura de Tlaelcoana, diosa del amor carnal, “comedora de cosas sucias”, que se alimenta de los pecados.

Imagen 2: A la izquierda, Tlazoltéotl, de Palmas Altas, Ixcatepec. Museo de Antropología de Xalapa

Imagen 3: A la derecha, Tlazoltéotl Teem, de El Tecomate, Tepetzintla.Museo de Antropología de Xalapa.

Sin embargo, debido a la complejidad que el asunto de los dioses y sus contrapartes femeninas representa para el estudio de nuestro personaje tuve la curiosidad de saber si acaso habría una pareja de Chane en la región. Aunque no podría afirmar a ciencia cierta si es precisamente la pareja de Chane, en la huasteca norte existe una deidad del agua llamada Aachane, que puede darnos idea acerca de cómo podría haber sido la diosa que nos interesa. Para ello, seguiremos de cerca las investigaciones de García de León.

El historiador veracruzano documenta la creencia, entre los nahuas de Zaragoza, en Aachane, a quien conciben como Dueña del agua y de los animales acuáticos. Dicha creencia se asienta en un Tlalocan subacuático regido por ella, localizado en el Estero Rabón del río Coatzacoalcos, que también es un sitio arqueológico importante de la cultura olmeca (García de León, 1969, p. 299). En otro valioso trabajo de recolección en Zaragoza, Veracruz, situado a unos 20 km de Minatitlán, el investigador afirma que la Dueña del agua habita en dicho estero, cerca de la desembocadura del río Coatzacoalcos, así como en los lagos y en el mar. Además de ser dueña de los animales acuáticos, provee a los hombres de ellos, pero bajo ciertas condiciones (García de León, 1968, p. 350). De acuerdo con el cuento “La Dueña del agua”,12que le fue trasmitido en náhuatl por Anastasio de Jesús Martínez, que el historiador tradujo al español, las condiciones consisten en que el hombre no vuelva con su mujer y se quede con ella, de manera muy parecida a la actuación de la Matki. Aunque a partir de la secuencia 4 el cuento tiene características de cuento europeo, el final sugiere que Aachane asume la forma de la mujer del individuo y desaparece con él en medio del mar, pues ambos eran perseguidos por un rey, que, al parecer, era la pareja de Aachane:

Un hombre se fue a pescar al mar, e hizo un compromiso con aachane (la dueña del agua) porque no le daba pescado. Entonces ella lo llevó a su casa, y le dijo: –Vamos a mi casa. 2. Se fueron a su casa, al sentarse, dice ella: –Siéntate. Y sus asientos eran de concha de tortuga. Por último le dijo: –Vete a tu casa pero no toques a tu mujer. Con esa condición, aachane le dio al hombre una canoa de pescados. 3. Vino a su casa y les trajo los pescados a sushijos y luego se fue. A los tres días regresó, tocó a su mujer y se le cerraron los caminos. 4. Entonces aquel hombre andaba llorando por lo que perdió; de allí se fue a pedir trabajo a casa de un rey, aquel rey le dio trabajo, de que regara las flores con agua. 5. Aquel hombre lloraba y las hijas del rey le preguntaron: –  ¿Por qué  lloras?, y respondió  el hombre  –Lloro por mi mujer. Pasados tres días le dijeron al rey: –Ese hombre nos engaña de que era muy bella la mujer que tenía. 6. El rey le dijo al hombre: ¿De veras era hermosa? –Sí. Entonces respondió el rey: –Te doy un plazo de quince días para que me la presentes. Aquel hombre salió y fue a la orilla del mar llorando y buscando a su mujer. 7. Vió a lo lejos que venía un barco en el mar. Se venía acercando al que lloraba, y le llamaron: –  ¿Por qué  lloras? El hombre respondió  –Lloro porque he perdido los caminos por donde iba. 8. Soy el único que recibiré un sonte de cuero si mi mujer se presenta ante el rey. Luego se metió en el barco, también se vistió de rey. Como a las nueve de la mañana fue llegando a casa del rey. 9. Este vio algo que venía brillando como un sol a la orilla del mar, y sushijas dijeron: –Puede ser el hombre que ya viene. 10. El rey se acercó a observarlo en la orilla del mar. Lo encontró ahí y lo saludó. Dice el hombre: –Aquí está mi mujer (que era aachane). Entonces el rey dijo que se iba a su palacio. 11. Cuando vio que ya se estaban yendo tomó también un barco y los persiguió por detrás; cuando hubieron llegado a la medianía del mar, allí se desaparecieron y allí acabaron (García de León, 1968, pp. 354-356).

Tanto en la cultura mesoamericana como en algunos pueblos indígenas, existe la creencia de que los Dueños y Dueñas de los animales, del cerro y de las aguas, son entidades anímicas que poseen nombres y tienen un fin específico en las comunidades. De acuerdo con García de León (1969), Chane, Dueño de los animales, es el encargado de cuidar el equilibrio de su hábitat y de la comunidad. Es una especie de guardián del orden ambiental y social, cuyos ayudantes ejecutan los castigos necesarios para lograr el restablecimiento del orden. Las transgresiones que los cautivos realizan tienen que ver con andar perdidos en lugares encantados, con practicar el adulterio o con la caza depredatoria. Estos lugares pueden ser sitios de caza vedada o encantadas y son una especie de “sucursales” del Tlalocan,que corresponden casi siempre a sitios arqueológicos: Loloma, Tecolapa, Cerro Loro y Mirador Pilapa son importantes encantadas (García de León, 1969, p. 294). Estos lugares son invisibles para los humanos. Están “en otra parte”, en una dimensión alterna. Se puede pasar por allí sin advertir que hay encantos, casas y animales. Pueden identificarse porque en ellos se escuchan ruidos, tales como tañidos de campanas y cantos de gallos. Restos de cerámica y montículos indican la presencia de lo sobrenatural (p. 295). Por analogía, podemos advertir que la Dueña del agua rige a todos los habitantes de ese elemento y lo que tiene que ver con la lluvia, la pesca y los pescadores, para resguardar el orden de la naturaleza y de la comunidad. Por ello, su función está relacionada con castigar a quienes no respetan la temporada de veda, a quienes se bañan en sus aguas con fines disolutos, aquellos que en vez de proporcionar los alimentos nutricios del agua a su familia se la dan a alguna amante y, en general, a quienes violan el orden de la naturaleza y la comunidad.13Así, podemos imaginar que la Diosa tutelar de la Matki, una probable Dueña del monte y los animales, tuviera la facultad de castigar a quienes osaran profanar sus dominios, al igual que su servidora.

En conclusión, podríamos afirmar que la Matlazihua y la Matki, como muchos de los personajes de la tradición indígena, pese a las formas terribles que asumen y a lo aparentemente nefasto que puede ser su encuentro con los humanos, por lo que suelen asociarse con el diablo, tienen un origen y un carácter sagrado, por lo que su función consiste en regular el orden cósmico, terrenal, comunitario y familiar. Gracias a las investigaciones de Alfredo López Austin (1994, 2009), sabemos que tanto el inframundo como el encanto mesoamericano, cuya creencia sobrevive en muchos pueblos indígenas, son lugares sagrados, realidades alternas a nuestra realidad, conectadas por un eje axial, a menudo representado como un árbol, que comunica el mundo subterráneo, la tierra y el cielo. Así pues, resulta lógico y natural que la Matlazihua, en tanto advocación y ayudante de Mictecacihuatl, se lleve a los disolutos al inframundo y la Matki los deje atrapados en el encanto o los devore. Y si bien los textos revisados no siempre permiten advertir la justicia poética que en ellos subyace, al ahondar en sus orígenes advertimos que más allá de la justicia poética, a la antigua civilización mesoamericana le importó mucho el resguardo del orden cósmico y terrenal, especialmente la buena distribución y administración de los recursos naturales y la conservación de su hábitat, así como el respeto hacia las normas morales de sus comunidades. 

Referencias

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Notas

1Entiendo el motivo como unidad mínima narrativa que expresa el significado de las secuencias de la fábula. Éstos se expresan en formas sustantivas de derivación verbal, como rapto, engaño, asesinato, etc., ya que requieren de la presencia de un sujeto potencial (González, 1990).

2Parto de versiones de la leyenda recogidas en la tradición oral, provenientes de los valles centrales –Zaachila y San Baltazar Chichicapam–, la Sierra Norte –Ixtlán– y la Costa. Complementan mi trabajo versiones compartidas en blogs de diversa índole, que abarcan la Sierra Norte –Sierra de Juárez–, la Sierra Sur –Sola de Vega– y el Itsmo de Tehuantepec. No todas se ajustan a la forma de una leyenda. Un par de textos asumen la forma del “caso”, entendido en los términos de Luis Miguel Rodas Suárez (2021): se trata del relato de una experiencia sucedida a una persona en particular, que suele emplear la primera persona del singular, con escasa cadena de transmisión. Trata de algo ocurrido a alguien en una localidad determinada y se presenta como el testimonio personal del narrador, ya porque lo escuchó decir o porque a él le ocurrió. A menudo, se apela a fuentes de primer, segundo o tercer nivel en la cadena de transmisión, como “me lo contó mi padre” o “la gente dice”. En ocasiones, el narrador no es consciente de su función creativa; “su voluntad es enfatizar un hecho real, a menudo conocido por los oyentes” (pp. 69-70). De ahí la parquedad en los detalles.

3Así ocurre en los casos aportados por Inocencio Rebollar San Juan (2008) y Gloria Talavera Alonso (2002), cuya informante fue Soledad Pérez Aquino, originaria de Ixtlán de Juárez, de 62 años de edad.

4En el Libro Trece, capítulo xlviii, que trata “De la opinión que estos indios tuvieron acerca de dónde iban las ánimas de sus difuntos después de muertos”, el cronista escribió: “En este lugar, que llaman Mictlan, decían que había un dios que se llamaba Mictlantecutli, que quiere decir señor del infierno; y por otro nombre se llamaba Tzuntemoc, que quiere decir hombre que baja la cabeza hacia abajo; y una diosa, que se llamaba Mictecacihuatl, que quiere decir la mujer que echa en el infierno, y ésta decían que era mujer de Mictlantecutli; que si bien se mira y considera este disparate, es muy semejante al que fingieron los antiguos de Plutón y Proserpina, dioses del infierno” (De Torquemada, 1615, pp. 308-309).

5En el “Libro sexto. Religión de los mexicanos, esto es, sus dioses, templos, sacerdotes, sacrificios y oblaciones; sus ayunos y su austeridad; su cronología, calendario y fiestas; sus ritos en el nacimiento, en el casamiento y en las exequias”, el cronista veracruzano afirmó: “Finalmente, el lugar destinado para los que morían de otra cualquiera manera, se llamaba Mictlan o infierno, lugar obscurísimo, donde reinaba un dios llamado Mictlantecutli, o señor del Infierno y una diosa llamada Mictlancihuatl” (Clavijero, 1917, p. 255).

6Las imágenes en que se basa para las descripciones provienen de la página 2v del Códice Vaticano A –Códice Ríos– y las páginas 72 y 90 del Códice Vaticano B.

7A propósito del Señor o Dueño de los animales, explican que sus “distintas personalidades [...] deben interpretarse como derivaciones que van adquiriendo autonomía, proceso similar al del catolicismo, que desdobla las figuras de Cristo o de María en advocaciones a las que otorga ámbitos específicos de poder y actos particulares de devoción” (López Austin y López Luján, 2009). Los tzeltales “distinguen varios seres poderosos que parecen ser desdoblamientos del Dueño”, mientras que entre los cakchiqueles “puede recibir diferentes nombres, de acuerdo con el animal que ampare en un momento determinado; por ejemplo, puede ser Rajawal Kej (‘dueño de los venados’) o Rajawal Utiw (‘dueño de los lobos’) [...]. También puede haber derivaciones jerárquicas: entre los totonacos el Señor de los Muertos es criatura del Señor de la Tierra” (López Austin y López Luján, 2009, p. 142). Incluso animales como las serpientes pueden ser advocaciones de los dioses celestes de la caza y de Quetzalcóatl, como sugirió Moedano con base en los primeros descubrimientos del Gran Vestíbulo del Edificio B del Templo Mayor (p. 318).

8“Pero [se] originó de la verdadera diosa de la muerte, la diosa del inframundo [...]. La Matlacihua, consecuentemente, era parecida a una mamá grande –una madre de todos [...]. La Mictlantecihuatl, siendo la mamá más grande de todas, era la que se enojaba más que ninguna. Por lo tanto, era ella la que conducía a los hombres ebrios a las espinas y a los lodos. Era una forma de castigarlos por no estar en sus casas con sus mamás y sus esposas.” Estas creencias provienen de San Andrés Zautla, Distrito de Etla, en los Valles centrales (Blog comunitario de San Andrés Zautla, 2008, párrs. 1, 3 y 4).

9Otros tipos registrados por Aino (2015) son el chaneque negro, o de la tierra, al que suele identificarse con el diablo; el blanco, de piel blanca, vive tanto en los cerros como en el agua y anda el monte; el rojo, con piel del mismo color, es un chaneque del agua, que también vive en el monte (p. 448).

10Narrado por Leandro Pérez, recogido en las primaveras de 1940 y 1941, durante la estancia de Foster en Soteapan y Buena Vista, del Estado de Veracruz. La traducción del inglés al español es mía.

11El Dueño de los animales de la cultura nahua popoluca se ha identificado materialmente con un monolito de la cultura de La Venta, que fue removido de la cumbre del San Martín Pajapan y que fue reportado desde el año de 1926. El monolito fue trasladado a finales de los años 60 al Museo de Antropología de Xalapa (García de León, 1969, p. 295).

12Lo llamo cuento por sus características formales. De acuerdo con la taxonomía de Fernando Horcasitas (1978), se trata de un cuento etiológico prehispánico, mezclado con elementos europeos.

13Deduzco sus funciones a partir de lo que indica Rodríguez Alvarado (2007): “tiene la misión de castigar a los hombres malos y culpables que han cometido faltas en la tierra y han quedado impunes, y que osan lavar su cuerpo en las aguas de los remansos” (p. 134). También de lo investigado por Anuschka van’t Hooft (2014) acerca de Apanchaneh, Dueña del agua entre los nahuas de Chicontepec, versión huasteca de esta entidad, a quien se rinde culto en el cerro sagrado Postectli para propiciar las lluvias, por lo general entre mayo y junio, antes del 24 de junio, día de San Juan Bautista, a quien los católicos asocian con la lluvia. De acuerdo con la investigadora, se trata de una entidad ambivalente: “Su generosidad asegura la existencia del agua, pero Apanchaneh también puede ahogar a las personas, provocar huracanes, granizos, sequías y otros eventos meteorológicos devastadores, hacer que la gente se enferme (calentura, gripe, granos y sarna son su especialidad) e incluso devorar a las personas.” Su apariencia es dual, de varón y mujer, aunque en el ritual predomina la parte femenina, que se concibe como sirena, mujer o un gran pez: “Esto no se percibe necesariamente como un regalo o como un castigo para los hombres. Sus características tanto constructivas como destructivas están relacionadas con su papel principal, que es la de administrar el agua: es ella quien protege y distribuye el agua del mundo, así como la vida –plantas y animales– que en ella existe. Los dueños del agua no son buenos ni malos en sí : se ocupan de su tarea de administrar el agua, lo cual a veces puede ser benéfico para el hombre y a veces no.” La Dueña del agua no es exclusiva de los nahuas de Chicontepec, pues “totonacas, otomíes, nahuas y tepehuas de los municipios de Pantepec (Puebla), Ixhuatlán de Madero (Veracruz) y Huehuetla (Hidalgo), [...] reconocen la existencia de la Dueña del agua como figura que domina sobre las aguas celestes y terrenales”.