El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.v3i7.126

Sección Cardumen

Vol. 3, núm. 7, septiembre-diciembre 2023

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

La permanencia del vacío: ficciones y símbolos japonistas en la narrativa mexicana contemporánea (1980-2015)

Jorge Luis Herreraa

aIndependiente, México, maclovio_vii@hotmail.com

David I. Saldaña Moncada. (2023). La permanencia del vacío: ficciones y símbolos japonistas en la narrativa mexicana contemporánea (1980-2015). 226 pp. ISBN: 978-607-30-7285-4. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Este libro es parte del resultado de la investigación posdoctoral que David I. Saldaña Moncada realizó en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, Programa de Estudios de lo Imaginario, entre 2019 y 2021. Contribuye al estudio del orientalismo y las culturas asiáticas en México, en particular en la narrativa mexicana contemporánea.

Contrario a la idea generalizada de que la presencia de las culturas orientales en la literatura mexicana es escasa, Saldaña no sólo evidencia lo contrario, sino también señala que, en múltiples casos, dicha relación es profunda, es decir, que va mucho más allá de la recurrencia a estereotipos y a cierta visión de extravagancia y exotismo, predominante, desde el siglo XIX, en la obra poética de autores vinculados al modernismo, como José Juan Tablada, o a otros movimientos estéticos, como Octavio Paz.

Por otro lado, además de que hay pocos estudios sobre la influencia de las culturas orientales en la literatura mexicana los que existen se concentran mayoritariamente en la poesía, lo cual le da mayor relevancia a La permanencia del vacío: ficciones y símbolos japonistas en la narrativa mexicana contemporánea (1980-2015), donde se incluyen análisis de narraciones publicadas entre 1980 y 2015, empleando el budismo zen y su horizonte espiritual como punto de partida y eje articulador. En particular, el autor fija su atención en narraciones de Juan García Ponce, Pablo Soler Frost y Mario Bellatin, que, evitando las ideas y estéticas orientales superficiales, dialogan a profundidad con la cultura japonesa.

El primer capítulo, “Coordenadas teóricas: orientalismo, japonismo y ficción literaria”, contextualiza al lector en el ámbito del orientalismo –y dentro de éste, del japonismo–, en particular del hispanoamericano, el cual constituye una categoría de análisis artística, intertextual e intercultural. Entonces, con el propósito de profundizar en el conocimiento de la crítica al orientalismo, Saldaña examina distintas herramientas teóricas útiles para estudiar la cultura japonesa en la literatura mexicana. Asimismo, retoma la discusión iniciada por otros especialistas en relación con los usos, alcances, implicaciones y características de conceptos como “orientalismo” y “japonismo”, lo que da pie al cuestionamiento de elementos como “motivo y objetivo de representación”. Además, problematiza categorías, estereotipos y tendencias asociadas al japonismo, cuidando no caer en perspectivas reduccionistas, como asumirse “occidental” al denominar “oriental” a un “otro diferente” –o viceversa–, como si se pudiera definir de esa forma a alguien e ignorar los procesos históricos de colonización económica, social y, en general, cultural, principalmente de Occidente sobre Oriente. En torno a esto, el autor evidencia que la cultura mexicana y la japonesa tienen en común la no pertenencia, de origen –y yo quizá agregaría “de fondo”–, a la tradición occidental.

En el segundo capítulo, “Visiones de lo trascendental o las bases del imaginario japonés en México”, el autor examina categorías como “ficción”, “lugar de enunciación”, “símbolo” e “imaginario” respecto de textos narrativos mexicanos japonistas y los vincula con elementos clave de dichas representaciones, como la búsqueda espiritual de lo trascendente, el budismo zen y la noción de vacío. En ese sentido, uno de los principales retos para la representación y análisis de textos narrativos asociados al japonismo es la recurrencia a ciertas imágenes, figuras y símbolos de la cultura japonesa, como el buda, la geisha y el samurái. Por ello, se propone el empleo consciente de categorías como las acabadas de mencionar –“ficción”, “lugar de enunciación”, “símbolo” e “imaginario”–, pero desde una perspectiva que, en armonía con la poética de cada escritor, considere el eclecticismo, sincretismo, interculturalidad e intertextualidad.

En el tercer capítulo, “Un instante de disolución: García Ponce y Japón como otra realidad”, el autor estudia varios textos de Juan García Ponce, sobre todo las novelas Crónica de la intervención (1982) y De ánima (1984), y subraya diversos puntos de encuentro con narraciones de origen japonés, como la novela La llave, de Tanizaki Jun’ichirō, con la que comparten una concepción del erotismo asociada a la búsqueda de la trascendencia espiritual del ser: una especie de erotismo místico. Asimismo, a pesar de que el escritor yucateco se muestra reacio a crear personajes japoneses, y a que en las descripciones de espacios japoneses representados en Crónica de la intervención y De ánima recurre a estereotipos, éstos se vinculan a una búsqueda espiritual y son consecuencia de diálogos intertextuales con obras de autores como Akutagawa y el ya mencionado Tanizaki, lo cual los resignifica.

En el cuarto capítulo, “Cartas de Tepoztlán o el espacio sagrado en el diálogo México-Japón”, el autor centra su atención en el análisis de la novela epistolar Cartas de Tepoztlán (1997), de Pablo Soler Frost, y manifiesta cómo la búsqueda espiritual de la trascendencia, la noción de vacío en relación con la contemplación de la naturaleza y la alusión a ciertos símbolos, como las montañas, pueden ser medios para expresar la interculturalidad, en este caso entre las culturas tepozteca y japonesa. Uno de los aspectos de la novela de Soler Frost que Saldaña resalta con mayor énfasis es que el narrador adopta una postura crítica ante las categorías de Oriente y Occidente, asumiendo que parten de una perspectiva homogeneizante, que ignora la mayoría de las identidades particulares.

En el capítulo quinto, “Mario Bellatin: versiones y ficciones de Japón y su literatura”, el autor analiza textos de Bellatin –como Shiki Nagaoka: una nariz de ficción (2001), “Bola negra” (2005), Biografía ilustrada de Mishima (2009) y El pasante de notario de Murasaki Shikibu (2011)– e identifica diversas alusiones a elementos de la cultura japonesa. Saldaña va en pos de las ideas vinculadas a lo trascendental, desde la perspectiva zen, que se hallan entreveradas en las historias de las narraciones, donde se recurre al cuestionamiento de lo espiritual y de la representación de lo japonés a través de la ironía y la parodia, por un lado, y a la intertextualidad como medio para la resignificación, por otro.

Hasta aquí esta breve reseña de algunos de los aspectos que, en mi opinión, son los más relevantes de cada capítulo. Por último, mencionaré tres conclusiones, de muchas posibles, que respaldan la valía de este libro.

Uno. Contrario a lo ocurrido con la poesía mexicana entre finales del siglo XIX y 1989, donde la representación de lo japonés asociada a la búsqueda de la espiritualidad tenía al budismo zen como una de sus bases, en la narrativa de ficción no se recurre a dicha filosofía con la misma frecuencia ni se le otorga tanta relevancia. Más bien, se tematiza lo japonés por medio de la intertextualidad y el dialogismo intercultural.

Dos. Juan García Ponce, Pablo Soler Frost y Mario Bellatin, entre otros autores mexicanos, han establecido vínculos con la cultura japonesa por medio del arte, es decir, a través de una dimensión simbólica, que trasciende lo cotidiano y que responde a la necesidad de conocer “otra realidad”, necesidad que es compartida por muchos lectores, entre ellos Saldaña. Tres. Gracias a la representación ficcional, sobre todo a través de la narrativa, distintos aspectos de la cultura japonesa, como las nociones de vacío y de lo trascendental desde la perspectiva del budismo zen, se han difundido y han ampliado la mirada espiritual “occidental” y, a final de cuentas, han propiciado el diálogo intercultural.