El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias
Sección Cardumen
Vol. 3, núm. 7, septiembre-diciembre 2023
Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana
ISSN: 2954-3843
Desde las palabras del yo: estudios de escritura autobiográfica mexicana.
Arnoldo de Jesús Gómez Garcíaa
aUniversidad Veracruzana, México, arnoldo.gomezg20@gmail.com
Horacio Molano Nucamendi, Claudia Gutiérrez Piña y Humberto Guerra (Coords.) (2022) Desde las palabras del yo: estudios de escritura autobiográfica mexicana. 270 pp. isbn: 978-607-30-6840-6. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Entre otros impulsos, y mediante distintas perspectivas, la labor de una antología de análisis literarios puede orientarse a perfilar problemas actuales o fenómenos poco tocados en el pasado. Desde las palabras del yo: estudios de escritura autobiográfica mexicana, editado por Horacio Molano Nucamendi, Claudia Gutiérrez Piña y Humberto Guerra, es una compilación que se propone ahondar tanto en la novedad como en la historia de la autobiografía y la autoficción. El resultado es loable de varias maneras.
El libro recupera 12 comunicaciones presentadas durante la Primera Jornada de Estudios Auto/Biográficos –Universidad de Guanajuato, xv Congreso Internacional de Literatura “Memoria e Imaginación”. La selección se decanta por las investigaciones que analizan literatura mexicana, cuyo objetivo medular es contribuir “a la visibilidad artística de las escrituras autobiográficas, además de hacer notar cómo las obras autoficcionales se encuentran en auge” (p. 16). Este apogeo no sólo compete a la literatura del siglo XXI: la fecundidad de este fenómeno se halla en creadores, libros y estrategias editoriales que surgieron y se desarrollaron a lo largo del siglo XX, con algunos fugaces vistazos al siglo XIX. Considero un atino que la organización de los artículos sea retrospectiva y descendente: desde las obras contemporáneas, como las que atienden Berenice Romano Hurtado y Rubén Gil Hernández Silva, con obras de Juan Pablo Villalobos y Verónica Gerber, hasta aquellas que “fundan” o redefinen una forma de memoria particular, como anota Angélica Tornero acerca del Ulises criollo de Vasconcelos: una “escritura autobiográfica que no pretende obtener respuestas a la pregunta ¿quién soy?, con el supuesto de un sujeto de conocimiento delante del objeto, sino más bien con un yo que coordina la diversidad del mundo, recreándose en ella” (p. 263). El orden de los textos, por añadidura, tiende a la comunicación entre sus temas principales: la actual experimentación del género, sus vínculos con el feminismo, la efervescencia cultural en la Generación del Medio Siglo y la Revolución Mexicana, algunos de sus participantes y su relación con la autobiografía.
Los textos reunidos abren diferentes posibles lecturas, que se solapan entre sí. La primera es la cronología: una historia mínima de la literatura del yo y sus derivaciones desde que se publicara Ulises Criollo. Esta línea del tiempo parte del escrito final de Tornero sobre Vasconcelos y se detiene en las propuestas más ortodoxas del género, como la que analiza Marcela López Arellano, quien, por medio de la cultura escrita, examina el archivo intimista de Eduardo J. Correa, o Daniel Zavala Medina y Jazmín Tapia Vázquez, cuyos análisis se centran en la escritura del yo de Martín Luis Guzmán, atravesado por la Revolución Mexicana y Francisco Villa, así como por su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.
Siguiendo en el tiempo, aparecen motivos que revelan cierto arraigo en el esplendor del siglo xxi. En diversas ocasiones, se reitera que la profusión de obras y autores actuales tiene antecedentes en algunas estrategias editoriales, como los que apunta Elsa López Arriaga respecto de Vicente Leñero: las conferencias “Los narradores ante el público” (1966-1967) y las colecciones “Nuevos escritores mexicanos del siglo xx presentados por sí mismos” (1966-1968) y “De cuerpo entero” (1990-1992). Así, las observaciones de esta investigadora, como las de Norma Angélica Cuevas, Horacio Molano, Gabriela Trejo, Diana Isabel Hernández y Karen González, remarcan el aprovechamiento del fenómeno editorial, las ramificaciones del género y sus múltiples exploraciones hacia otros sentidos.
Lo anterior me lleva a sugerir una segunda posible lectura de la antología, paralela a la anterior. Me refiero a la transición, la experimentación que el orden retrospectivo privilegia. Uno de sus primeros indicios es la “precocidad” de los autores, pues realizan sus obras a edades tempranas, contrario a lo que se asume con el género literario. En este sentido, González Cabrera anota que la de México es “una tradición caracterizada por subvertir los principios clásicos [...] y problematizar las fronteras entre los géneros referenciales y los propios de la ficción” (p. 53). Con ello, la perspectiva cronológica se ve favorecida por un gradual acercamiento a lo experimental.
Resulta particularmente atractivo el efecto que produce esta segunda lectura. Parece que el propósito de los coordinadores con la organización tornara al fenómeno literario a la convención. Pero ahí radica uno de sus puntos fuertes. Más allá de las causas y efectos sociales y culturales que gestaron los textos, esta lectura se enfrasca en mostrar un abanico de funciones y técnicas que rompen el paradigma. Por ejemplo, en los análisis inaugurales de Berenice Romano y de Ruben Gil sobresale la hibridación. En el primer caso, enfocado en No voy a pedirle a nadie que me crea de Villalobos, se indica uno de los mayores límites de una obra autoficcional: el cuestionamiento sobre sí misma, el género teorizándose en la trama, la metaficción que corroe los cimientos de la ficción y de la realidad del lector. En el segundo caso se atiende la finalidad última de toda obra de arte, comunicarse, pero llevada a un extremo. En Conjunto vacío de Gerber, se contrasta cómo la escritura no crea la misma sensación de vínculo entre los personajes como lo hace un diagrama de Venn.
Y como estas, varias son las investigaciones que indagan la experimentación. Diana Isabel Hernández atiende la tenue frontera entre el discurso literario y el periodístico en Las indómitas de Elena Poniatowska. Horacio Molano discurre sobre el formato del diario, espacio fértil para expresar al yo y a todo lo que lo atraviesa: noticias, ideas sueltas, citas de libros, crítica literaria, sueños. La evocación, la brevedad y el ritmo son algunas constantes que rescata Norma Angélica Cuevas al repasar unas novelas de Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Alejandro Rossi y Antonio Alatorre. Estamos ante distintas reformas de un género que desde su base es fronterizo y, por ende, proclive a alteraciones. En ello consiste lo que podría ser otra razón del por qué ha tenido tanto florecimiento en las letras mexicanas.
Sea como fuere, es un hecho que la escritura del yo es idónea para relacionarse con la poesía, el ensayo, el periodismo, la historia, así como puede valerse de un sinnúmero de técnicas y estrategias literarias. Se trata de un cúmulo de narrativas transgresoras, obras planteadas desde un género con límites difusos.
Ante esto surge una duda: ¿cómo definir, abordar y comprender las escrituras del yo? La respuesta me lleva a la tercera lectura que encuentro en el libro: se propone un muestrario metódico de las y los teóricos especializados en la autobiografía y la autoficción. Entre las páginas, hay ecos de Manuel Alberca y Vincent Colonna, José María Pozuelo Yvancos y Mijaíl Bajtín, Paul de Man y Philippe Lejeune, Silvia Molloy y Claudia Gutiérrez Piña. Las consistencias recalcan el valor de los postulados teóricos y enriquecen la lectura, debido a los acercamientos y a los ejemplos. Como la introducción lo refiere, tanto la teoría como la creación “cuestionan las formas de autorrepresentación centradas en las complejas relaciones entre lenguaje, sujeto y realidad” (p. 9). Derivado de una lectura atenta, la teoría y su interpretación son el apoyo en un género que desde la denominación es problemático y que es imperativo solventar para una mejor interpretación, tal como refiere Cuevas: “el género constituye una expectativa de su arquitectura en obra negra, pues será durante el acto-de-leer que las líneas y los volúmenes adquieran el revestimiento final” (p. 145). Y este es otro gran acierto del libro.
Podría concluir ensalzando la contribución de la antología al tema o sus frutos: llamar la atención sobre un género en auge, mirar al pasado y tratar de clasificar escritos que no tenían cabida en clasificaciones en su momento rígidas. Sin embargo, me parece que uno de sus mayores logros es que aporta herramientas de comprensión en un género que implica libertades difusas y laberintos de sentidos. Lo que lo define no son sus experimentos con la literatura, sus transgresiones a las reglas o sus coincidencias en el tiempo, sino lo básico, que entre la teoría y el contexto histórico siempre reluce: imaginar al yo, erigirlo de palabras, rememorar un pasado que es múltiple, compartir las preocupaciones del presente. Hablar del yo, como se deja claro al leer estas páginas, es reflejar al otro, y con éste, al mundo.