El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.v2i2.31

Sección Cardumen

Vol. 2, núm. 2, enero-abril 2022

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

Carlos Fuentes y los horizontes de la traducción literaria

Javier Ahumada Aguirrea

aUniversidad Veracruzana México javier_kdc@hotmail.com

Norma Angélica Cuevas Velasco y Ricardo Corzo Ramírez (Eds. y coords.). (2020). Carlos Fuentes y los horizontes de la traducción literaria. 314 pp. isbn UV: 978-607-502-860-6 y Colsan: 978-607-8666-72-0. Xalapa: Universidad Veracruzana/El colegio de San Luis.

Un mito fundacional del Antiguo Testamento, el de la torre de Babel, explica el origen de la variedad lingüística del hombre como un escarmiento divino, cuyo objetivo era imposibilitar la comprensión mutua de las tribus humanas y dispersarlas por la tierra. El padre advierte el peligro de que los hijos se comuniquen entre sí y lo conjura de modo que ninguno entienda el habla de su compañero. Dios observa que la vida que creó tiene una sola lengua y unas mismas palabras; entiende que ello es un error y lo corrige. Siguiendo esa mitología, ¿qué decir de la figura del traductor, que no sólo va abriendo las puertas que Jehová cerró con candado, sino que además comparte su llave con el resto de la tribu ? -o balanceando esa mitología con un poco de realidad, cuán interesante resulta hoy imaginar a Martín Lutero traduciendo precisamente ese parágrafo, convirtiendo el latín litúrgico en las expresiones cotidianas de los campesinos alemanes a quienes predicaba con admirable afán de apostasía. La curiosidad sobre ese no sé qué que queda balbuciendo, la sensación de estar frente a un acertijo que experimentamos con los sonidos de otra lengua, suele ser el primer paso que da el traductor para desacatar aquella remota voluntad divina, para mirar con lupa cada palabra de su idioma y sopesar en la palma de la mano los distintos sentidos que ésta invoca si se la enfrenta con su equivalente en otra habla.

En ese sentido, el caso de Carlos Fuentes guarda muchas similitudes con lo antes dicho, según leemos desde distintos puntos de vista en el volumen colectivo Carlos Fuentes y los horizontes de la traducción literaria. Este libro nos permite apreciar cómo en las tradiciones literarias rumana, húngara y serbia, entre otras, la lectura que la obra de Fuentes ha tenido es un parangón idóneo para medir el diálogo establecido entre los autores del boom hispanoamericano y las naciones del bloque europeo socialista del siglo xx, las afinidades reales y las coincidencias forzadas e incluso la censura del Estado en el mundo editorial. Asimismo, este volumen pone sobre la mesa de discusión el hecho de que, en su lengua original, en la obra fuentesiana hay implícitamente una traducción histórica, una traducción cultural, de lo simbólico a lo real, del tiempo pretérito al tiempo presente, del discurso hegemónico al discurso soterrado, que el autor entreteje con símbolos y referencias.

Sostiene Marín Colorado que en los mecanismos de la representación de la xenofobia en las sociedades mexicana e inglesa las obras de Fuentes y Pinter coinciden en “un compromiso social, una obligación moral hacia nuestros semejantes” (p. 50) y “un claro paralelismo respecto a sus preocupaciones sociales y sus posturas políticas” (p. 53), por lo que en este caso podemos hablar de una traducción mediada ideológicamente, que acorta las distancias culturales entre autor y traductor.

Y si por un lado podemos detectar cierto paralelismo en las concepciones creativas de Pinter y Fuentes, por otro la obra del narrador mexicano nos sirve como punto de referencia para ver de cerca los vaivenes del mundo editorial rumano, a partir del “deshielo cultural” de los años 60, en un contexto en que el autor de Aura era el prosista latinoamericano más joven que se había traducido a esa lengua, si bien sólo con dos obras: La muerte de Artemio Cruz y la pieza teatral Todos los gatos son pardos -una elección casi anómala, considerando el grueso del catálogo del autor-, aunque no deja de ser curioso que igualmente se reseñaran las obras no traducidas en las revistas literarias rumanas de la época -que, como apuntan Ilinca Ilian y Alina Ţiţei, eran el medio idóneo para introducir a poetas, prosistas y ensayistas extranjeros más o menos afines a la ideología socialista, con fragmentos de sus obras.

En ese tenor, la novela de la revolución mexicana ofrece el puente menos problemático para emparentar dos discursos nacionalistas, salvo que en el caso rumano, por ejemplo, son publicadas casi simultáneamente Los de abajo, Pedro Páramo y La muerte de Artemio Cruz, que podríamos identificar como tres etapas diferenciadas de un mismo viaje -y cabría especular si esta condición no asentó por antonomasia, entre los lectores rumanos, la condición de Carlos Fuentes como el portador de la estafeta revolucionaria, el wünderkind que completaba la historia nacional mexicana que iniciaron Azuela y Rulfo.

El caso rumano sirve de partida para aproximarnos a las diferencias entre éste y el contexto yugoslavo en que fueron recibidas las primeras traducciones de Aura y La muerte de Artemio Cruz, así como en el posterior periodo de desintegración balcánica. Allí, viendo la nómina de títulos fuentesianos traducidos al serbio (p. 14), constatamos el interés editorial por la obra de nuestro autor en esa lengua, que, como apunta Bojana Kovačević, acaso también pueda explicarse por la propia actitud de Fuentes frente a la península de los Balcanes, “un eterno campo de batalla, cruce de caminos y territorio de intereses de los grandes poderes”.

La literatura se nos presenta, en un extremo, como un conjunto de diferencias y en el otro como una superposición de textos que traducen traducciones de traducciones: desde Homero, acaso todos los poetas le canten a la misma guerra, a la misma Helena; y sin embargo, cada vez que una generación traduce de nuevo a la Ilíada estamos ante un texto único, en el mismo sentido en que cada vez que nos miramos en el espejo vemos reflejada una imagen distinta, como propone Mercédesz Kutasy hablando de las traducciones simétricas, especulares, que se dan tanto en el nivel lingüístico como en el semántico de Aura.

La simetría de la que habla Kutasy, en el caso de Aura, es un elemento compositivo de la obra, que le da un sentido más amplio a los hechos narrados: el espejo es también un espejismo que nos hace dudar de cuál es el discurso original o ¿quién parodia a quién ? Este desdoblamiento aparece asimismo en La muerte de Artemio Cruz, salvo que por partida triple, escindido en tres personas gramaticales; o en “Chac Mool”, cuando en un juego de espejos enfrentados la religión cristiana aparece como una reformulación del sacrificio prehispánico.

Dichas revisiones histórico-culturales de la obra traducida de Fuentes en tres países de Europa oriental tienen su contraparte en este tomo con la lectura que hacen dos especialistas mexicanos, traductores asimismo, de Aura y dos cuentos de Los días enmascarados: “Chac Mool” y “Por boca de los dioses”. En el primer caso, Barajas García señala cómo un par de pistas ocultas en las líneas escritas en francés -con erratas deliberadas por el autor- de esa novela breve se pierden definitivamente en las traducciones a dicha lengua: pistas que en un primer momento son sólo perceptibles para los lectores bilingües que notan la anomalía del idioma, como en esos pasajes de Guerra y paz donde los personajes rusos se entienden entre sí mediante un francés equívoco. En el segundo caso, Sauza Durán aborda una traducción de índole cultural, que se puede notar en la traslación al tiempo presente que hace Fuentes de los símbolos del pasado mitológico prehispánico, una traducción que es a la vez recurso estético y elemento compositivo en la obra de Fuentes, una adaptación de símbolos que nos tiende a los lectores un hilo de Ariadna que conecta el universo de Los días enmascarados con “el archivo inquisitorial, las evocaciones a mitos fundacionales (coloniales e indígenas), la retórica notarial, las alusiones a las crónicas de Indias” (p. 163). En ambas orillas, la de Europa oriental y la mexicana, como se ve, coincide la crítica en la importancia que tienen las respectivas historias nacionales para intermediar la recepción de la obra fuentesiana.

Esta múltiple perspectiva alrededor del autor mexicano desde distintos andamiajes se complementa con tres artículos que reflexionan sobre la traducción como un hecho estético que influye en la cultura literaria y las tradiciones; los casos específicos de Borges, Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa en tanto traductores y formadores de un canon literario hispanoamericano; y sobre la puesta en práctica de un programa de estudios superiores que se sirve de la traducción como herramienta en la enseñanza de otras lenguas, es decir, leemos el tránsito de una perspectiva histórica diacrónica a la aplicación real de las reflexiones sobre la traductología en el ámbito de la docencia.

Mención aparte merecen dos artículos: el que aborda el “indigenismo al revés” del peruano José María Arguedas, cuya novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, de acuerdo con García de la Sienra, ejemplifica mejor que cualquiera otra de sus obras su idea de “la traducción, entendida no como mera transposición lingüística, sino como una compleja operación que se sitúa en el corazón mismo de la heterogeneidad del sistema literario andino” (p. 204), que termina por impregnar toda su poética de símbolos indígenas subvertidos o transformados; y el que se centra en la revista bilingüe El Corno Emplumado, que dirigieron Margaret Randall y Sergio Mondragón, una empresa literaria en cuya historia se puede leer entre líneas la tensión que marcaba las relaciones del medio cultural mexicano con su gobierno e incluso con los patrocinios institucionales norteamericanos, en la décadas de los sesenta. En ambos casos, la traducción tiene un peso político y una función social; en ambos casos, se lee una tensión entre dos lenguas, que representa a una cultura dominante y a otra dominada.

Este libro es, antes que un compendio de teorías, un resumen de experiencias personales de un individuo frente a dos lenguas; se habla sólo fugazmente de soluciones y se da más espacio a los problemas que la traducción implica, porque así se nutren las mejores conversaciones; se dice que cada quien volvió a Babel porque a todos nos dijeron que allá vivía nuestro padre.