El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.pyfril.v2i4.83

Seccción Redes

Vol. 2, núm. 4, septiembre-diciembre 2022

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

Texturas autobiográficas en la obra de Álvaro Retana1

Autobiographical textures in the works of Álvaro Retana

Rafael M. Mérida Jiménez 0000-0003-0854-2309a

aUniversidad de Lleida, España rafaelmanuel.merida@udl.cat

Resumen:

El objetivo del presente artículo es ofrecer una aproximación panorámica sobre algunas de las tipologías textuales de que se dotó el escritor español Álvaro Retana (1890-1970) para introducir elementos de carácter autobiográfico en su producción literaria, de manera que pueda empezarse a valorar la heterodoxia personal y los peculiares mecanismos retóricos con que fue construyendo su masculinidad disidente. Así, serán analizados fragmentos procedentes de sus ficciones y ensayos junto a piezas más netamente autobiográficas, con formato de entrevista y auto-semblanza, escritos tanto durante su fecunda producción artística anterior a la Guerra Civil como bajo la dictadura franquista.

Palabras clave: Álvaro Retana; literatura española del siglo ; autobiografía; masculinidad; homosexualidad.

Abstract:

This article offers a panoramic approach to some of the textual typologies that the Spanish writer Álvaro Retana (1890-1970) endowed himself with in order to introduce autobiographical elements in his literary works, in order to analyse his heterodoxy, as well as the peculiar rhetoric al mechanisms with which he built his dissident masculinity. Thus, fragments from his fictions and essays will be introduced, together with more clearly autobiographical pieces, with an interview and self-portrait format, written both during his prolific artistic life prior to the Civil War and under the Franco dictatorship.

Keywords: Álvaro Retana; 20th Century Spanish Literature; autobiography; masculinity; homosexuality.

Recibido: 13 de enero de 2022.

Dictaminado: 5 de abril 2022.

Aceptado: 10 de abril 2022.

 

1

El estudio de la producción literaria y artística de Álvaro Retana (1890-1970) ha sido escaso hasta fechas recientes: por citar un solo ejemplo, su nombre no aparecía en el amplio índice onomástico de La edad de plata, de José-Carlos Mainer (1988), una investigación tan influyente como indispensable sobre la cultura española del primer tercio del siglo XX. Mejor parado salió, más de veinte años después, en el sexto volumen de la Historia de la literatura española dirigida por el propio Mainer (2010), quien le dedicaba estas palabras:

A otros escritores, el atrevimiento, pero, sobre todo, la franqueza de sus opiniones eróticas les salió muy caro. Fue el caso de dos escritores homosexuales, Antonio de Hoyos y Vinent (1885-1940) y Álvaro Retana (1890-1970), que de forma muy diferente manifestaron sus inclinaciones. [...]. El erotismo de Retana tuvo un cariz exhibicionista y humorístico; suyas fueron las letras de los cuplés más equívocos de su tiempo y un montón de novelas cortas que le dieron enorme popularidad. Después de la guerra civil fue condenado a muerte y vio conmutada la sentencia por prisión, de la que no salió hasta 1948. (p. 268)

Más allá de que podamos comprender que una historia de cualquier literatura contemporánea no pueda recoger todos y cada uno de los nombres que configuraron un panorama cultural dado, resulta muy revelador que, todavía a la altura de 2010, no se citase ni un solo título de la amplia producción narrativa de nuestro autor, aunque fuese para sugerir el tipo de ficción popular que consumieron miles de españoles durante esa floreciente etapa de las letras hispánicas.

Las razones que, a mi juicio, pueden propiciar este olvido obedecen al menos a tres factores. En primer lugar, a la creatividad poliédrica de Álvaro Retana, pues, además de novelista, fue escenógrafo, diseñador de vestuarios teatrales, ilustrador, músico, letrista y cronista de la farándula española antes de la Guerra Civil (Peláez Martín, 2006), circunstancia que ha propiciado una cierta desubicación académica entre quienes no practican la interdisciplinariedad. En segundo lugar, su obra se mueve en territorios de una cultura popular que, hasta fechas recientes, ha merecido escaso respeto: así, Retana se consagró al cuplé y su narrativa se amoldó con frecuencia al odre de la novela erótica –o “galante”–; ambos fueron –y siguen siendo– géneros, musical y literariamente hablando, ampliamente denostados por las elites. La tercera razón que explicaría ese ostracismo sería su sexualidad heterodoxa, como certifican los títulos de unas ficciones de muy considerable difusión: Las “locas” de postín (1919), Los ambiguos (1922), El crepúsculo de las diosas (1922), Lolita buscadora de emociones (1923), Mi novia y mi novio (1923), A Sodoma en tren botijo (1933). Según propusiera Ginés (2008), Retana sería un claro ejemplo de cómo la frivolidad más absoluta y estereotipada no restó un ápice a la capacidad de socavar la lógica de normalización de los cuerpos y las sexualidades. El homoerotismo explícito e implícito a lo largo de su prolífica obra debe ser lugar común de los estudios que lo aborden, como bien demostró Luis Antonio de Villena (1999) en una monografía casi fundacional de la nueva fase de recepción de su producción.2 Se trata, eso sí, de un componente poco común, según analizase Maite Zubiaurre (como se citó en Retana, 2013). Este es el juicio de esta investigadora:

[Retana creó] el tipo de homosexual simpático, dicharachero, ingenioso, que es orgullosamente gay y alegremente frívolo, que se entrega sin complejos al placer y es siempre juguetón e irreverente. Un gay, flamboyante, noctámbulo y vividor, al estilo Almodóvar o, mejor aún, al estilo Mendicutti, que no cae nunca en el cliché de homosexualidad = sordidez. (pp. XXIV-XXV)

Nada que ver, por tanto, con el estereotipo fijado por Hernández Catá (1927), en El ángel de Sodoma, según han analizado Vázquez y Cleminson (2011). No debe de sorprendernos, por consiguiente, que en muchos círculos literarios madrileños se le pudiera considerar “un semi-hombre o una semi-mujer”, “un sarasa” y miembro de aquella “plaga de invertidos” que describió Rafael Cansinos-Asséns (1982, p. 373) en La novela de un literato, repleta de fobias de toda suerte.

Sin embargo, mi objetivo no puede ser el análisis minucioso de una producción artística tan vasta y rica, sino una primera aproximación a algunas de las tipologías textuales de que se dotó nuestro autor para introducir elementos de carácter autobiográfico en torno también a la construcción de una masculinidad disidente, de manera explícita e implícita, la misma que, precisamente, le granjeó una enorme popularidad en aquella Edad de Plata y un doble ostracismo entre la crítica académica más vetusta. Recuérdese que, a la altura de 1926, la colección “Celebridades de varietés” publicaba un número de apenas 30 páginas titulado Álvaro Retana, el Petronio del siglo XX: biografía del famoso escritor galante, único en su género, Retana novelista picaresco, Alvarito artista enciclopédico, compositor, dibujante, actor, “astro” de la cinematografía española (Retana, 1926). Tengamos presente, igualmente, esto:

Retana sacó réditos importantes de un género que le dio notoriedad pública. Y lo hizo nadando y guardando la ropa, puesto que sus obras iban precedidas, de ordinario, por un prólogo en el que el autor decía contar todas aquellas perversidades con la única intención de advertir al lector sobre la degeneración a la que había llegado la sociedad contemporánea. Era una treta más para una vida enmascarada en la que conoció y disfrutó, de primera mano, muchas de las andanzas que luego convertía en ficción. (Peral Vega, 2021, p. 71)

2

Según expusieron Pilar Pérez Sanz y Carmen Bru Ripoll (1989) en un volumen de la Revista de Sexología,3 Álvaro Retana fue pródigo en sus colaboraciones en la prensa española, especialmente a partir de 1911: un sencillo listado de los periódicos y revistas en donde colaboró sería inmenso. Muchos de sus artículos fueron crónicas del universo de las variedades, aunque progresivamente, conforme su fama creció, la voz en primera persona fue ocupando un territorio mayor. Ejemplo palmario sería una pieza aparecida el 1 de junio de 1921, en el número 7 de la revista La Farándula, titulado “Amenidades varietinescas: por qué soy el sumo pontífice de las varietés”:

Quien como yo sin saber música es el primer compositor español del género frívolo, el único y legítimo continuador de Chueca, a quien todos copian sin conseguir igualarme; quien sin saber pintura ha presentado dos magníficos cuadros en la Exposición Nacional de Bellas Artes y seis en la de Arte Español, quien sin haber estudiado literatura confecciona novelas, de las cuales se venden cuatro mil ejemplares en 8 días y dirige decorados, bien puede permitirse la coquetería de bromear humorísticamente sobre su calidad de Sumo Pontífice y darle alguna vez en los hocicos con el báculo papal a un cabrito rebelde del rebaño varietinesco. (Pérez Sanz y Bru Ripoll, 1989, p. 93)

Este es el estilo de Retana en su máximo esplendor. Repartiendo bendiciones y coscorrones. Con un “yo” omnipresente sin remilgos. Sin complejos y con orgullo, sea cual sea el tema que aborde. A nadie sorprenderá que nuestro autor pueda considerarse, en palabras de Mira (2004), “la primera vedette homosexual española.” (p. 41)

En un trabajo precedente sobre la Historia del arte frívolo (1964) de Retana, quedó demostrado su indudable atractivo para quienes se interesan en la escena española popular de la primera mitad del siglo XX. También para quienes aborden la eclosión de los primeros espectáculos de transformistas e “imitadores de estrellas”, figuras indispensables para profundizar en los debates sobre género y sexualidad en la España anterior a 1936 (Mérida Jiménez, 2016). Pero, además, esta obra debe interesarnos como vindicación de la heterodoxia arrebatada por el nacional-catolicismo a partir de 1939 y como memoria de una juventud que huyó irremediablemente, retratando un pasado farandulero con tintes autobiográficos, lidiando con la censura oficial y escribiendo una semblanza personal que merece conservarse como testimonio del humor camp del imaginario protogay español.

En las páginas prologales de esta Historia del arte frívolo, Retana (1964) introdujo una semblanza autobiográfica, con fotografía incluida, que le presenta no a la altura de 1964, sino, al igual que a sus estrellas, al inicio de sus años de esplendor, en 1911, muy acicalado con su frac impecable.4 El texto de este anciano de 74 años no tiene desperdicio, como cuando afirma:

Había nacido en alta mar, durante un viaje de mis padres a Filipinas, frente a Colombo, capital de Ceilán, esa isla maravillosa donde dicen que estuvo el paraíso de Adán y Eva, prendida de Asia como un corazón rojo y verde, colores que parece ser marcaron mi destino. Al desembarcar fui bautizado por el obispo en Batangas, lindo pueblecito de indios fieros y sensuales, cercano a Manila, donde residían mis abuelos, indicando como fecha de mi nacimiento el 26 de agosto de 1890, bajo la influencia que nunca pude explicarme de Virgo, signo del Zodíaco con el cual me declaro incompatible. [...]. Mi formación intelectual se la debo a autores extranjeros: Emilio Zola, Catulle Méndez, Arsenio Houssaye, Maupassant, Oscar Wilde, Colette, Huysmans, Rachilde, Barbey d’Aurevilly, Villiers de l’Isle Adam, Jean Lorrain... Si ardiese mi biblioteca salvaría Las mil y una noches que es mi obra favorita. (Retana, 1964, p. 21)

La semblanza autobiográfica sigue el mismo patrón de omisión/afirmación y de información/confirmación que Retana empleará para los “imitadores de estrellas”, táctica que le permitía concretar el retrato erótico mediante una perspicaz técnica narrativa. En el caso de su “Autobiografía”, ofrece un retrato más demorado, siguiendo una técnica retórica más sutil, por gradual: primero, el “corazón rojo y verde”, que remite a la pasión y al color con el que se distinguían sus novelas y letras eróticas escritas durante las décadas de los años 10 y 20; después, esa condición de anti-Virgo, más coloquial. A continuación, la biblioteca formativa, en donde destaca la presencia de nombres como el de Óscar Wilde, en el centro de una enumeración tan decadentista y connotada de la cultura sexual contemporánea: según apuntase Constán (2009), en su novela La hora del pecado, Retana (1922), estaría jugando con el mismo artificio manejado en El retrato de Dorian Gray, hecho que certificaría la aclimatación del autor irlandés en la producción literaria española.

La enumeración no puede ser sino orgullosa declaración de principios para los entendidos a la altura de 1964, ajenos a la norma impuesta de sexualidad unívoca y monolítica: “Nada aprendí de los literatos españoles”; unos entendidos que, como él, sobrevivían con humor e ironía, a pesar de los silencios, a pesar de la religiosidad católica, gracias al calor del recuerdo de los éxitos alocados, amorosos y profesionales, íntimos y públicos:

la verdad es que puedo vanagloriarme de haber saboreado los más envidiables triunfos, como también las menos deseables amarguras y fracasos. Pero nunca me deprimí porque sospecho que Dios está conmigo perdonándome lo reprensible que haya podido hacer en mis horas de alocada juventud por el bien que he causado. Soy como el sándalo que perfuma el hacha que le hiere y no concilio el sueño sin rogar al Todopoderoso dé una buena muerte a mis enemigos. (Retana, 1964, p. 21)

Aquello que más sorprende no es el desparpajo de su egolatría, sino que su autoestima no hubiera mermado lo más mínimo con el paso de las décadas y las circunstancias no siempre alegres de su biografía a partir de 1936, como expondré a continuación.

Existiría una sorprendente tercera tipología textual autobiográfica –que muestra un «yo retrospectivo» privado, a partir del testamento notarial–, en donde podemos constatar un buen ejemplo de la autocensura que debieron practicar tantos y tantos creadores españoles durante la dictadura franquista. Basta comparar la cita anterior de la semblanza para Historia del arte frívolo con el siguiente fragmento de su testamento para advertir cuáles eran los límites públicos y privados de una trayectoria vital tan dilatada como intensa, truncada el 11 de febrero de 1970:

muero sin perdonar a cuantos elementos del régimen de francisco franco bahamonde, se han complacido en perseguirme, difamarme y desdeñarme, con ese implacable rencor que distingue a tantos titulados católicos, apostólicos romanos, compostelanos y hasta del puente de Vallecas, partidarios de restaurar la siniestra España de Felipe ii. Si es verdad que existe el Infierno, como allí nos encontraremos todos, procuraré hacerles imposible la vida eterna, con la colaboración especial de Satanás que, seguramente, será conmigo menos infame y rencoroso que ellos, a quienes me gustará ver cómo les queman los cuernos. (Pérez Sanz y Bru Ripoll, 1989, p. 28)

La Historia del arte frívolo de Retana fluía a contracorriente de muchos silencios y de otras tantas censuras impuestas y auto-impuestas. La comparación que acabo de apuntar entre los fragmentos de la “Autobiografía”, incluida en el volumen, y el testamento privado resulta elocuente. Al comentar otro párrafo de este mismo testamento, Alberto Mira (2004) no puede dejar de destacar cómo el “sentido del humor y la lucidez parecen haber sido una constante aun en sus peores momentos, cuando sufría torturas en la cárcel” (p. 174), tras la Guerra Civil. No me cabe la más mínima duda. Como tampoco me cabe la más mínima duda de que en un documento notarial no suele trazarse un esbozo autobiográfico en donde, entre otros episodios vitales, puede narrarse el siguiente:

Ofrecí en escritos dirigidos a Su Excelencia el Jefe del Estado [Francisco Franco]; al Cardenal Segura; doctor Eijo Garay; Ministro del Ejército Nacional, señor Ruiz Jiménez; Ministro de Información, señor Pérez Embid; Teniente General Millán Astray y otras personalidades influyentes, que si se me indultaba de mis accesorias y reingresaba en el Tribunal de Cuentas, cedería la propiedad de todas mis obras perseguidas durante la dictadura, por eróticas, a la entidad religiosa o secular que se me indicase, a fin de que ésta como propietaria impidiese en lo sucesivo la reedición de textos conceptuados impertinentes para la Moral. Pero ninguna de las personalidades requeridas atendió mi súplica, pues, a no dudar entendieron que era preferible la difusión de mis novelas picarescas a salvarme de la miseria. Por el contrario, se dispuso que yo no pudiera trabajar en la prensa española, ni en las emisoras de radio y se rechazaron sistemáticamente cuantas producciones novelescas perfectamente limpias y ortodoxas remití para su aprobación a la censura de libros. (Pérez Sanz y Bru Ripoll, 1989, p. 28)

Estaremos de acuerdo en que este testamento notarial constituye un testimonio autobiográfico tan insólito como extraordinario.

3

Sólo he presentado tres muestras de las texturas autobiográficas de la producción de Álvaro Retana. Puedo asegurar, sin embargo, que una primera aproximación permite advertir un caudal muy abundante de “escrituras del yo”. Así, si pensáramos en un núcleo diferente al que he planteado –el del «yo presente/retrospectivo » –, como sería el del “yo filtrado” por el propio autor a través de otros géneros literarios, ajenos a los más estrictamente autobiográficos, nos encontraríamos con muchas sorpresas. Sin ir más lejos, algunas de sus novelas serían tan descaradamente autobiográficas como la titulada Mi alma desnuda (1923) o nos toparíamos con ficciones en donde Retana declara explícitamente que recrea episodios de su vida, como indica en el prólogo de Mi novia y mi novio (1923).

Si pensáramos en otro núcleo de producciones, en donde el “yo” aparece mediado por una tercera persona, también dispondríamos de abundante material. Sería el caso de las numerosas entrevistas anteriores a la Guerra Civil, que aparecieron tanto en revistas y periódicos como en sus propios libros. Un ejemplo lo podríamos leer en el curioso prólogo de Artemio Precioso, director de la colección “La novela de hoy”, a la novela de Retana (1924), titulada Flor del mal. En este preámbulo, con formato de entrevista, leemos una irónica auto-semblanza:

Ahora la vida me ha hecho comprender que lo más admirable es no asustarse de nada y caminar valientemente en pos de un más allá, reñido en todo con la ética burguesa y anticuada. He jugado tanto con el fuego que me he abrasado en sus llamas y fatigado de poner cátedra de moral privada, voy a entregarme lealmente en poder de Satán. Iré al Infierno aunque sea en tren-botijo, aburrido de la monotonía de mi existencia irreprochable. (Retana, 1924, p. 5)

Y así podríamos ir abriendo círculos concéntricos de esa mediación hasta alcanzar el más externo, el de la biografía, modalidad textual, que en parte maneja Luis Antonio de Villena (1999) en su ensayo El ángel de la frivolidad. Allí se proyecta todo un diálogo de voces y susurros en la escritura villeniana, con el que me gustaría acabar:

Varias personas ya fallecidas (Luis Escobar, Fernando Moraleda, a quienes yo veía en el Madrid nocturno de los finales años setenta) me contaron, cuando yo empezaba a interesarme por la figura de Retana, que el antiguo novelista había muerto de modo trágico. No especificaban mucho. Mantenían un cierto velo. Eran cosas que se decían o que habían oído... Según este rumor, Retana habría aparecido asesinado (apuñalado) en su piso de Madrid. Se debía de tratar de un crimen pasional o, para ser más precisos, un crimen de amor y dinero. Un chapero (un chulo se decía aún por entonces) le habría matado, acaso sin predeterminación, por un asunto de dinero y sexo.5 (pp. 99-100)

Anexo

«Autobiografía»

Álvaro Retana6

Así era yo en 1911, cuando me desenvolvía en el ambiente teatral de la bella época cuyo recuerdo se mantiene en mí tan fresco como lechuga recién cortada.

Había nacido en alta mar, durante un viaje de mis padres a Filipinas, frente a Colombo, capital de Ceylán, esa isla maravillosa donde dicen que estuvo el paraíso de Adán y Eva, prendida de Asia como un corazón rojo y verde, colores que parece ser marcaron mi destino.

Al desembarcar fui bautizado por el obispo en Batangas, lindo pueblecito de indios fieros y sensuales, cercano a Manila, donde residían mis abuelos, indicando como fecha de mi nacimiento el 26 de agosto de 1890, bajo la influencia que nunca pude explicarme de Virgo, signo del Zodíaco con el cual me declaro incompatible.

Por la gracia de Dios vine a este mundo inteligente, optimista, trabajador, ardiente y desdeñoso para los prejuicios sociales. Desde muy niño dividí a la humanidad en dos grandes grupos: en uno yo solo y en el otro la demás gente, gentecilla y gentuza.

A los diez años me obligaron en el colegio a leer Don Quijote de la Mancha y como por mi edad no podía digerir aquello, cobré tal aversión a dicho libro que de mayor no quise ni olerlo. Y lo siento, pues según mis informes se halla bastante bien escrito.

Fui mal estudiante, intransigente con las Matemáticas, de imaginación desbordada por lo cual me distraían las Historias Universal y Sagrada, incapaz de guardar rencor a quien me causare un daño, no por bondad congénita, sino por resultarme más cómodo y barato.

Inicié estudios universitarios que no pude acabar. Escribir, pintar, ideas, decorados, componer música ligera, era cuanto apetecía. Mi padre me dejó por imposible, rebelde, caprichoso, deslenguado.

En 1911 publiqué mis primeros trabajos literarios en el Heraldo de Madrid, a la sazón dirigido por el ilustre maestro de periodistas José Rocamora, quien me auguró brillante porvenir como escritor. Profecía que, naturalmente, acepté sin escrúpulos.

Mi formación intelectual se la debo a autores extranjeros: Emilio Zola, Catulle Mendés, Arsenio Houssaye, Maupassant, Oscar Wilde, Colette, Huysmans, Rachilde, Barbey d’Aurevilly, Villiers de l’Isle Adam, Jean Lorrain... Si ardiese mi biblioteca salvaría Las mil y una noches que es mi obra favorita.

Nada aprendí de los literatos españoles, aunque siempre leí deleitado a Vicente Blasco Ibáñez, Wenceslao Fernández Flores, Ramón del Valle-Inclán, Pío Baroja y algún otro.

Ese mismo año de 1911 estrené mis primeras canciones ligeras interpretadas por las estrellas de variedades La Goya, Paquita Escribano, Adelita Lulú, Amalia Molina, Raquel Meller, la Bella Chelito, Teresita Zazá y otras figuras de la bella época. Mi intimidad con ellas por confeccionador de su repertorio y figurinista, me permitió estudiar sus psicologías como su ambiente, reflejado en mis novelas La carne de tablado, Ninfas y sátiros, El crepúsculo de las diosas...

En todas mis actividades artísticas siempre me acompañó el éxito. Declaro esto sin rubor porque la modestia es la vanidad de los mediocres.

Después... la verdad es que puedo vanagloriarme de haber saboreado los más envidiables triunfos, como también las menos deseables amarguras y fracasos. Pero nunca me deprimí porque sospecho que Dios está conmigo perdonándome lo reprensible que haya podido hacer en mis horas de alocada juventud por el bien que he causado. Soy como el sándalo que perfuma el hacha que le hiere y no concilio el sueño sin rogar al Todopoderoso dé una buena muerte a mis enemigos.

Bibliografía

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Notas

1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación “Memorias de las masculinidades disidentes en España e Hispanoamérica” (pid2019-106083gb-i00) del Ministerio de Ciencia e Innovación, del Gobierno de España.

2 Quisiera llamar la atención sobre dos trabajos que muestran la evolución de la recepción académica de Retana: en primer lugar, la tesis doctoral de Vicenç Vernet Pons (2007), la única dedicada íntegramente a nuestro autor que haya sido defendida en el sistema universitario español, según la base de datos Teseo; en segundo lugar, el artículo de Jeffrey Zamostny (2021), en donde se brinda una aproximación que, como sugiere su título, es deudora de los estudios queer.

3 Véase los números 40-41

4 Editamos esta pieza autobiográfica como anexo al presente artículo, dada su escasa difusión.

5 O podríamos recordar el chisme con que finalizaba Alberto Mira (2004) su aproximación a Retana: “Conviene añadir que los testimonios con los que contamos no nos lo presentan como una víctima de su ‘vicio’. Una anécdota apócrifa (pero reveladora aun en el caso de que no sea auténtica) nos lo presenta ante un tribunal de justicia franquista, acusado de perversión de menores y de sacrilegio: según el fiscal, seducía a jóvenes, cuyo semen escanciaba en cálices sagrados, de los que luego bebía. Cuando durante el juicio salió a colación este aspecto, Retana respondió: ‘No, señor juez, no necesitaba cálices: me lo bebía directamente” (p. 175).

6 Retana (1964, pp. 21-22). Este texto se presenta a dos columnas en la p. 21 y a página entera en la 22; la mitad de la columna a ofrece una fotografía del autor, a la que se refiere.