El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.pyfril.v2i4.86

Seccción Cardumen

Vol. 2, núm. 4, septiembre-diciembre 2022

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

Liliana Weinberg. (2021). José Martí: entre el ensayo, la poesía y la crónica

Nelly Palafox Lópeza

aIndependiente, México, nellypala@gmail.com

 

Liliana Weinberg. (2021). José Martí: entre el ensayo, la poesía y la crónica. 123 pp. ISBN: 978-607-502-971-9. Xalapa: Universidad Veracruzana.

“Sólo el amor engendra melodías”, dice el último verso de José Martí en el poema “Crin hirsuta”. Ese amor que nace de la aspiración de la belleza y busca decirse a través de la palabra asediada engendra melodías desgarradas, dolorosas, al tiempo que indecibles y profundamente críticas. José Martí, nuestro americano más clásico, es mirado por la “luz inteligente” de Liliana Weinberg en tres tiempos: 1) el presidio político en Cuba: Martí, cronista del dolor; 2) nuestra América: Martí, cronista del futuro; 3) y nuestra exposición de los pintores impresionistas: Martí, cronista de lo invisible. Los tres apartados repiten el apellido del escritor y el género discursivo, con matices que el título de la obra se encarga de calibrar: ensayo, poesía y crónica. En cada uno de estos tiempos martianos, la autora nos devuelve a un escritor vivo e incandescente. Podríamos, incluso, añadir que la ensayista nos revela el tempo de las crónicas, que, a la manera de melodías narradas, dan cuenta de la herida del poeta, pero también de los deslumbramientos por el arte, en especial la pintura.

Las últimas líneas del primer apartado cierran con una confesión de la ensayista: “Yo no volví a ser nunca la misma después de leer El presidio político en Cuba.” Esa modificación profunda en la biografía de Liliana Weinberg se comunica, a su vez, con las heridas abiertas de un jovencísimo escritor de 16 años, que desciende a los infiernos carcelarios por “infidencia” y es condenado a 6 años de trabajos forzados en las Canteras de San Lázaro. Con todo, no le falta voz para hablar del “Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores”. El dolor es una herida creativa que le permite ensayar una reflexión que va “Del desengaño a la toma de conciencia”. Y ese movimiento revela aspectos de la vida de Martí que Liliana Weinberg siembra con cuidado a lo largo de las páginas. Aquí, por ejemplo, recupera el nombre de la primera morada del poeta a su llegada a España: la calle madrileña “Desengaño”, que es la misma en la que Francisco de Goya dio a conocer sus “Caprichos”. A su manera, este primer ensayo establece líneas paralelas en las vidas de dos entrañables artistas: Goya y Martí. No es casual la mirada asombrada que Martí le dedica a Francisco de Goya; lo es también porque admira ese lenguaje pictórico que le resulta indeleble al corazón y la mente. En esa vida paralela, “Martí recibió clases de pintura en Zaragoza, la misma ciudad donde Goya se hizo pintor”. O en el tenor señalado por Ariela Schnirmajer, cuya lectura da lugar a “la concurrencia entre los cuadros literarios pintados por Martí y la portentosa pintura de Goya”. Hay una línea que va de la mirada del poeta a su biografía y a la escritura de aquella época. Una vida apasionada, incluso en el dolor, que alcanza por su compromiso político otro género discursivo, como nos ayuda a mirar Weinberg: el alegato jurídico. José Martí estudió derecho y esa formación tiene un vínculo práctico en el servicio social que presta a quienes, como él, viven la injusticia y la deshumanización de la cárcel. Lo vivido sirve y suma en la cualidad de testigo que proporciona la crónica. En una metáfora cinematográfica, contada por Leila Guerriero, si la crónica es al documental lo que las películas son a las novelas, Martí documenta, en primera persona, las escenas del dolor que nos hace mirar con una cuidadosa atención.

El segundo capítulo aborda el ensayo fundacional del pensamiento nuestro americano. ¿Qué se puede añadir a la rica bibliografía que ha sucitado este “texto infinito”? A todas luces es “un clásico de este mundo que nosotros vivimos y que él mismo texto fundó”. Además, es un texto que cumple 131 años al momento de la publicación de los tres grandes ensayos de Liliana Weinberg. Me parece que uno de los muchos aciertos es reconocerlo como tal, más allá del panfleto, el discurso en voz alta o la arenga política, que pueden, por qué no, habitar la semilla de la palabra martiana. “Uno de los principales rasgos de todo ensayo es que está escrito en tiempo presente, con lo cual se refuerza el permanente regreso al tiempo y lugar de la enunciación, a la vez que al momento de reflexión en que todo acontecimiento se convierte –son palabras de Ricoeur– en sentido”. Ese presente de la enunciación revela un alto compromiso ético, que responde y firma con su nombre. Si bien no fue pensado en un inicio como un ensayo, los lectores lo hemos leído de esa manera. Es más, es un ejemplo clásico de lo que es un buen ensayo.

La ensayista que es Liliana Weinberg emprende una reconstrucción del momento de enunciación en que fue escrita la obra e identifica en ella “una temprana especificidad latinoamericana”, en plena oscilación entre la poesía y la voz ensayística. No son polos irreconciliables; muy al contrario, se nutren de esa raíz fértil, cercana al tiempo en el que fue escrito y que autores como Cintio Vitier, Walter Mignolo, Francisca López-Civeira o Bernardo Subercaseux han percibido, con una honda y puntual recepción. Italo Calvino también dice que los clásicos se leen por amor, el mismo “amor que engendra melodías” y que ahora se deja interpretar, una vez más, como una partitura de lo que bien podría ser la música más íntima de Nuestra América.

El último ensayo es también un elogio del género practicado por el poeta en una vertiente más moderna: la crónica de las artes visuales. Al mismo tiempo que el ensayo como género se consolida en Latinoamérica, Martí reconoce entre los impresionistas procedimientos semejantes que la crónica le permite: la pintura y la escritura en tiempos reales, desde perspectivas inmersivas del cronista y el pintor: desde la barca, desde la piel del testigo y con la materia verbal que describe para los no presentes, la pintura sobre el lienzo. Cada una de las referencias bibliográficas empleadas en este último ensayo es justa y nos abre un panorama o acaso una herida a la manera de una “mirilla” para conocer la trayectoria histórica de las crónicas de arte que surgen y se consolidan en la voz martiana.

Los tres ensayos de Liliana Weinberg son una flor de cinco pétalos, que revelan los cinco sentidos de la experiencia creativa. Hablan de ensayos y son ellos mismos tres magníficos ensayos, que pueden leerse a placer, sin orden, pero con harto provecho. Son didácticos, amables y, por qué no decirlo, deslumbrantes en su inteligencia y en su parsimonioso quehacer discursivo. Tres veces Martí, tres veces la palabra cronista, tres géneros literarios que conducen a él, porque “Todos los caminos del ensayo nuestroamericano conducen a él, magno e inagotable escritor.”

Para terminar, quiero resaltar la espléndida edición, diseñada por Mayra Díaz Ordóñez, con un formato de 11x17cm, impresa en papel ahuesado, con tipografía de las familias Eb Garamond y Bodoni 72; los folios, los títulos y los subtítulos en tinta azul, porque dicen bien que Dios está en los detalles. La camisa desnuda una portada azul añil, elegantemente tipográfica. Celebro esta primera edición, que abre de manera espléndida la colección Pensamiento y cultura latinoamericano, dirigida por Rodrigo García de la Sienra.