El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias

DOI: 10.25009/pyfril.v3i5.96

Sección Redes

Vol. 3, núm. 5, enero-abril 2023

Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

ISSN: 2954-3843

Las dos manos de Liliana. Reflexiones sobre una poética del pensar

Liliana’s two hands. Reflections on literary thought

Rafael Mondragón Velázquez 0000-0003-0260-4476a

aInstituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, mondragon.rafael@gmail.com

Resumen: A partir del análisis comparado de El ensayo, entre el paraíso y el infierno, Situación del ensayo y Pensar el ensayo, el trabajo presenta algunas reflexiones sobre la construcción de la obra teórica de Liliana Weinberg. Se pone el acento en la lógica poética que anima esta obra, su uso de la dialéctica y la paradoja existencial, su concepción del diálogo intelectual y sus reflexiones sobre el tiempo presente en el ensayo. Palabras clave: Liliana Weinberg; ensayo; crítica literaria latinoamericana; paradoja; tiempo presente.

Abstract:

The present article offers some reflections on Liliana Weinerg’s theoretical work and is based on the comparative analysis of three of Weinberg’s books: El ensayo, entre el paraíso y el infierno, Situación del ensayo and Pensar el ensayo. The article deals specially with the poetical logic present in Weinberg’s theoretical work, her use of dialectics and existential paradoxes, her conception of intellectual dialogue and her reflections of the use of present in the essayistic genre.

Keywords: Liliana Weinberg; essay; Latin American literary criticism; paradox; present time.

Recibido: 10 de octubre de 2022.

Dictaminado: 25 de noviembre de 2022.

Aceptado: 2 de diciembre de 2022.

Llevo algunas semanas escribiendo y reescribiendo estas notas. Sólo en ese trabajo me doy cuenta de lo mucho que me cuesta dar cuenta de lo que ha estado tan cerca que me parece evidente. Porque los textos y la palabra de Liliana Weinberg han sido una compañía en mi trayecto intelectual: converso con ellos cotidianamente desde hace mucho, están tan cerca de mí que a veces me es difícil distinguir en qué momento leí determinado planteamiento o escuché determinada idea. Es como si la hubiera conocido desde siempre.

La excusa de este pequeño trabajo es ofrecer algunas reflexiones sobre la articulación de tres libros de Liliana Weinberg (2001, 2006, 2007b), que siempre he imaginado, en realidad, como un solo libro: El ensayo, entre el paraíso y el infierno, Situación del ensayo y Pensar el ensayo. En realidad, esa imaginación mía se sustenta parcialmente en algo que Liliana ha dicho a menudo: Situación del ensayo y Pensar el ensayo iniciaron siendo un solo libro, que terminó siendo demasiado largo, razón por la cual Liliana decidió dividirlo en dos. Yo siempre he imaginado cómo podría haber sido el ensamblaje original de estos dos libros –me imagino, por ejemplo, una integración de los textos teóricos de ambos libros, seguida por los textos históricos que forman las secciones IV a VII de Situación del ensayo, cerrando con la sección “Fronteras del ensayo” de Pensar el ensayo. Espero que un día Liliana nos cuente cómo fue ese ensamblaje; y quizá, que un día se anime a reeditarlos juntos.

Hoy voy a hablar sobre todo de estos tres libros, pero pude haber añadido dos más: el breve libro, que es casi un artículo, llamado Umbrales del ensayo y un largo ensayo, que casi podría leerse como libro, que abre el primero de los dos volúmenes titulados El ensayo en diálogo. El espacio disponible para este texto me va a impedir trabajar con estos dos últimos textos. Pero sí haré referencia ocasional a otros ensayos de crítica que ejemplifican elementos del estilo del pensar de Liliana.

La lógica poética de una obra teórica

En El ensayo, entre el paraíso y el infierno, Liliana Weinberg se preguntó si era posible definir el vuelo. Esa pregunta marca una manera especial de construir teoría literaria, que en la obra de Liliana tiene mucho que ver con la lógica de la poesía, y que la ha llevado a ensayar un conjunto de prácticas del pensar, que en cada momento intenta “respetar, hasta donde sea posible, la libertad y la dinámica del texto” (Weinberg, 2006, p. 19). Se trata de una manera de comentar que, a su vez, refleja algo de la fidelidad a la densidad y la ambigüedad de la experiencia vivida, una fidelidad propia de los grandes creadores hacia los que Liliana hace un constante homenaje. Se trata de pensar como ellos piensan y no sólo de recoger lo pensado por ellos. De proseguir su impulso.

Para lograr esa forma de comentario, Liliana despliega desde ese libro una poética propia. Utiliza figuras y procedimientos de los ensayistas que ha leído. En su prosa, es constante el uso de paradojas, a la manera de sus queridos Octavio Paz y Ezequiel Martínez Estrada. También es constante el uso de la alusión, las asociaciones sonoras –como la manera en que Liliana salta de “Proteo” a “Prometeo” en los dos libros posteriores–, los juegos de palabras que comparten la misma raíz, el paralelismo –como en la dialéctica entre “el acontecimiento y el sentido” de este primer libro–, la enumeración y la acumulación, el quiasmo y el retruécano –como en la expresión “forma de la moral y moral de la forma”, de la sección final de Pensar el ensayo–, procedimientos todos ellos que acercan los textos teóricos de Liliana a la poesía y le dan a su pensamiento una lógica poética.1

Esa lógica poética también se despliega en textos de crítica que, a veces, preparan planteamientos que luego desarrollará en sus libros de teoría. Recuerdo, por ejemplo, el comentario de Liliana al texto de Martí sobre los pintores impresionistas (Weinberg, 2018), armoniosamente articulado en torno de opuestos en tensión, enumerados de forma paralelística: Martí participa, al mismo tiempo, del deseo de informar e interpretar; está tensionado entre la pulsión fotográfica y la pulsión plástica; se juega entre el deseo de identificación y el de diferenciación; su texto construye, al tiempo, una experiencia de participación y una ilusión de presencia... (¡Allí está funcionando la enumeración y la acumulación en la construcción de un efecto de pensamiento que permite tejer una imagen matizada y compleja de una obra, en lugar de clausurarla!). Por cierto, es en uno de sus ensayos sobre Martí donde Liliana desarrolló la tensión entre forma de la moral y moral de la forma, que después ampliará en una de las secciones más brillantes de Pensar el ensayo.

Recuerdo también uno de los bellos ensayos que Liliana Weinberg (2007a) le dedicó a Borges, “Jorge Luis Borges, la escritura de una lectura, la lectura de una escritura”, cuyos dos primeros párrafos calcan, sin decirlo explícitamente, el inicio de “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, y en donde Liliana desarrolla una aparente paradoja: en la obra de Borges, “ese mundo de la literatura que parece cerrarse sobre sí mismo, absolutamente emancipado de las condiciones concretas de producción, dice al mismo tiempo, de manera oblicua, de dichas condiciones” (pp. 6-7). Este párrafo es un excelente ejemplo de lo que Liliana misma llamó, en su tesis doctoral, paradoja existencial, “coexistencia nunca resuelta de contrarios”, que opera en lo más íntimo de la experiencia histórica y por ello debe expresarse en una forma que violenta la lógica usual de la sintaxis y el sentido; una construcción verbal que no se queda como mera figura del lenguaje, sino que, en cuanto construcción que desordena la producción de sentido, construye un camino inédito entre la realidad y el lenguaje y permite iluminar la experiencia vivida de forma nueva (Weinberg, 1993).2

Puede decirse que muchos de los libros teóricos de Liliana son una búsqueda de paradojas existenciales, que se vuelven caminos privilegiados para pensar la complejidad vital de textos inscritos en la vida colectiva; fuerzas tensionadas que permiten ver el movimiento del mundo, su riqueza imposible de encerrar en una definición... Se trata de una mirada amorosa, parecida a la mirada ensayada por Lezama en un famoso poema de amor: “Ah, que tú escapes en el instante / en el que ya habías alcanzado tu definición mejor” (Lezama Lima, 2018).

Las dos manos de Liliana

Siempre he tenido la impresión de que Liliana escribe con dos manos. Hay una mano paterna, que documenta, contextualiza, revisa, localiza en los archivos, reúne el dato inteligente, y que me imagino como su mano derecha. Y hay una mano materna, a la que imagino como su mano izquierda: una mano que juega, ficciona, canta, construye asociaciones libres y se deja guiar por la fuerza del lenguaje. Una mano retiene, la otra invita a jugar. Una mano es diurna y la otra es nocturna. Una invoca al demonio de la corrección, la otra permite que los textos proliferen.

Casi todos los textos de Liliana tratan de conjugar el movimiento de esas dos manos. En muchos de ellos, se puede observar el tránsito que va del impulso diurno, que a menudo abre el texto contextualizando al autor estudiado, dibujando los momentos fundamentales de su trayectoria y organizando su bibliografía, al impulso nocturno, que implica la cita súbita de un autor que pareciera no tener que ver directamente con el tema, la puesta de relieve de un dato de contexto que parecería ser menor, y cuyo acento obliga a repensar un conjunto de ideas recibidas, el deslizamiento del comentario hacia una lógica poética en donde la fuerza de las palabras mismas van dictando el camino o el uso ingenioso de bibliografía secundaria, presuntamente adecuada al tema, pero de donde se saca un elemento que permite jugar.

Así, por ejemplo, ocurre en su reciente texto “Octavio Paz y el ensayo: conciencia y transparencia”, donde la vemos señalar las etapas de la obra de Paz, poner de relieve su relación con el exilio español, acentuar la importancia de “Poesía de soledad y poesía de comunión”. Y de pronto, citar libremente un texto de Efrén Giraldo; demorarse en un dato que parecía menor –el conocimiento del joven Paz de la obra de Husserl– para, a partir de allí, construir una teoría poética; construir la noción de “lucidez” a partir de un juego con versos de Antonio Machado –“luz y paciencia”– y el propio Paz –“luz inteligente”–; y jalar un hilo del libro de Marielle Macé sobre el género ensayístico para pensar el surgimiento de un “estilo de pensamiento” propio de la tradición literaria, distinto del de la filosofía y la ciencia, que le sirve a Liliana para pensar la relación de Paz con la filosofía (Weinberg, 2020, pp. 225-249).

Lo que da una especial calidad a los mejores textos de Liliana es una manera especial de conjugar estos dos movimientos. Hay un intento constante de darle rigor al vuelo, impidiendo, al mismo tiempo, que el vuelo quede encerrado en una exigencia que lo mortifique. Más que el movimiento lineal de un extremo al otro, sus mejores textos están construidos como un ir y venir; un baile que toca alternativamente ambas maneras de construir el pensamiento y construyen de esa manera un ritmo propio, que transmite sensaciones vinculadas al goce, la elegancia y la armonía.

Siempre me ha asombrado esa manera de bailar y me he preguntado si es posible enseñarla, transmitírsela a otros, sobre todo porque mi primer contacto con Liliana viene de la experiencia de aula: asombrado por leer cómo bailaba, la busqué y la elegí como maestra. Lo único que se me ha ocurrido en estos años es que la única forma de enseñar a volar es ver cómo otros vuelan. Eso significa: construir espacios para el goce compartido, donde se lee en común.

Pensar en tensión

Más que encerrar al ensayo en una definición, en El ensayo, entre el paraíso y el infierno Liliana (2001) dibuja un campo de fuerzas en tensión para luego imaginar lo que se vuelve posible entre dichas polaridades. Son la dialéctica entre el acontecimiento y el sentido, que Liliana toma de la teoría de la interpretación de Paul Ricoeur; la dialéctica entre el yo y el nombre, con la que Liliana pone en contacto la teoría de la enunciación de la narratología con las reflexiones de Tomás Segovia sobre la inscripción social y cultural del creador; y la dialéctica entre el decir y la inteligibilidad, que abre la reflexión de Liliana a preocupaciones poéticas sobre el querer decir. A este primer campo de tensiones, que dará estructura a las reflexiones de Liliana en los años sucesivos, añadiría la tensión entre el “más acá” y el “más allá” del ensayo, apuntada apenas en este libro y desarrollada paralelamente en Pensar el ensayo y Situación del ensayo, con que Liliana ha intentado remontar la frontera entre la llamada, despectivamente, “crítica inmanentista” y la crítica preocupada por lo social; entre la lectura cuidadosa y la lectura atenta a las condiciones de producción de los textos. Ambas, reunidas, han sido rebautizadas por Liliana en sus últimos trabajos sobre lo que llama “lectura densa”.

El ensayo sería entonces lo que se hace posible en el marco de un campo de fuerzas que no sólo competen a la teoría de los géneros, como es usualmente entendida, sino también –y sobre todo– a procesos de interpretación que competen a la subjetividad y a la manera propiamente humana de articular la experiencia y de vivir la historia colectiva. Me parece que esto es fundamental para comprender la pregnancia de la teoría construida por Liliana, es decir, su capacidad para hacer destacar ciertos campos de la experiencia humana que se abren con la excusa de una teoría del ensayo y de ofrecer elementos para pensar de manera amplia la palabra, la interpretación y la capacidad creadora. Así me ha pasado a mí en las últimas décadas, cuando de pronto recuerdo elementos de alguna de estas dialécticas para pensar elementos muy dispares entre sí, como el funcionamiento de ciertas novelas o publicaciones en redes sociales.

Esta dimensión antropológica de la teoría de Liliana vincula su lectura de Montaigne con una reflexión sobre el nacimiento de una forma de conciencia histórica. Este tema ha ido desplegándose en los libros que siguieron a El ensayo, entre el paraíso y el infierno. Tiene un lugar destacado en Pensar el ensayo, y también en Situación del ensayo, donde Liliana (2006) caracteriza el género inaugurado por Montaigne:

una clase de textos originalísima, con plena conciencia de su carácter descentrado, abierto, proliferante, ligado al afán experimental e indagatorio, capaz de permitir a la vez un deslinde del orden jerárquico de los conocimientos, del sistema escolástico, del modelo del discurso jurídico y del ordenamiento retórico tradicional, y lo acercó a la glosa, al diario íntimo, al género exploratorio, al libro de viajes, a la filosofía moral y a la meditación sobre las costumbres (p. 20).

Uno podría decir que todos estos elementos desbordan lo que tradicionalmente se entendería como caracterización de un género literario. Competen a una manera de articular la experiencia vital en un contexto histórico preciso. El ensayo sería algo que escribe la gente que vive de cierta manera la historia, más que un conjunto de reglas textuales precisamente definidas.3

Esta manera amplia de pensar el género enmarca los textos leídos por Liliana en un contexto que me interesa especialmente. Yo lo ligaría a lo que Jonathan Israel ha llamado, en los últimos años, “Renacimiento radical”, movimiento intelectual y literario ligado al redescubrimiento de un conjunto de clásicos –escépticos, materialistas y cínicos–, que llevaron, a su vez, a la construcción de una nueva manera de discutir: un pensar sin certezas, atento a las cosas de este mundo, que valora la experiencia del presente, duda de su propio lugar de enunciación, examina críticamente los valores que constituyen la condición de posibilidad de su despliegue y asume la necesidad de un diálogo no condicionado con los diferentes como punto de partida para la búsqueda de la verdad. El organizador fundamental de este legado fue Montaigne; y su apertura se dio en el marco del tiempo largo de la violencia moderna, que incluye las guerras de religión y la reflexión sobre las consecuencias genocidas del proyecto colonial en América, que llevaron a un primer plano la pregunta por la diferencia. El mismo creció en el movimiento de los llamados “libertinos eruditos”, historiados por Gianni Paganini, y tuvo un punto de inflexión en las ideas y el estilo intelectual legados por Spinoza; a través del spinozismo, llegó a los ilustrados radicales y forma el centro de la conciencia radical de la modernidad (Israel, 2012, 2019, cap. III; Paganini, 2020, pp. 3-21; Paganini, Jacob y Laursen, 2020).

En ese marco, leo las reflexiones de Liliana Weinberg (2001, 2012, 2014) sobre la “buena fe” de Montaigne, que inicia en El ensayo, entre el paraíso y el infierno, pasa por “El ensayo y la buena fe” y culmina en El ensayo en busca de sentido. La “buena fe” sería la clave de un tipo especial de relación con el lector, que es constitutiva del género. Remite al valor de la amistad intelectual e impone como regla la pretensión de autenticidad y sinceridad. Implica una especial fidelidad a la verdad, entendiendo dicha fidelidad no como una confianza en haber establecido la verdad, sino como voluntad de “ir en su busca”, y abre de manera particular la problemática de la responsabilidad por lo dicho y el acto mismo de decir.

De la dialéctica al diálogo

Si en El ensayo, entre el paraíso y el infierno ese ir y venir toma la forma de la dialéctica y se ancla en una reflexión sobre la función mediadora del texto, en textos posteriores la dialéctica se convierte en diálogo. Al mismo tiempo, las reflexiones sobre el “nombre” del ensayista, con sus adscripciones contextuales y sociales, y sobre el “más allá” del ensayo, donde Liliana ubica las sociabilidades, las redes intelectuales, las materialidades y los proyectos editoriales, sirven para que Liliana construya una noción particularmente rica de diálogo intelectual, que le ha permitido pasar del “yo” al “nosotros” como espacio constitutivo del género.

Frente a visiones más tradicionales, que enfatizan únicamente la subjetividad del ensayista, el deseo de Liliana de construir puentes y mediaciones la ha ido llevando progresivamente a preguntar por la dimensión comunitaria del trabajo intelectual, sin que ello signifique fetichizar la comunidad o la noción misma de diálogo. Porque Liliana misma sabe que pensar en comunidad es difícil, que los proyectos intelectuales corren siempre el riesgo de desaparecer, que los diálogos también están hechos de silencios y vacíos, que la interlocución no ocurre de manera natural, sino que debe ser construida y sostenida. Todas esas salvedades están presentes en su manera de concebir la dimensión comunitaria, social, del trabajo de significación y la han llevado a un sano trabajo de historización del proceso de producción, difusión y transmisión de las Ideas, con mayúscula.

En esta manera de mirar la comunidad, percibo un sano escepticismo de Liliana respecto de ciertas elaboraciones latinoamericanas de la crítica literaria comprometida, que habían proyectado concepciones más o menos idílicas de lo comunitario y lo social, al tiempo que habían abandonado –por “burguesa”– el análisis de la subjetividad. Como suele suceder en la obra de Liliana, ese escepticismo no la hace abandonar la preocupación por lo social, sino que ayuda a que esa preocupación vuelva matizada, historizada y acompañada por los que parecerían ser sus enemigos. También aquí aparece su vocación de hacedora de puentes, de puesta en diálogo entre orillas alejadas.

Esta manera de examinar lo social marca el particular ingreso de Liliana al análisis de los grandes ensayos de interpretación. Ellos tradicionalmente habían sido patrimonio de la historia de las ideas filosóficas, campo disciplinar fundamental en la articulación del latinoamericanismo en cuanto tradición militante e intelectual gestada en América Latina.4 La historia de las ideas filosóficas fue fundamental en una manera de leer estos ensayos, que dio cuerpo a todo un discurso sobre América Latina y lo latinoamericano, sus intelectuales y su vocación histórica y cultural. Antes del florecimiento de la discusión sobre la interdisciplina en los medios académicos hegemónicos, el latinoamericanismo constituyó la primera propuesta interdisciplinar elaborada en medios académicos en nuestro continente, todo ello en un contexto de alta conflictividad social, dictaduras de seguridad nacional, migración forzada de nuestros intelectuales y proyectos de lucha armada, solidaridad y reconstrucción comunitaria, que, ante la dificultad de pensar en la propia tierra, llevaron a la recuperación de la perspectiva latinoamericana.

Pienso ante todo en la articulación de dicha tradición, hecha en la escritura y la gestión cultural de Leopoldo Zea, que incluyó la construcción de planes y programas de estudio, la fundación de instituciones y la articulación de proyectos editoriales que constelaron pensadores y disciplinas diversas. Zea fue traductor y constelador de antropólogos como Darcy Ribeiro y Gilberto Freyre, historiadores y científicos sociales como Manuel Maldonado Denis, Pablo González Casanova, Benjamín Carrión y Mariano Picón Salas, críticos literarios como José Antonio Portuondo, Roberto Fernández Retamar, Mario Benedetti, Arturo Uslar Pietri, Luis Cardoza y Aragón, René Depestre, Ángel Rama y Juan Marinello, filósofos como Augusto Salazar Bondy, Abelardo Villegas y Francisco Miró Quesada, historiadores de las ideas como Arturo Ardao, Ricaurte Soler y Arturo Andrés Roig. También fue articulador de un canon del ensayo y la prosa de ideas, que incluía a Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Andrés Bello, Simón Rodríguez, fray Servando Teresa de Mier, Bernardo Monteagudo, Justo Arosemena, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Francisco Bilbao, José Victorino Lastarria, Juan Montalvo, Eugenio María de Hostos, José Martí, Justo Sierra, José Enrique Rodó, Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Arguedas, Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Luis Villoro, Ezequiel Martínez Estrada, Pedro Henríquez Ureña, Aimé Cesaire, Franz Fanon, Augusto Roa Bastos, Fidel Castro y el Che Guevara.5

Ese fue el canon de la identidad latinoamericana construido por la historia de las ideas filosóficas. Esos fueron sus ensayistas y sus temáticas. Se trata de un canon adusto, heroico, declamatorio, políticamente comprometido. Todos los autores y críticos enumerados son varones. Como he intentado mostrar a lo largo de este texto, Liliana llevó a esa tradición la lógica de la poesía, la ayudó a volverse flexible, recuperó para ella el valor de la duda... Le enseñó a danzar.

En momentos de hegemonía de las ciencias sociales, la noción de diálogo intelectual ayudó a que Liliana le abriera una puerta inédita a la historia y la antropología. Su formación filológica, que la convirtió en una excelente lectora de poesía –y de lo poético en cada texto–, la preparó para una mirada sensible hacia elementos relacionados con la textualidad y la materialidad del ensayo, al principio mirados como poco importantes por el ala hegemónica de la historia de las ideas, pero puestos de relieve años después, con el surgimiento de la escuela latinoamericana de historia intelectual, de la que Liliana fue precursora. Al mismo tiempo, su primera pasión por la antropología la ayudó a construir una mirada atenta hacia la función de los símbolos, las sensibilidades y los afectos, salvando de esa manera el abismo entre el cuerpo y el espíritu, las ideas y los sentimientos, la filosofía y la literatura, que heredó nuestra historia de las ideas, quizá como herencia tardía de la oposición cristiana entre cuerpo y alma.

En este último tema, el único historiador de las ideas, en sentido clásico, que puedo recordar, que se acerca a esta preocupación de Liliana, es Ricardo Melgar Bao, quien también, como Liliana, tenía alma de poeta. En uno de sus últimos libros, Los símbolos de la modernidad alternativa, Melgar (2014) articuló una propuesta de historia intelectual que es también historia de los horizontes afectivos, valorativos y sensitivos desplegados en cada tradición intelectual, lo cual implicaba para él una revalorización en sentido fuerte de la metáfora y el símbolo. No sólo quiero hacer énfasis en la capacidad de las investigaciones de Liliana para dinamizar el estudio del ensayo en el marco de la tradición intelectual latinoamericanista, sino también mostrar la pervivencia de preocupaciones fundamentales anteriores a la explosión de modas académicas, como el giro afectivo, los estudios culturales y la historia intelectual..., sobre todo cuando se enuncian en inglés.

Hacerse cargo del presente

Un último elemento que me interesa de la dinamización hecha por Liliana del campo de estudios del ensayo está en su reflexión sobre el tiempo presente. Esa reflexión arranca de la sección “Deícticos y ensayo”, de El ensayo, entre el paraíso y el infierno, en donde Liliana retoma un rasgo fundamental del género –la construcción de un “yo” que enuncia sus reflexiones en primera persona y en presente– para desplegar la dimensión problemática de ese “yo” que reflexiona sobre el mundo al tiempo que va en busca de sí mismo, se observa e interpreta en el momento de observar e interpretar el mundo. Se trata, dice Liliana, citando a su amado Ezequiel Martínez Estrada, de “la historia universal de una persona que vive mirándose vivir” (Weinberg, 2001, p. 30).

Este tema es desarrollado magníficamente en la tercera sección de Situación del ensayo, llamada “Presente del ensayo”, en donde Liliana da cuenta de ese vuelo en tiempo presente al señalar que “el ensayo no se reduce a lo dicho y lo pensado, sino que pone en evidencia el decir y el pensar como actividades que a su vez se inscriben en el horizonte de lo decible y lo pensable” (Weinberg, 2006, p. 57). Más que ofrecer los resultados de algo ya pensado, el ensayo escenifica el pensar como actividad, al tiempo que despliega un horizonte que vuelve posible dicha actividad. En esos momentos, como resaltó Luz Aurora Pimentel en la mesa de presentación de Situación del ensayo, la reflexión de Liliana rebasa la mera mirada de una teoría de los géneros literarios para abrirse a la reflexión sobre un modo de enunciación. La sección despliega luminosamente las implicaciones enunciativas de este acto, manifiestas en una manera de articular el tiempo presente, el aquí del ensayo, que se corresponde con el ahora del lector: el “yo” al tiempo textual y social del ensayista y el punto de vista donde el mundo es ordenado a partir de la mirada del autor. El tema, a su vez, continúa en la sección “El ensayo como poética del pensar”, de Pensar el ensayo, donde Liliana recoge la idea de Lukacs sobre el ensayo como un texto que despliega “el proceso mismo de juzgar” y en ese despliegue “crea a la vez lo que juzga y lo juzgado” (Weinberg, 2007b, p. 142). Dicho despliegue comporta, propiamente, una poética, en donde el pensamiento busca una forma, despliega un horizonte y danza en un conjunto de figuras.6

De todas estas maneras, Liliana retoma la densidad del presente y lo vuelve clave para el examen de obras que, en sus danzas y mudanzas, parecerían efímeras; que no entregan tesis definitivas, no constituyen un sistema explícito, no hacen ciencia ni parecen comprometerse de manera responsable con su tiempo. Y lo hace mostrando la dignidad y profundidad de esas obras, que a su vez abren la dignidad y profundidad de nuestra propia experiencia presente. Dicho de otra manera, con la excusa de la crítica literaria el programa de investigación de Liliana reivindica la alegría de vivir plenamente un presente que no debe ser vivido con culpa; un presente que se nos escapa, pero en el cual es posible danzar.

Bibliografía

Alter, R. (1985). The Art of Biblical Poetry. New York: Basic Books.

Gaos, J. (2003). Obras completas. Ideas de la filosofía (1938-1950). México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Israel, J. (2012). La Ilustración radical. La filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750. México: Fondo de Cultura Económica.

Israel, J. (2019). The Enlightenment that Failed. Ideas, Revolution and the Democratic Defeat, 1748-1830. New York: Oxford University Press.

Lezama Lima, J. (2018). Enemigo rumor. La Habana: Colección Sur.

Melgar Bao, R. (2014). Los símbolos de la modernidad alternativa: Montalvo, Martí, Rodó, González Prada, y Flores Magón. México: Sociedad Cooperativa del Taller Abierto/Grupo Académico La Feria.

Paganini, G. (2020). Clandestine Philosophy: Early Modern Clandestine Manuscripts and Their Philosophical Contribution. En D. Jalobeanu y C. T. Wolfe (Eds.), Encyclopedia of Early Modern Philosophy and the Sciences. Springer Cham. https://doi.org/10.1007/978-3-319-20791-9_413-2

Paganini, G., Jacob, M. C. y Laursen, J. C. (Eds.). (2020). Clandestine philosophy: new studies on subversive manuscripts in early modern Europe, 1620−1823. Toronto: University of Toronto Press; UCLA Center for Seventeenth-and Eighteenth-Century Studies; William Andrews Clark Memorial Library.

Pereda, C. (2002, julio). Liliana Weinberg, El ensayo, entre el paraíso y el infierno [Reseña del libro El ensayo, entre el paraíso y el infierno, de L. Weinberg]. Nueva Revista de Filología Hispánica, 50(2), 581-584. https://doi.org/10.24201/nrfh.v50i2.2528

Pérez Fernández, M. (2002). Literatura rabínica. En G. Aranda, F. García y M. Pérez (Coords.), Literatura judía intertestamentaria (pp. 415-562). Navarra: Verbo Divino.

Richard, N. (1997). Intersectando Latinoamérica con el latinoamericanismo: discurso académico y crítica cultural. Revista Iberoamericana, 68(180), 345-361. https://doi.org/10.5195/reviberoamer.1997.6198

Royo, A. (2002). Liliana Weinberg, El ensayo, entre el paraíso y el infierno [Reseña del libro El ensayo, entre el paraíso y el infierno, de L. Weinberg]. Revista Iberoamericana, 68(201), 1161-1163. https://doi.org/10.5195/reviberoamer.2002.5724

Weinberg, L. (1993). Ezequiel Martínez Estrada y el universo de la paradoja. Cuadernos Americanos, 42, 165-199.

Weinberg, L. (2001). El ensayo, entre el paraíso y el infierno. México: Fondo de Cultura Económica.

Weinberg, L. (2006). Situación del ensayo. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Weinberg, L. (2007a). Jorge Luis Borges: la escritura de una lectura, la lectura de una escritura. Variaciones Borges, 23, 1-20.

Weinberg, L. (2007b). Pensar el ensayo. México: Siglo XXI.

Weinberg, L. (2012). El ensayo y la buena fe. En D. Castilleja, E. Houvenhaghel y D. Vanderbosch (Eds.), El ensayo hispánico: cruce de géneros, síntesis de formas (pp. 21-46). Genève: Droz.

Weinberg, L. (2014). El ensayo en busca de sentido. Madrid: Iberoamericana.

Weinberg, L. (2018). José Martí: cronista de lo invisible. CELEHIS. Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, 36, 105-123. https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/celehis/article/view/3112

Weinberg, L. (2020). Octavio Paz y el ensayo: conciencia y transparencia. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, 22(43), 225-249. https://revistascientificas.us.es/index.php/araucaria/article/view/11809

Notas

1 Y que, por cierto, muestran el tipo de poesía que Liliana prefiere. Mucha poesía del siglo xx, pero también del Siglo de Oro. Y quizá una herencia invisible de la antigua tradición judía: la Biblia está estructurada en paralelismos y acumulaciones; y las asociaciones entre palabras con raíces comunes son un procedimiento básico en la hermenéutica rabínica. Véase Alter (1985) y Pérez Fernández (2000, pp. 483-484, 514 y 527-529).

2 Estas características formales, plenas de riqueza poética, explican en algo el alborozo con que fue recibido El ensayo, entre el paraíso y el infierno por algunos de sus primeros reseñistas, el “fervor” que le aplaudió Pereda (2002) y “la libertad del que crea sin la barrera censuradora de la otredad inteligente” que le señaló Royo (2002).

3 Esta manera típica de Liliana de hacer teoría, escapando, al tiempo, a las definiciones, es contrapunteada, ocasionalmente, con textos o fragmentos de textos hechos explícitamente para responder a las peticiones de definición hechas por algunos de sus lectores, con propósitos más didácticos. Pienso en el texto “El ensayo en una nuez”, incluido en Situación del ensayo, y en la definición del ensayo dada en El ensayo, entre el paraíso y el infierno –“el ensayista es, de algún modo, un especialista de la interpretación. El ensayo se vincula, sí, al mundo de la conceptualidad, pero también, y de manera no menos profunda, al mundo de la metáfora y el símbolo” (Weinberg, 2001, p. 78) y en la presentada en Situación del ensayo –“texto en prosa que manifiesta un punto de vista bien fundamentado, bien escrito y responsable del autor respecto de algún asunto del mundo” (Weinberg, 2006, p. 20).

4 En el contexto presente, habrá que recordar que el latinoamericanismo, en cuanto tradición militante e intelectual, es algo distinto de los “Latin American Studies”, que se han vuelto hegemónicos en las últimas décadas. Véase Richard (1997).

5 Estoy glosando el corpus textual reunido por Zea en los cuadernillos Latinoamérica. Cuadernos de Cultura Latinoamericana, publicados por la UNAM entre 1978 y 1979, luego reunidos, parcialmente, en formato de libro, con el título de Fuentes de la cultura latinoamericana.

6 Hay en estos planteamientos de Liliana un eco, quizá inconsciente, de apreciaciones de Gaos (2003), cuando en el momento de revisar las grandes obras de pensamiento de lengua española pedía observar el pensar del pensador y no sólo quedarse en el análisis de los contenidos ya pensados.